La oferta turística para este verano incluye hermosos y relajados recorridos en lancha por los secretos del río. Los turistas descubren en este tipo de paseos una gran variedad de paisajes increíbles.
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Y el río pasa, lleva, algo nos deja y algo se va... Es inconsciente, pero la imagen de Chacho Muller sobrevuela el aire del mediodía, de un mediodía de enero apacible, fresco y la canción se instala. En el Club Náutico Rosario, La Kuqui, una lancha tipo trucker en la que unos minutos más tarde cinco turistas realizarán una excursión inolvidable por las islas, pasa la última revisión antes del viaje.
Junto a ellos, La Capital compartió la experiencia que comandó Sebastián Clerico (33), un joven pero experimentado hombre de río que empezó a trabajar con el turismo hace algunos años, cuando alternaba su trabajo de mozo del bar El Cairo con la realización de excursiones en bicicleta. “Después le vi la veta a los kayaks y hace dos años y medio empecé con la lancha”, cuenta a modo de introducción este ex estudiante de educación física y ex campeón sudamericano de kayak 1997 devenido ahora en propietario de un emprendimiento turístico que muestra otra faceta de Rosario.
La partida está pactada justo al mediodía. El río está algo picado pero Sebastián dice que no es gran cosa. A la espera de los pasajeros cuenta que La Kuqui _nombre puesto en homenaje a su abuela_ tiene 6,50 metros de eslora, 2 de manga y un puntal de 90 centímetros. Desarrolla una velocidad máxima de 45 kilómetros por hora y tiene capacidad para 11 personas. Lo bueno es que en este viaje serán pocos pasajeros: Nora y Eugenia, una bióloga y una secretaria de Lanús, provincia de Buenos Aires, amigas y compañeras de trabajo. Y Gustavo, un camionero de Villa Dolores junto a su mujer Jesús y su hijo Emanuel.
Los turistas ascienden en La Fluvial. Enseguida se ubican equilibrando el peso de la embarcación y se colocan los salvavidas reglamentarios. El capitán pregunta si alguien sufre de náuseas. El viaje comienza, hay por delante 28 kilómetros y casi 2 horas de navegación por el interior de las islas hasta el puente Rosario-Victoria y regreso. Sebastián “pisa” a su lancha y pone proa a la Boca de los Marinos, mientras les señala a los visitantes el banco San Andrés, donde varios intrépidos del kitesurfing despuntan el vicio aprovechando el fuerte viento.
La entrada al riacho Los Marinos marca un cambio abrupto. No sólo circula en sentido contrario al del río Paraná sino que, a diferencia del pariente del mar, está totalmente planchado. La navegación comienza a hacerse lenta para apreciar el paisaje. La silueta de la ciudad se va diluyendo detrás de la isla del Espinillo.
Unos minutos más de navegación y las casas isleñas construidas en lo alto, viejos barcos abandonados como olvidados fantasmas, una vegetación frondosa y variada y las barcazas cargueras paraguayas le van dando forma al paisaje de las islas entrerrianas. Para los turistas todo es una gran sorpresa. El río que nos da y nos quita, diría Chacho Muller.
Llega el cruce con el Paraná Viejo y el rodeo por Las Lechiguanas. El agua mansa y su suave danza en el corazón. Nora pregunta si vive gente en la zona. Sebastián responde que son unas 12 familias asentadas de manera estable aunque la mayoría son casas de fin de semana. Sobre la margen izquierda del riacho, el barco Ciudad de Rosario duerme su sueño de año nuevo.
El guía muestra una canoa nutriera siguiendo por la zona del Charigüé. Nutrias y carpinchos son parte de la fauna. Unos 20 años atrás los lugareños se dedicaban a la caza. Hoy las costumbres cambiaron. Timbós, ceibos, sauces llorones y espinillos, entre otras especies arbóreas, se dejan ver al paso de la embarcación.
A la altura de los silos Davis, el paisaje se cierra sobre ambas márgenes del riacho. Parece selva cerrada. El agua es de otro color y su mansedumbre es una tentación. Hay unos 3 metros de profundidad. Alguien pregunta si es peligroso bajar. “Hay víboras, podés encontrar yarará y curiyú, que puede medir hasta 4 metros”, cuenta Sebastián. El dato asusta un poco.
