En lo que va del año la policía detuvo por drogas en la Provincia de Santa Fe a 114 menores. De ese total, 16 fueron apresados por atender los denominados "kioscos". Encerrados, sin baño ni ventilación, venden sustancias ilegales a cambio de una paga diaria que los libera del hambre pero los condena a la exclusión. Cómo los reclutan y por qué se convirtieron en la mano de obra barata de un negocio millonario. Un video exclusivo de El Tres muestra un bunker por dentro.
Niños y adolescentes son reclutados por el narcotráfico para comercializar y distribuir drogas a cambio de su imputabilidad. Sucede en Rosario, en la provincia y en todo el país. Muchos son utilizados para atender los llamados kioscos o búnkers, verdaderas fortalezas de la marginalidad desde donde proveen pequeñas cantidades de droga a sus propios vecinos consumidores y de cantidades algo más grandes a otros que, en otros puntos de la ciudad, reproducirán sus ganancias con la venta al menudeo de cocaína, marihuana y pastillas. El subjefe de la Policía santafesina, Cristian Sola, le puso números a la realidad que impera, con mayor fuerza, en asentamientos precarios de La Lata y La Tablada: “Hasta el 12 de julio se realizaron en la provincia 150 allanamientos en los denominados búnkers. Se apresó a un total de 180 personas, 122 hombres, 42 mujeres y 16 niños, 10 varones y 6 nenas”, precisó.
En los kioscos se logró secuestrar un total de 155.545 kilos de cocaína, 81.047 de marihuana, 18 revólveres, 17 pistolas, 4 escopetas, 2 pistolones, 3 granadas, un rifle, un arma de fabricación casera, 6 autos y 12 motos. Se estima que el valor de la cocaína encontrada asciende a 4.666.350 pesos, el P.B.C a 55.703,40 pesos, 162.094 pesos en marihuana, 36 mil pesos en armas, 240 mil en autos y120 mil en motos, lo que hace un total de 5.280.147 pesos. “Se trata de un negocio millonario”, concluyó.
Ni chupetines, ni chicles, ni caramelos
El término “bunker” hizo ruido ayer por un allanamiento policial realizado en Gorriti y las vías, en donde funcionaba un kiosco de drogas y un menor de edad fue detenido. Se tiró abajo y los vecinos aplaudieron, al igual que la semana anterior, en Empalme Graneros, donde se desempeñaba un chico de 15 años. El diputado nacional Fabián Peralta explicó: “Un kiosco de drogas es el lugar de venta minorista, por lo que resulta el eslabón de la cadena de comercialización más expuesto, siendo imposible de ocultar como consecuencia del constante movimiento de personas”.
Una fuente ligada a la investigación de la problemática confirmó la presencia de chicos y chicas, mayormente adolescentes, en estos espacios muy reducidos –miden como mucho 6 metros cuadrados– en donde sólo hay dos aberturas: la puerta de ingreso y un pequeño orificio por donde se lleva a cabo la entrega de la sustancia a cambio del dinero. Se trata de fortines asegurados no sólo por la presencia cercana de algún “soldadito” armado que defiende el territorio sino que ha habido casos en donde la edificación fue electrificada.
Como se evita llamar la atención de los vecinos, se realizan recambios cada 6 u 8 horas, período por el que el chico encargado no podrá salir. Es por eso que cuentan con algún balde que hace las veces de inodoro. Los niños y niñas son reclutados, en gran parte, por personas conocidas, narcos vecinos o familiares que les pagan un salario diario, variable entre 100 y 200 pesos por día. Incluso, ha sido encontrado en un lugar como este un chico con síndrome de down a quien le habían facilitado el “trabajo”: tenía pegado un billete de 20 pesos en el paquete de marihuana y otro de 50 en el de cocaína, a fin de no ser engañado por ningún cliente.
Los chicos de los búnkers no suelen estar armados, aunque hay registros de menores que contaban con alguna pistola a modo preventivo. La idea es defenderse de la competencia, no así de la policía a la que temen tanto como repelen. La mayor inseguridad para estos adolescentes es caer presa de algún otro narco de la zona o ser robados por compradores o vecinos.
Un oficial que pidió que su nombre se mantuviera en reserva confió: “Una vez, ingresamos a una casa y había un pibe, agarró el arma y cuando vio que éramos policías la dejó a un costado. Es muy terrible ver a un chico en estos lugares. Imaginate en verano, en sitios tan chiquitos sin poder abrir la puerta. Casi siempre están de noche. Las veces que los encontramos, no manifiestan miedo y hablan poco. Cuando lo hacen se les nota el odio a la policía”.
Para el diputado Peralta, un chico que logra estar al frente de un búnker, tiene garantizada “una suerte de estatus en el barrio, lo que representa cierta cuota de poder”. “Hace años una socióloga me decía que en Brasil las chicas en las favelas no aspiraban a ser botineras sino novias de un integrante de una banda ya que eso les representaba dinero, seguridad, mejorar su posicionamiento; hoy creo que pasa algo similar en nuestros barrios”, agregó.
Una militante de la zona sur de la ciudad –prefirió preservar su identidad– confirmó: “Los pibes atienden los kioscos porque les da un lugar en el barrio. Ganan 3 mil pesos por mes, les compran motos, celulares y mala merca”, precisó. Otro factor para aceptar es la protección: a pesar de significar un peligro para sus vidas, logran quedarse bajo el ala de alguno de los que manejan la zona.
Es que gran parte de estos pibes carece del cuidado de familiares y deben buscar un espacio de pertenencia en la calle. “Cuando se los detiene, muchas veces nos los vienen a buscar. Otras veces, nos enteramos que el padre o la madre están presos o que también están complicados con temas de drogas”, reveló otra fuente. Tampoco asisten a la escuela con frecuencia.
En cambio, tienen asistencia perfecta en la esquina, donde suelen juntarse con otros chicos. Como si fuesen todavía niños, juegan un rato a ser adolescentes. No muy lejos, alguien los mira. No son padres ni tíos preocupados, son policías o narcos. Otra vez en el blanco, como casi siempre.
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