Francisco presidió el Tedeúm en la Basílica de San Pedro y pidió a los fieles un exámen de conciencia. "Es necesario un gran acto de libertad cristiana para tener el coraje de proclamar, en nuestra ciudad, que urge defender a los pobres y no defenderse de los pobres. Es preciso servir a los débiles y no servirse de los débiles", defendió el Papa durante su homilía en la Basílica de San Pedro.
Infobae |
El Pontífice presidió hoy las Vísperas y la solemne ceremonia del Te Deum como es habitual cada 31 de diciembre, una tradición que inició el papa Pablo VI en su "Marialis Cultus".
"Es necesario un gran acto de libertad cristiana para tener el coraje de proclamar, en nuestra ciudad, que urge defender a los pobres y no defenderse de los pobres. Es preciso servir a los débiles y no servirse de los débiles", defendió el Papa durante su homilía en la Basílica de San Pedro.
En calidad de obispo de Roma, aludió al escándalo de corrupción de tipo mafioso en el seno del consistorio capitolino que salieron a la luz recientemente. "Los graves hechos de corrupción desvelados recientemente requieren una seria y consciente conversión en los corazones para un renacimiento espiritual y moral y para un renovado compromiso que construya una ciudad más justa y solidaria", dijo.
Y advirtió: "Cuando una sociedad ignora a los pobres, los persigue y los criminaliza, los obliga a unirse a la mafia. Esa sociedad se empobrece hasta la miseria".
En calidad de obispo de Roma, aludió al escándalo de corrupción de tipo mafioso en el seno del consistorio capitolino que salieron a la luz recientemente. "Los graves hechos de corrupción desvelados recientemente requieren una seria y consciente conversión en los corazones para un renacimiento espiritual y moral y para un renovado compromiso que construya una ciudad más justa y solidaria", dijo.
Y advirtió: "Cuando una sociedad ignora a los pobres, los persigue y los criminaliza, los obliga a unirse a la mafia. Esa sociedad se empobrece hasta la miseria".
"Cuando una sociedad ignora a los pobres, los persigue y los criminaliza, los obliga a unirse a la mafia"
En la primera parte de su alocución, Bergoglio hizo un repaso del 2014 ya que, según sostuvo, la Iglesia católica enseña que, al concluir el año o la jornada, es preciso realizar "un examen de conciencia".
"¿Cómo es nuestro modo de vivir? ¿Vivimos como hijos o como esclavos? ¿Vivimos como personas bautizadas en Cristo, libres? ¿O vivimos según la lógica mundana, corrupta, haciendo lo que el diablo nos hace creer que es de nuestro interés?", cuestionó con semblante serio.
Y añadió: "Existe siempre en nuestro camino existencial una tendencia a resistir a la liberación. Tenemos miedo de la libertad y, paradójicamente, preferimos más o menos conscientemente la esclavitud".
El Papa criticó lo que calificó de "el reino del momento", en el que, según él, "nos sentimos más seguros" porque "nos hace vivir momentos desvinculados de nuestro pasado y nuestro futuro". "La esclavitud nos hace creer que no podemos soñar, volar, esperar con fe", criticó.
Una vez finalizada la ceremonia, Francisco, de 78 años, abandonó la basílica mientras sonaba el tema navideño "Adeste Fideles". Acto seguido salió a la plaza de San Pedro, ya ataviado con un largo abrigo de paño blanco, para admirar el Portal de Belén, que este año ha sido donado por una fundación de Verona.
Finalmente el Papa se aproximó a los cientos de fieles que lo observaban tras las barreras de seguridad y que lo reclamaban a gritos, muchos de ellos en español, para saludarlo.
En la primera parte de su alocución, Bergoglio hizo un repaso del 2014 ya que, según sostuvo, la Iglesia católica enseña que, al concluir el año o la jornada, es preciso realizar "un examen de conciencia".
"¿Cómo es nuestro modo de vivir? ¿Vivimos como hijos o como esclavos? ¿Vivimos como personas bautizadas en Cristo, libres? ¿O vivimos según la lógica mundana, corrupta, haciendo lo que el diablo nos hace creer que es de nuestro interés?", cuestionó con semblante serio.
Y añadió: "Existe siempre en nuestro camino existencial una tendencia a resistir a la liberación. Tenemos miedo de la libertad y, paradójicamente, preferimos más o menos conscientemente la esclavitud".
El Papa criticó lo que calificó de "el reino del momento", en el que, según él, "nos sentimos más seguros" porque "nos hace vivir momentos desvinculados de nuestro pasado y nuestro futuro". "La esclavitud nos hace creer que no podemos soñar, volar, esperar con fe", criticó.
