Ambos ocurrieron el 20 de julio,
uno en barrio 7 Jefes y el otro en Colastiné. Las víctimas coinciden en
que la necesidad de proteger a sus hijos las hizo sacar fuerzas que no
sabían que tenían.
Fueron dos casos que ocurrieron en Santa Fe, con cuatro horas de
diferencia. Era de noche, ellas estaban solas con sus hijos dentro del
auto y sufrieron furiosos robos, a punta de pistola. Se enfrentaron con
delincuentes que, en uno de los hechos no dudaron en disparar –y de las
tres balas, una pasó a menos de 20 centímetros de una beba de un año y
medio– , y en el otro apoyaron el arma en la cabeza de la víctima.
La adrenalina por proteger a sus hijos –y tal vez un poco de suerte– hizo que resultaran ilesas y que las mayores consecuencias del encuentro con ladrones haya sido un susto del que no se van a olvidar jamás, ni ellas ni su familia. Ambas situaciones sucedieron entre el viernes 20 de julio a la noche y el sábado a la madrugada, cuando la ciudad celebraba el Día del Amigo.
“Sólo le veía los ojos”
Eran cerca de las 22 cuando Lorena, una mujer que vive en Colastiné desde hace cuatro años, sobre calle Charrúa, estacionó el auto en la puerta de su casa. Esperó, miró para todos lados y cuando vio que no había nadie abrió el portón y entró el auto a la galería de la casa. Luego ingresó a la vivienda para desactivar la alarma y cuando volvió a salir para bajar a su bebé de la sillita, se encontró con un hombre con la cara tapada con un gorro y una bufanda, que empuñaba un arma.
“Sólo le veía los ojos. Me apuntó con un arma. Yo reaccioné y empecé a gritar, desesperada y el bebé también. Entonces cerró la puerta del auto. Yo no sé si él me tiró al piso o yo me caigo y tampoco recuerdo si él me pega, pero tengo un dedo de la mano fisurado. Yo seguía gritando y el me amenazó para que me callara, que si no nos iba a matar a mí y a mi bebé. Me levantó del piso agarrándome del saco y me arrastró hacia dentro de la casa. Una vez adentro, cargó el arma, le sacó el seguro y me volvió a decir que nos iba a matar a los dos si no le daba plata y joyas. Yo no tenía más dinero que el de la billetera y joyas tampoco, una cadenita nomás. Pero quería más, y me gritaba que bajara al bebé del auto. Yo le decía que no. Después quería subir a las piezas, pero me dio miedo de lo que me pudiera hacer y me volví a tirar al piso”, contó la joven.
Con el bebé aún dentro del auto, Lorena logró convencer al ladrón de que en la casa no había más nada. “Me decía que nos iba a matar a los dos y yo le pedía por favor que no nos hiciera nada”, recordó.
Gritos, golpes y fuga
Mientras tanto, por la cabeza de Lorena daban vuelta mil ideas sobre qué podía ocurrir y las consecuencias de cada movimiento. Pensaba que su marido estaba por llegar a la casa, y cómo podía reaccionar y temía que el ladrón se subiera al auto y se escapara con el bebé.
Entre los gritos, los golpes y no poder levantar a Lorena del piso, el delincuente optó por huir con una notebook y la cartera de Lorena, mientras ella corrió a proteger a su bebé.
El delincuente se fugó y desapareció entre la oscuridad de la noche helada, igual que cuando la sorprendió minutos antes, de un instante al otro. La policía tardó más de media hora en llegar al lugar; después, explicarían que el retraso fue porque no tenía un móvil para el traslado.
A metros de la Costanera
El sábado 21 de julio a la madrugada, Cristal, una joven de 33 años estaba por dejar a su mamá en la casa, en barrio 7 Jefes, pero vio un grupo de jóvenes, entre los que había dos chicas, con una actitud que le pareció extraña.
