El final fue más de lo mismo. El principio, con expectativas, y el medio queriendo sin poder llenarlas, también. Estos últimos espacios de tiempo se refieren estrictamente al partido.
El final fue más de lo mismo. El principio, con expectativas, y el medio queriendo sin poder llenarlas, también. Estos últimos espacios de tiempo se refieren estrictamente al partido. El primero, al después, con una postal que se está repitiendo peligrosamente y que no descomprime ni con técnico nuevo: la de un grupo impaciente de hinchas, minúsculo en comparación con la gente que va a la cancha, generando disturbios en la zona de vestuarios y hasta tratando de romper alambrados, lo que motivó la intervención policial, con balas de goma incluidas. Y Newell’s no fue goleado. Es más, de nuevo no perdió en casa. Además, mereció tener un premio mejor a su esfuerzo. Pero como no hay caso, como la sensación de frustración es un replay en el Coloso, pareció empezar a entenderse que este plantel es de techo bajo. Y que el 0 a 0 ante Arsenal, al fin, fue lógico. Algunas señales que entregaron las tribunas parecieron ayer hablar claramente de eso. El “huevo, huevo, huevo” que nació casi con el amanecer del partido y con Newell’s buscando hacer circular bien la pelota, como pidió Cagna. Un aplauso cerrado a Valencia al minuto 45, tras el primer tiro al arco, sin mucha fuerza ni dirección, que habló de conformarse con poco. Y el cántico insultando a los jugadores al final, en el mejor momento rojinegro, fueron el prólogo de lo que vendría después. La historia reciente y la sensación de que no hay con qué darle, parecieron llenar de impotencia a todo el pueblo leproso, más después de que Noir dilapidara un gol imposible tras la mejor jugada de Camacho desde que llegó al Parque. Y la descarga a la salida, obró en igual sentido. Si no fuera así, costaría entender semejante bronca. Pero claro, la verdad fue que, en los hechos, Newell’s no logró hacer borrón y cuenta nueva con el estreno de Cagna, pero en otro contexto tal vez no hubiera sido para tanto. Y no lo logró ni con Valencia de entrada, pese a que el colombiano tocó varias pelotas bien en el primer tiempo, antes de diluirse en el complemento. Ni con Pablo Pérez arrancando por izquierda para terminar soltándose bien por el centro. Ni con Sperduti de volante derecho, una posición que, se sabe, no le gusta ni le sienta. Ni con la vuelta de Cristian Díaz, que recién pudo ser más incisivo cuando salió el Gordo para que ingrese Villalba, en un cambio que pareció defensivo, pero que le permitió tener más profundidad al equipo. Ni con el ingreso de Noir, que puede pesar más con mayor resto que el rival pero lo opacó el gol marrado. Y ni siquiera con ese remate de Pérez, con factor sorpresa tan pocas veces usado, que terminó en el palo de Campestrini. Por eso Cagna debió hacerse cargo de un final pesado, aunque al separar la paja del trigo debió rescatar cosas positivas del equipo, que debió ganarle a un mezquino y mañoso rival. Pero claro, los intérpretes son los mismos de otrora. Los merecimientos se quedan en eso como antaño. Y las situaciones de gol se siguen gestando sin concretarlas. Por eso un final parecido. Es que a su Newell’s, el pasado lo condena.
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