El curso de agua se ensancha considerablemente y la isla se corta hacia la margen izquierda para recortar la silueta de las torres Dolfines Guaraní. Ya se cumplió casi una hora de navegación y todavía queda bastante por navegar. El recorrido es tranquilo, encantador. Y sobre todo, la ausencia de otras embarcaciones hace más placentero el trayecto. Es que en la zona, además, está prohibido esquiar o realizar todo tipo de actividad náutica.
Se aprecian los paradores y las rampas de acceso a propiedades privadas. Durante los fines de semana a la zona suelen llegar unas 400 embarcaciones.
De repente, se avista un tramo de la conexión vial Rosario-Victoria. Es la prueba fehaciente de que la mitad del recorrido se ha cumplido. El ingreso nuevamente al Paraná hace que La Kuqui se sacuda con ganas, aceptando el convite del río. La parada es debajo del puente mismo. Clerico explica cómo se construyó el puente más largo de Sudamérica, que en su punto más alto tiene 123 metros de altura, tomados desde la base de los pilotes enterrados en 40 metros de barro. Cuenta algunas curiosidades, entre ellas nunca haber podido averiguar cómo un hombre, llamado Ramón, llegó a escribir su nombre en la altura, justo debajo de la cinta asfáltica. Los paseantes miran entre sonrientes y sorprendidos.
El regreso es un poco más previsible. Quedan 13 kilómetros de navegación hasta la Estación Fluvial. El Paseo del Caminante, el balneario La Florida -que a esa hora comienza a poblarse un poco más- y los clubes de la costa muestran sus atractivos. Gustavo, el camionero cordobés, pregunta por los servicios que hay en el balneario y cuenta que tiene muchas ganas de “entrarle” a un pescado. Piensa volver. “Tengo familia acá. Esta es una muy linda experiencia. Había venido pero trabajando, a pasear nunca”, le cuenta al cronista mientras le pide a su hijo que saque más fotos.
“Esto es espectacular, un paseo muy recomendable. Sí, claro que vamos a volver. Y la próxima, si se puede, nos gustaría meternos al agua en la zona de las islas. Me gustó la parte de los riachos, es todo mucho más tranquilo y el paisaje es variado, colorido y diferente a lo que uno está acostumbrado a ver”, dice Nora mientras mira la hora porque a las 15 tienen que tomar el ómnibus de regreso a Buenos Aires.
Una parada frente al Gigante de Arroyito. Sebastián cuenta que las grandes personalidades de Rosario son hinchas de Central: “Olmedo, Fito, Fontanarrosa, Lito Nebbia, Baglietto, no nos privamos de nada...”. Una mención al pasar el complejo inmobiliario de Puerto Norte_ “debe ser uno de los más grandes del país en superficie”, arriesga_, otra pincelada por los clubes de pescadores, anécdotas de los barcos que alguna vez chocaron los muelles, algunos datos históricos sobre el Parque de España y el Monumento a la Bandera y un final de viaje no deseado.
Besos, apretones de manos y despedidas. Imágenes, marcadas a fuego. Un paseo por las islas de otros pero como si fueran de acá. Paisaje, colores, olores. Puro arte natural. Para no perdérselo.
Pequeñas historias escondidas en el delta
El recorrido invita a relajarse. Sebastián es un guía didáctico y cuenta historias interesantes. Como la del Centro Cultural isla Charigüé, donde funciona el Museo Mario, que dirige Mario Domínguez Teixeira, hijo de Raúl Domínguez, el pintor de las islas. Fue la casa del artista plástico rosarino. También funciona, el primer domingo de cada mes, como parroquia, realizándose casamientos y bautismos.
O la de la escuela Nº 26 Leandro Alem, que en 2012 albergó sólo a 11 alumnos. También está el centro de salud, que tiene un médico de lunes a sábados.
Una casa pintada estilo mural no pasa desapercibida. Pertenece, según cuentan, a un acaudalado empresario que convocó a artistas plásticos para que la decoraran de manera llamativa.
El paseo invita a dejar volar la imaginación. Tener una casita en la isla, el sueño del pibe. Alguien tira el dato: con un terreno de 20 metros de costa por 50 de fondo que puede conseguirse en 50 mil pesos, ¿por qué no?. Eso sí, no en cualquier zona. Está claro, sólo son sueños.
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