Dio algunas vueltas manzanas con el auto, esperando que se fueran, pero su beba estaba muy inquieta y lloraba porque tenía hambre. Ella conducía y su mamá, de 57 años, y la nena estaban en el asiento de atrás de la Sandero Stepway. Estacionó el auto en una cuadra donde vio que una mujer justo había entrado el auto a la casa, y le pareció más seguro, en la zona de Grand Bourg y Pedro Ferré, a metros de la Costanera.
Para intentar calmar a la chiquita, Cristal se dio vuelta en su asiento y no vio que el grupo de chicos se aproximaba al auto. La madre de la joven los vio pero por el miedo no pudo gritar y sólo alcanzó a decirle a Cristal, entre dientes: “Acelerá”, pero era tarde.
Uno de los jóvenes abrió la puerta trasera, del lado donde estaba sentada la mujer mayor, pero de un tirón ella alcanzó a volverla a cerrar y poner la traba. En el mismo momento, otro muchacho intentaba abrir la puerta del lado del conductor, que sí estaba trabada. Ambos estaban armados y el joven que le apuntaba a la madre de Cristal disparó.
La bala destrozó ambas ventanillas traseras, que estallaron y perdigonaron astillas de vidrio para todos lados. El disparo pasó a centímetros de la bebé, que resultó ilesa porque su abuela alcanzó a cubrirla con el cuerpo.
Todo sucedió en milésimas de segundos. “No sé cómo hice, pero arranqué el auto y aceleré a fondo. Casi choco a uno de los delincuentes. Escuché al menos dos disparos más, uno de los cuales también pegó en el vidrio del auto y sentí que mi hija estaba muda. Estaba desesperada”, recordó Cristal.
Y continuó: “Conduje hasta la Costanera, y fui hacia el norte. Mientras manejaba me di vuelta y la escena que vi fue un horror. Mi mamá lloraba, tenía la cara lastimada por los vidrios, y la nena tenía un poquito de sangre en la cabeza y estaba pálida. Hasta ese momento yo no sabía si estaba lastimada o no. Encontré un patrullero en avenida Almirante Brown y Espora. Recién ahí frené, les toqué bocina y les hice señas de luces hasta que se dieron cuenta que les estaba pidiendo ayuda”. Les contó a los policías lo que había pasado y llamaron a una ambulancia, a su marido y a su padre. La mujer fue llevada al hospital Cullen, y la nena al Alassia.
La adrenalina por proteger a sus hijos –y tal vez un poco de suerte– hizo que resultaran ilesas y que las mayores consecuencias del encuentro con ladrones haya sido un susto del que no se van a olvidar jamás, ni ellas ni su familia. Ambas situaciones sucedieron entre el viernes 20 de julio a la noche y el sábado a la madrugada, cuando la ciudad celebraba el Día del Amigo.
“Sólo le veía los ojos”
Eran cerca de las 22 cuando Lorena, una mujer que vive en Colastiné desde hace cuatro años, sobre calle Charrúa, estacionó el auto en la puerta de su casa. Esperó, miró para todos lados y cuando vio que no había nadie abrió el portón y entró el auto a la galería de la casa. Luego ingresó a la vivienda para desactivar la alarma y cuando volvió a salir para bajar a su bebé de la sillita, se encontró con un hombre con la cara tapada con un gorro y una bufanda, que empuñaba un arma.
“Sólo le veía los ojos. Me apuntó con un arma. Yo reaccioné y empecé a gritar, desesperada y el bebé también. Entonces cerró la puerta del auto. Yo no sé si él me tiró al piso o yo me caigo y tampoco recuerdo si él me pega, pero tengo un dedo de la mano fisurado. Yo seguía gritando y el me amenazó para que me callara, que si no nos iba a matar a mí y a mi bebé. Me levantó del piso agarrándome del saco y me arrastró hacia dentro de la casa. Una vez adentro, cargó el arma, le sacó el seguro y me volvió a decir que nos iba a matar a los dos si no le daba plata y joyas. Yo no tenía más dinero que el de la billetera y joyas tampoco, una cadenita nomás. Pero quería más, y me gritaba que bajara al bebé del auto. Yo le decía que no. Después quería subir a las piezas, pero me dio miedo de lo que me pudiera hacer y me volví a tirar al piso”, contó la joven.