Una vez finalizada la ceremonia, Francisco, de 78 años, abandonó la basílica mientras sonaba el tema navideño "Adeste Fideles". Acto seguido salió a la plaza de San Pedro, ya ataviado con un largo abrigo de paño blanco, para admirar el Portal de Belén, que este año ha sido donado por una fundación de Verona.
Finalmente el Papa se aproximó a los cientos de fieles que lo observaban tras las barreras de seguridad y que lo reclamaban a gritos, muchos de ellos en español, para saludarlo.
A continuación, el texto completo de la última homilía del año de papa Francisco:
La Palabra de Dios nos introduce hoy, de forma especial, en el significado del tiempo, en el comprender que el tiempo no es una realidad extraña a Dios, simplemente por que Él ha querido revelarse y salvarnos en la historia, en el tiempo. El significado del tiempo, la temporalidad, es la atmósfera de la epifanía de Dios, es decir, de la manifestación del misterio de Dios y de su amor concreto. En efecto, el tiempo es el mensajero de Dios, como decía san Pedro Fabro.
La liturgia de hoy nos recuerda la frase del apóstol Juan: «Hijos míos, ha llegado la última hora» (1Jn 2,18), y la de San Pablo, que nos habla de «la plenitud del tiempo» (Ga 4,4). Por lo que el día de hoy nos manifiesta cómo el tiempo que ha sido – por decir así – \'tocado\' por Cristo, el Hijo de Dios y de María, y ha recibido de Él significados nuevos y sorprendentes: se ha vuelto \'el tiempo salvífico\', es decir, el tiempo definitivo de salvación y de gracia.
Y todo esto nos invita a pensar en el final del camino de la vida, al final de nuestro camino. Hubo un comienzo y habrá un final, «un tiempo para nacer y un tiempo para morir», (Eclesiastés 3,2).
Con esta verdad, bastante simple y fundamental, así como descuidada y olvidada, la santa madre Iglesia nos enseña a concluir el año y también nuestros días con un examen de conciencia, a través del cual volvemos a recorrer lo que ha ocurrido; damos gracias al Señor por todo el bien que hemos recibido y que hemos podido cumplir y, al mismo tiempo, volvemos a pensar en nuestras faltas y en nuestros pecados: Agradecer y pedir perdón.
Es lo que hacemos también hoy al terminar el año. Alabamos al Señor con el himno del Te Deum y al mismo tiempo le pedimos perdón. La actitud de agradecer nos dispone a la humildad, a reconocer y a acoger los dones del Señor.
El apóstol Pablo resume, en la Lectura de estas Primeras Vísperas, el motivo fundamental de nuestro dar gracias a Dios: Él nos ha hecho hijos suyos, nos ha adoptado como hijos. ¡Este don inmerecido nos llena de una gratitud colmada de estupor!
Alguien podría decir: \'Pero ¿no somos ya todos hijos suyos, por el hecho mismo de ser hombres?\'. Ciertamente, porque Dios es Padre de toda persona que viene al mundo. Pero sin olvidar que somos alejados por Él a causa del pecado original que nos ha separado de nuestro Padre: nuestra relación filial está profundamente herida. Por ello Dios ha enviado a su Hijo a rescatarnos con el precio de su sangre. Y si hay un rescate es porque hay una esclavitud. Nosotros éramos hijos, pero nos volvimos esclavos, siguiendo la voz del Maligno. Nadie nos rescata de aquella esclavitud substancial sino Jesús, que ha asumido nuestra carne de la Virgen María y murió en la cruz para liberarnos, liberarnos de la esclavitud del pecado y devolvernos la condición filial perdida.
La liturgia de hoy recuerda también que «en el principio – antes del tiempo – era la Palabra... y la Palabra se hizo hombre\' y por ello afirma san Ireneo: Éste es el motivo por el cual la Palabra se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre, entrando en comunión con la Palabra y recibiendo así la filiación divina, se volviera hijo de Dios.
Al mismo tiempo, el don mismo por el que agradecemos es también motivo de examen de conciencia, de revisión de la vida personal y comunitaria, del preguntarnos: ¿cómo es nuestra forma de vivir? ¿Vivimos como hijos o vivimos como esclavos? ¿Vivimos como personas bautizadas en Cristo, ungidas por el Espíritu, rescatadas, libres? O ¿vivimos según la lógica mundana, corrupta, haciendo lo que el diablo nos hace creer que es nuestro interés?
