"¿Adónde tenemos que ir?" "¿Qué
tenemos que hacer si no tenemos nada?" se preguntan los pibes entre la
rutina despreocupada de la ancha avenida rosarina. La Secretaría de
Promoción Social anunció que abordará la situación con políticas de
inclusión.
El puñado de cuidacoches asentado sobre
Pellegrini, desde Sarmiento hasta plaza López, interroga a todos: a los
vecinos y empresas que los denunciaron, a la Municipalidad y la Policía
que los corrió, a los automovilistas, a las iglesias y templos en la que
consiguen ayuda. Su pregunta es tan simple como ineludible: ¿Adónde
tenemos que ir? ¿Qué tenemos que hacer si no tenemos nada? Hasta esta
semana, la respuesta del Estado ha sido decomisarles colchones y bolsas
con ropa que constituyen sus mínimas pertenencias, con la expectativa de
desalojarlos de esas cuadras donde la presión de algún frentista halló
eco en la Dirección de Control Urbano. La Secretaría de Promoción Social
reaccionó y anunció que abordará la situación con políticas de
inclusión. La gestión de Mónica Fein rechaza la idea de reglamentar la
actividad. "No es la solución de fondo", dicen.
La reacción de esta docena de jóvenes se tradujo el lunes en la quema
de un contenedor de basura, de una valla de madera. Está claro que,
aunque en la jovial Pellegrini, ellos están fuera de la fauna joven que
atesta las mesas de bares y pizzerías en la zona. Esta más bien debe ser
su sustento. Y juran que no le ponen precio al obligado servicio de
cuidar el auto, tal como les han achacado. "A veces le hacemos una
broma: «Eh, don, son 5 pesos para vos» pero es joda, una sonrisa para
ganarse el cliente. La propina es a voluntad", asegura Mario, 32 años de
vida difícil.Bersuit Vergarabat los describía en Porno Star: "No tienen cara de muy buen comer/ y no toman agua". ¿Cómo se llega hasta tanto desamparo y, a la vez, tener lucidez para contarlo y contarse? "Hace rato que ando en la calle. Acá estoy desde el '97. Todo se pudrió cuando murió mi madre, que era mi guía. Me gusta tomar, no niego, pero no jodo a nadie, al contrario. Estuve preso, pero me rescaté y este lugar me sirvió porque saco una moneda bien, sin hacerle mal a nadie, y los vecinos nos conocen. Hasta de noche sin querer somos como centinelas, porque estamos en la calle y conocemos la movida de acá", cuenta Mario.
"El lunes nos habíamos ido a la fuente de la plaza a refrescarnos y cuando volvimos un camión nos llevaba todo. Quedamos con lo puesto", contó Alejandro. La escena se repitió el miércoles.
El grupo varía de jornada en jornada, de rato en rato. Aunque se distribuyen el estacionamiento a lo largo de cuatro cuadras, en ambas manos, el punto de reunión es la fuente de la López o la vereda donde alguna vez hubo un residencial para ancianos y hoy se levanta un amplio local de una aseguradora. "Son esos los que no nos quieren, pero acá es nuestro lugar. Tiene que haber un arreglo. No molestamos. Una señora tiene algo de razón porque a veces vienen otros y hacen cosas indebidas, y nosotros por no discriminar los dejamos, pero no están todo el tiempo acá. Nos sacan las cosas y nos dicen que nos vayamos al crotario, y qué vamos a hacer ahí, si acá conseguimos para comer y sin afanar. Yo no quiero volver en cana", separó Mario.
Algunos de los trabajadores formales en comercios de la zona aprendieron a convivir con los trapitos. Otros no, y guardan distancia y recelo. Y ellos explican que si se quedan a dormir sobre la vereda o en la plaza es porque es en la noche cuando más plata recaudan. No abandonan el lugar porque no todos tienen adonde volver o lo tienen demasiado lejos. Pero además, si se fueran por unas horas corren el riesgo de que vengan otros a tomar la posta y ya no puedan recuperarla. El poder en la calle se dirime de cualquier forma, según dan a entender. Cuando el sol afloja, llegan tres, cuatro chicas de edad imprecisa, dos con su bebé a cuestas, otro par de niños. Se suman al grupo. "Mirá, ella está embarazada y le llevaron el bolso igual", se quejó uno de los muchachos abrazando a su compañera.
El Flaco, 24 años, asume la primera voz y con recelo plantea: "Todos los que estamos acá tenemos antecedentes (penales), y no queremos estar más en cana. Por eso vivimos acá, porque encontramos un lugar y laburamos por derecha. ¿Qué otra cosa vamos a conseguir si enseguida pintan los antecedentes? No creas que nos gusta que la gente pase y nos vea sentados en la vereda comiendo, haciendo la nuestra, pero sin casa". Y Mario agrega otro detalle clave y común a todos: "No tengo DNI, así que no puedo buscar trabajo, ni una pensión de 500 pesos, porque tampoco tengo domicilio. Por suerte, no tengo hijos. Pero sé que esta vida no es para siempre. Yo quiero zafar", se promete.
El subsecretario de Prevención y Seguridad Ciudadana municipal, Luis Baita, descreyó de que la indefensión sea tal. "Todos los niveles del Estado están tramitando infinidad de documentos todos los días. No es posible hoy que alguien no acceda a eso. Les hemos propuesto otras alternativas para su reinserción, pero tuvimos éxito en muy pocos casos. Ellos pretenden vivir en un lugar público, y violentando los derechos de los demás", expuso el funcionario.
El director de Control Urbano, David Sánchez, había explicado que las razzias de esta semana partieron de denuncias de vecinos. Quince muchachos y niños desalojados en la avenida, y otros cinco en la plaza López. "Son operativos de rutina que hacemos, el número de cuidacoches es la particularidad de esta situación", narró el funcionario.
La posición oficial de la Municipalidad, según la intendenta, está lejos de darle un encuadre legal a la rutina de los cuidacoches. "No es una actividad de las mejores ni para quienes la realizan ni para los demás. Hay que buscar alternativas para estas personas", esgrimió, aunque reconoció que son las múltiples variables de exclusión social las que conducen a estos jóvenes a esa situación. Y ellos, a su modo, siguen preguntando adónde deben ir a seguir existiendo. Hasta el anuncio de la secretaria de Promoción Social, Cecilia González, publicado el jueves por Rosario/12, lo único que el Estado les deparaba era controlarlos más. La preocupación del entorno transita por cuestiones de higiene, de seguridad, de coerción, de espacio público. Consignas de una democracia indiferente para un puñado de jóvenes y niños sin techo que se la rebuscan entre la rutina despreocupada de la ancha avenida rosarina.
Junto a la persiana azul de la aseguradora, alguien consigue en un bar vecino una bandeja con cuatro huevos fritos y pan, y los trae al grupo. Todos comen un poco con dedos de hambre y mugre, y es suficiente para que recién entonces aflore alguna risa, un chiste. La desconfianza hacia la cámara fotográfica afloja y entonces hasta los más huraños acceden a posar: "¡Aguante la banda del trapito!", proclaman frente al flash.
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