Con el bebé aún dentro del auto, Lorena logró convencer al ladrón de que en la casa no había más nada. “Me decía que nos iba a matar a los dos y yo le pedía por favor que no nos hiciera nada”, recordó.
Gritos, golpes y fuga
Mientras tanto, por la cabeza de Lorena daban vuelta mil ideas sobre qué podía ocurrir y las consecuencias de cada movimiento. Pensaba que su marido estaba por llegar a la casa, y cómo podía reaccionar y temía que el ladrón se subiera al auto y se escapara con el bebé.
Entre los gritos, los golpes y no poder levantar a Lorena del piso, el delincuente optó por huir con una notebook y la cartera de Lorena, mientras ella corrió a proteger a su bebé.
El delincuente se fugó y desapareció entre la oscuridad de la noche helada, igual que cuando la sorprendió minutos antes, de un instante al otro. La policía tardó más de media hora en llegar al lugar; después, explicarían que el retraso fue porque no tenía un móvil para el traslado.
A metros de la Costanera
El sábado 21 de julio a la madrugada, Cristal, una joven de 33 años estaba por dejar a su mamá en la casa, en barrio 7 Jefes, pero vio un grupo de jóvenes, entre los que había dos chicas, con una actitud que le pareció extraña.
Dio algunas vueltas manzanas con el auto, esperando que se fueran, pero su beba estaba muy inquieta y lloraba porque tenía hambre. Ella conducía y su mamá, de 57 años, y la nena estaban en el asiento de atrás de la Sandero Stepway. Estacionó el auto en una cuadra donde vio que una mujer justo había entrado el auto a la casa, y le pareció más seguro, en la zona de Grand Bourg y Pedro Ferré, a metros de la Costanera.
Para intentar calmar a la chiquita, Cristal se dio vuelta en su asiento y no vio que el grupo de chicos se aproximaba al auto. La madre de la joven los vio pero por el miedo no pudo gritar y sólo alcanzó a decirle a Cristal, entre dientes: “Acelerá”, pero era tarde.
Uno de los jóvenes abrió la puerta trasera, del lado donde estaba sentada la mujer mayor, pero de un tirón ella alcanzó a volverla a cerrar y poner la traba. En el mismo momento, otro muchacho intentaba abrir la puerta del lado del conductor, que sí estaba trabada. Ambos estaban armados y el joven que le apuntaba a la madre de Cristal disparó.
La bala destrozó ambas ventanillas traseras, que estallaron y perdigonaron astillas de vidrio para todos lados. El disparo pasó a centímetros de la bebé, que resultó ilesa porque su abuela alcanzó a cubrirla con el cuerpo.
Todo sucedió en milésimas de segundos. “No sé cómo hice, pero arranqué el auto y aceleré a fondo. Casi choco a uno de los delincuentes. Escuché al menos dos disparos más, uno de los cuales también pegó en el vidrio del auto y sentí que mi hija estaba muda. Estaba desesperada”, recordó Cristal.
Y continuó: “Conduje hasta la Costanera, y fui hacia el norte. Mientras manejaba me di vuelta y la escena que vi fue un horror. Mi mamá lloraba, tenía la cara lastimada por los vidrios, y la nena tenía un poquito de sangre en la cabeza y estaba pálida. Hasta ese momento yo no sabía si estaba lastimada o no. Encontré un patrullero en avenida Almirante Brown y Espora. Recién ahí frené, les toqué bocina y les hice señas de luces hasta que se dieron cuenta que les estaba pidiendo ayuda”. Les contó a los policías lo que había pasado y llamaron a una ambulancia, a su marido y a su padre. La mujer fue llevada al hospital Cullen, y la nena al Alassia.
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