Una testigo, querellante y
sobreviviente recorre las alternativas que tuvo el juicio por terrorismo
de Estado más importante de la región. Los testimonios, las pruebas,
los alegatos y la tensa espera por las condenas que dará a conocer el
tribunal.
Cuando todavía se escuchan
los ecos de multitudinarias voces de repudio recorriendo las calles de
Rosario en el trigésimo sexto aniversario del golpe cívico-militar de
1976; está llegando al final uno de los juicios más importantes de
cuantos se vienen realizando en nuestro país. Se trata del primer juicio
que aborda lo sucedido en el que fuera el principal Centro de
exterminio de nuestra provincia y, sin lugar a dudas, uno de los más
importantes del país: el Servicio de Informaciones de la Jefatura de
Policía de Rosario, bajo la intervención del Comandante de gendarmería
Agustín Feced.
Quienes conocimos la intimidad de aquella historia, desde hace
décadas venimos sosteniendo que el grueso de la represión dictatorial en
nuestra zona pasó por ese centro, que más del 90 por ciento de los
hombres, mujeres, niñas y niños nacidos y por nacer secuestrados en
Rosario y sus alrededores éramos llevados escaleras arriba, en la
fatídica esquina de Dorrego y San Lorenzo.El Tribunal Oral Nº 2 fijó el día lunes 26 de marzo a las 12 para comunicar el veredicto del Juicio contra Díaz Bessone, Lofiego, Marcote, Scortecchini, Vergara y Chomicki por detenciones ilegales, homicidios y tormentos, más asociación ilícita, todos agravados. Después de veinte meses de un debate que comenzara el 11 de julio de 2010.
Se trata de la primera parte de la mega?causa Feced que subió a juicio oral (mientras el resto tramita en primera instancia), e incluye los delitos cometidos por el Estado terrorista contra noventa y tres víctimas.
La masa probatoria ventilada en las audiencias es abundante, sólida e irrefutable, no tiene fisura y acredita muchísimos más delitos que los 93 juzgados. Entre otras cosas, da por tierra definitivamente con las pretensiones de discriminar acciones "del ejército" de acciones "de la policía", legando una radiografía del accionar conjunto que a esta altura nadie puede seriamente cuestionar. Unos ciento cuarenta testigos -la mayoría sobrevivientes? brindamos nuestros relatos, aportando cada uno su fragmento del horror protagonizado en aquellos años, afrontando la cuota de sufrimiento que tal rememoración conlleva, con el mismo compromiso que en los peores años nos permitió filtrar clandestinamente las informaciones a través de los muros y las rejas.
En sus alegatos, los defensores no pudieron negar los hechos denunciados, ni aportaron nada digno de mención, como no sea su intento de desacreditar a los testigos, por una u otra vía. Uno de ellos trató de negar entidad a los recuerdos de los sobrevivientes, esgrimiendo teorías sobre recuerdos falsos o direccionados por los organismos de DDHH, sin advertir que si el amedrentamiento y la capucha no hubieran fracasado en su búsqueda de ocultamiento absoluto, ningún juicio contra el terrorismo de estado sería hoy posible. El defensor de Díaz Bessone, empeñado en eximir a su defendido del peso de la ley, incapaz de defender lo indefendible, echó mano de interminables argucias dilatorias destinadas a establecer que el viejo general no se encontraba en condiciones de comprender una sentencia.
Las palabras finales de los imputados recayeron en lo de siempre. Descolló Chomicki, el civil acusado por más de veinte testigos de integrar junto a Nilda Folch (su novia de entonces, actualmente prófuga) las patotas de Feced. De hecho, la pareja contrajo nupcias apadrinada por el mismísimo Feced. Extensas, sus palabras finales ensayaron una especie de alegato paralelo en el que no se privó de enlodar a unos cuantos sobrevivientes acusándolos de delatores, basándose en documentos extraídos del archivo de la época. Los mismos documentos que el fiscal Gonzalo Stara impugnó a lo largo de todas sus intervenciones en el juicio, demostrando cómo, con todos esos registros intencionalmente falsos, se buscó legalizar procedimientos que eran ilegales de punta a punta. Paradójicamente, en su desesperación por defenderse de la abundante prueba en su contra, Chomicki se consolidó en un lugar subjetivo claramente diferenciado del discurso profundamente verdadero y conmocionado de las víctimas, a las que atacó sin ningún freno.
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