Más allá del significado circunstancial que pueda tener hablar de un Día del Padre, su persona lo merece. Su figura forma parte de esas relaciones primarias que hablan de nuestro origen y hacen a la realidad social de nuestra vida. Paternidad, maternidad, filiación y fraternidad evocan esa realidad única y personal que nos define socialmente. Ella pertenece a ese “humus” del que provenimos y nos da identidad. Hoy queremos festejarlos y agradecerles, aun sabiendo que su persona no nos determina de un modo absoluto, dado que con nuestra libertad nos engendramos a nosotros mismos.
Sin embargo, en esta misma autonomía reconocemos su protagonismo en el don de la vida. Nuestro hoy sería impensable sin ellos. Qué importante cuando su presencia o recuerdo es fuente de riqueza y sabiduría, y qué triste, en cambio, cuando su figura se va desdibujando. Hay algo que es propio en la responsabilidad de ser padre, pero también nos cabe a nosotros valorar su tarea como la sociedad sostener su misión.
La paternidad trasciende la dimensión meramente biológica de la procreación, por ella pasa la genealogía de una persona que tiene su inicio en Dios. Toda paternidad tiene su fundamento en Dios. Esto no disminuye su grandeza, por el contrario, la hace partícipe de un acto creador único y personal de Dios. La fe no niega el valor humano de la paternidad, sino que le da un sentido que la trasciende y enriquece, porque la contempla desde la verdad profunda de lo que es: “Los padres, como ministros de la vida, nunca deben olvidar que la dimensión espiritual de la procreación merece una consideración superior a la reservada a cualquier otro aspecto” (Compendio Doctrina Social de la Iglesia, 237).
Esta conciencia y esta realidad la percibimos, particularmente en la catequesis familiar, cuando vemos los frutos de aquellos padres que asumen su responsabilidad y acompañan a sus hijos en la Iniciación Cristiana; la paternidad alcanza en ellos, un nivel de realización espiritual.
La paternidad, como la maternidad, tiene la riqueza del don y la sabiduría del olvido de uno mismo: “El deseo de paternidad no justifica ningún derecho al hijo, en cambio, son evidentes los derechos del hijo, incluso de quien aún no ha nacido, al que se deben garantizar las mejores condiciones de existencia, mediante la estabilidad de la familia fundada sobre el matrimonio y la complementariedad de las dos figuras, paterna y materna” (Compendio, 235). No siempre se dan las condiciones ideales de una familia, pero siempre debe estar presente la verdad del misterio de la vida y el significado de la mediación de la paternidad y maternidad.
Qué triste la ausencia del padre en la vida y la formación del hijo, es un derecho que reclama y necesita. Cuántas veces la imagen de Dios Padre, que es fundamento de toda paternidad, sana estas heridas y suple su ausencia. La presencia de Dios es garantía para el niño de saberse amado y nunca abandonado. Les diría a los padres en su Día que Dios los ama y sostiene, y que es la fuerza que da sentido a la vocación que están llamados a vivir.
Quiero unir a mi afecto mis oraciones por ustedes, que en este día van a ser festejados en sus familias. También tengo presente a aquellos que ya no están, pero que nos han dejado con su vida un testimonio que nos acompaña. Reciban de su Obispo que los valora, mi bendición en el Señor Jesús y Nuestra Madre de Guadalupe.
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