La relación tóxica puede venir en varias formas y colores.
El psicópata, la sometida, la culposa, el dios. Por nombrar solo algunos de ellos, bajo los criterios que el sentido común suele otorgarles, y circunscribiendo este post a las mujeres.
El psicópata, ese seductor nato que nos empalaga con su brillantez y carisma, que sabe perfectamente qué movimientos hacer, qué palabras usar, para captar a su presa; no por un interés real en ella sino por la potencialidad que ve en ella. Ese punto débil, ese talón de Aquiles, se convierte en su fortaleza. Sabe captar esa porción de la que se sirve, tejiendo una trama donde quedás atrapada y de dónde es difícil salir como todo circulo vicioso. Y cada vez que estás a punto de hacerlo, pareciera que algo que él hace te convence, y volvés a caer. Un punto en donde la alarma de peligro no funciona, y el goce autodestructivo propio pesa más.
La sometida prácticamente carece de autoestima: ella ES definida por el resto. Es siempre lo que dice la madre, el padre, la vecina, lo que dicen de ella en el trabajo; pero sobre todo, lo que dice él. Es así que se inunda de una ansiedad terrible y desbordante si el no la llama, si el no la registra. Porque de esa mirada depende el sentido de su existencia.
A la culposa siempre le falta algo para llegar a ser lo que él quiere. Ella siempre se manda las cagadas, el la reta, ella corrige, aspirando a ser; en un duelo infanto parental donde la dinámica se reproduce una y otra vez.
El dios. El tipo que encarna todos esos atributos que nosotras queríamos en nuestra pareja ideal. La idealización es tal que poco lugar queda para nosotras.
En esta simplificación accesible de tipologías, subyace un lugar universal para todo tipo de relación. La energía que nutre estas relaciones funciona, como un reloj de arena. Cuando la arena se acumula de un lado, el del objeto de amor, el otro lado va quedando vacío. De la misma manera, cuando el ego es demasiado grande, poca libido queda para el otro, objeto de nuestra elección. En el medio, el típico punto de equilibrio utópico, y lo saludable se parece más a un leve péndulo que va de un lado al otro.
Tampoco es una cuestión que se solucione desde el saber. Te suele rondar la idea que no está bien, pero mejor dejémosla de lado para más adelante… ya todo cambiará.
Por eso también me gusta la metáfora del reloj: El tiempo es esencial. Hay cosas que solo necesitan tiempo de maduración, de trabajo, donde la arena vaya una y otra vez de un lado para el otro hasta el hartazgo. O por el contrario, donde se pase el tiempo y la vida en este tipo de relaciones donde nunca se logra salir sin ayuda.
Como el cigarrillo, es un goce destructivo que no se acaba con saber que hace mal.
El exceso debería ser necesario para parar. Y si no hay registro del exceso, estamos en el terreno de un goce que excede el terreno de este espacio y que habla de una carencia, en ponernos a merced de otro.
Debería ser ley que una sola vez en la vida te permitís perder la dignidad a conciencia, por alguien que no te valora.
El gusto de la intoxicación se siente. Y como ese alimento en mal estado que te provocó el vómito, no deberías poder probarlo probar nunca más.
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