Hay siempre en nuestro camino existencial una tendencia a resistirnos a la liberación; tenemos miedo de la libertad y, paradójicamente, preferimos más o menos inconscientemente la esclavitud.
La libertad nos asusta porque nos pone ante el tiempo y ante nuestra responsabilidad de vivirlo bien. La esclavitud, en cambio, reduce el tiempo a \'momento\' y así nos sentimos más seguros, es decir, nos hace vivir momentos desligados de su pasado y de nuestro futuro. En otras palabras, la esclavitud nos impide vivir plena y realmente el presente, porque lo vacía del pasado y lo cierra ante el futuro, frente a la eternidad. La esclavitud nos hace creer que no podemos soñar, volar, esperar.
Decía hace algunos días un gran artista italiano que para el Señor fue más fácil quitar a los israelitas de Egipto que a Egipto del corazón de los israelitas. Habían sido liberados \'materialmente\' de la esclavitud, pero durante el camino en el desierto con varias dificultades y con el hambre, comenzaron entonces a sentir nostalgia de Egipto cuando \'comían... cebollas y ajo\'; pero se olvidaban que comían en la mesa de la esclavitud.
En nuestro corazón se anida la nostalgia de la esclavitud, porque aparentemente nos da más seguridad, más que la libertad, que es muy arriesgada. ¡Cómo nos gusta estar enjaulados por tantos fuegos artificiales, aparentemente muy lindos, pero que en realidad duran sólo pocos instantes! ¡Y Éste es el reino del momento, esto es lo fascinante del momento!
De este examen de conciencia depende también, para nosotros los cristianos, la calidad de nuestro obrar, de nuestro vivir, de nuestra presencia en la ciudad, de nuestro servicio al bien común, de nuestra participación en las instituciones públicas y eclesiales.
Por tal motivo, y siendo Obispo de Roma, quisiera detenerme sobre nuestro vivir en Roma, que representa un gran don, porque significa vivir en la ciudad eterna, significa para un cristiano, sobre todo, formar parte de la Iglesia fundada sobre el testimonio y sobre el martirio de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. Y por lo tanto, también por ello rendimos gracias al Señor. Pero, al mismo tiempo, representa una responsabilidad. Y Jesús dijo: «Al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más».
Por lo tanto, preguntémonos: en esta ciudad, en esta Comunidad eclesial, ¿somos libres o somos esclavos, somos sal y luz? ¿Somos levadura? O ¿estamos apagados, sosos, hostiles, desalentados, irrelevantes y cansados?
Sin duda, los graves hechos de corrupción, emergidos recientemente, requieren una seria y conciente conversión de los corazones, para un renacer espiritual y moral, así como para un renovado compromiso para construir una ciudad más justa y solidaria, donde los pobres, los débiles y los marginados estén en el centro de nuestras preocupaciones y de nuestras acciones de cada día. ¡Es necesaria una gran y cotidiana actitud de libertad cristiana para tener el coraje de proclamar, en nuestra Ciudad, que hay que defender a los pobres, y no defenderse de los pobres, que hay que servir a los débiles y no servirse de los débiles!
La enseñanza de un simple diácono romano nos puede ayudar. Cuando le pidieron a San Lorenzo que llevara y mostrara los tesoros de la Iglesia, llevó simplemente a algunos pobres. Cuando en una ciudad se cuida, socorre y ayuda a los pobres y a los débiles a promoverse en la sociedad, ellos revelan el tesoro de la Iglesia y un tesoro en la sociedad.
Pero, cuando una sociedad ignora a los pobres, los persigue, los criminaliza, los obliga a \'mafiarse\', esa sociedad se empobrece hasta la miseria, pierde la libertad y prefiere \'el ajo y las cebollas\' de la esclavitud, de la esclavitud de su egoísmo, de la esclavitud de su pusilanimidad y esa sociedad deja de ser cristiana.
Queridos hermanos y hermanas, concluir el año es volver a afirmar que existe una \'última hora\' y que existe \'la plenitud del tiempo\'. Al concluir este año, al dar gracias y al pedir perdón, nos hará bien pedir la gracia de poder caminar en libertad para poder reparar los tantos daños hechos y poder defendernos de la nostalgia de la esclavitud, y no \'añorar\' la esclavitud.
Que la Virgen Santa, la Santa Madre de Dios, que está en el corazón del templo de Dios – cuando la Palabra – que era en el principio – se hizo uno de nosotros en el tiempo, Ella que ha dado al mundo al Salvador, nos ayude a acogerlo con el corazón abierto, para ser y vivir verdaderamente libres, como hijos de Dios.
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