Juan Carlos Rézola -cuya captura requirió un mes atrás la juez Susana Luna por su presunta responsabilidad en la violación de su hija adolescente- es un ser extravagante que hacía una vida de animal perseguido, aún antes de este tropiezo judicial. A fines del año pasado llegó a Santo Tomé y construyó su primer refugio subterráneo en los fondos de su casa de chapa y cartón.
Los agentes que lo apresaron el jueves se sorprendieron cuando advirtieron que el buscado había excavado una cueva en medio de un monte aledaño al barrio Las Vegas, una cueva donde vivió durante el último mes junto a su mujer y cuatro hijos. Rézola (36) fue encontrado junto a su esposa (33) y dos de sus hijos de 7 y 10 años de edad, quienes fueron puestos a buen recaudo. Otros chicos de 11 y 14 aparecieron el viernes porque huyeron de la policía y se escondieron en un segundo pozo que guardaba algunas ropas, enseres domésticos y algunos juguetes. Pero la afición por la vida subterránea que se puso de manifiesto cuando desde su casa de Costa Azul Juan Carlos Rézola escapó en dirección al monte aledaño al barrio Las Vegas, era anterior a esa fuga. Rézola llegó con los suyos al barrio de Santo Tomé hacia fines del año pasado y desde entonces sólo se dejaba ver esporádicamente, cuando alguien le llevaba algún automóvil que arreglaba en el camino. También se dejaba ver cuando los chicos regresaban a la casa con las manos vacías porque nada de interés habían encontrado para su padre en el basural vecino, entonces los castigaba furiosamente. La mujer de Rézola, dicen los vecinos, “no se daba con nadie” y todos creen que el hombre la mantenía junto a él bajo amenazas y también que la golpeaba con frecuencia. “En más de siete meses que estuvieron acá no le conocimos la cara”, dijo uno de los entrevistados. También allí, en su casa de Las Vegas, Rézola había excavado su “pozo de zorro” y cuando cualquiera desde la calle imaginaba que el hombre entraba o salía por la parte trasera del terreno él permanecía allí, escondido bajo tierra. En ese pozo el padre incestuoso contaba con ciertas comodidades como un colchón de dos plazas, por ejemplo. Un cúmulo de basura disimulaba la entrada y ocultaba el techo de chapas de ese cubículo inmundo donde -a no dudar-, convivía con ratas y toda suerte de alimañas. De la vida anterior de la familia poco y nada se sabía en Santo Tomé a donde llegaron a comienzos de diciembre de 2010, aparentemente los chicos no concurrían a la escuela más cercana ni a ninguna otra, tampoco eran llevados al dispensario médico de la zona. Era, ciertamente, una familia socialmente invisible. De la existencia de los Rézola habían tenido noticia los funcionarios por el último padrón electoral donde él aparece como domiciliado en el distrito de Colastiné Norte, más precisamente junto a la Ruta 1 a la altura del kilómetro 1.8. Otra referencia al grupo de la familia Rézola es una citación del Juzgado de Menores de 2a. Nominación para que la pareja hiciera valer su derecho sobre sus hijos menores de edad, según publicó este diario el 9 de abril de 2007.
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