Así lo expresó la psicóloga
Catalina Gorosito sobre la manifestación de un grupo de padres en apoyo
al docente de la escuela Ceferino Namuncurá, investigado por el abuso a
una alumna.
El lunes pasado un pequeño grupo de padres se reunieron frente al
colegio Ceferino Namuncurá, de barrio Yapeyú, y levantaron cartulinas
con leyendas en defensa de un docente de la institución acusado de haber
abusado de una niña de 10 años. Y la manifestación logró una
repercusión mediática preocupante. Es que el razonamiento de las madres
que expusieron a sus hijos al reclamo de justicia por el imputado,
culpabiliza a la víctima.
“Si el profesor fuera un abusador, debería haber más denuncias en su contra. Es una sola nena la que se quejó del docente”, indicaron los adultos a los medios de prensa durante el abrazo simbólico y pusieron de manifiesto cuatro de los mecanismos más temibles a la hora de prevenir los casos de abuso y maltrato infantil: deslegitimar la voz de los niños; creer que porque sucedió una sola vez fue un error; considerar figuras como la de un docente como incompatibles con la comisión de un delito contra sus pupilos; y culpabilizar a la víctima.
La “no solución”
En diálogo con Diario UNO, la psicóloga Catalina Gorosito, consideró esta manifestación de los padres como “un síntoma alarmante”. “Si un chico pide ayuda, si nos dice que algo malo le está sucediendo, ¿por qué se cuestiona inmediatamente la veracidad de lo que expresa? Creo que ocurre porque muchas veces se legitima o se le da autoridad sólo a la palabra de los adultos y de esa manera se esconde el problema, se tapa la corrupción”.
“Sin embargo –continuó– es un mecanismo gravísimo, porque al silenciar al niño que está denunciando, los adultos se vuelven cómplices de la perversidad. En el colectivo social, frente a determinadas cuestiones que es necesario denunciar y debatir, opera como contrapeso la famosa frase «no te metas». Frente a esta «no solución» se coloca al niño en una total indefensión por la falta de credibilidad en su relato, que dado lo traumático de lo vivido, genera siempre un bloqueo emocional, angustia, miedo, con otros síntomas, que dificulta la posibilidad de verbalizar lo que ha vivido”.
—¿Cómo se puede prevenir este tipo casos?, ¿qué deberían tener en cuenta las autoridades de los colegios y los familiares de los niños?
—Al quitarle credibilidad a la palabra de un individuo se lo priva de ser sujeto de derecho y se le quita dignidad a su condición de niño. Por eso en estos casos es tan importante rescatar la responsabilidad de las instituciones educativas, en cuanto a la observación y seguimiento de actitudes y modalidades de vínculo que ponen en práctica los docentes. Si bien es muy importante la comunicación y el afecto respetuoso para un aprendizaje saludable, esto está muy lejos de actitudes de seducción, que muchas veces están ocultas por una actitud carismática y hasta demagógica para conseguir el afecto de los niños.
“Por eso, creo que las autoridades de una escuela, y también los padres de los estudiantes, tienen que estar atentos para ver qué tipo de relación y vínculo se establece con los chicos. Porque a veces, esa búsqueda de afecto que tienen los chicos frente a otras carencias familiares, hacen propicio un terreno frágil para quien tiene toda una predisposición para este tipo de actitudes perversas con respecto a los chicos. Por eso es importante la mirada atenta y prolija de quienes están a cargo de la conducción de la institución”.
Derribar los mitos
Para Gorosito, esta manifestación del grupo de padres tiene como trasfondo un mandato muy difícil de modificar: “Si el docente está para enseñar, es bueno y si es bueno es imposible que cometa un abuso”. Sin embargo, el mismo debate social se planteó cuando comenzaron a destaparse los pormenores del juicio que condenó al cura Julio Grassi, a 15 años de prisión por abuso sexual de un menor. Hasta el día de hoy, hay personas que defienden la inocencia del párroco.
“Que un cura pueda toquetear a una criatura parecía imposible, que un docente lo hiciera, cuando está enseñándoles es imposible. Y son esos antiguos paradigmas los que no dejan ver que un niño está pidiendo ayuda. Y sin embargo, en muchísimos casos de violencia intrafamiliar son los niños quienes primero hablan y cuentan lo que están sufriendo, incluso antes de que su madre haga la denuncia”.
—¿Se puede considerar esta negación como un mecanismo de defensa?
—Sí, es una forma de aceptar la realidad que te toca aun cuando no te guste. Es tan fuerte, tan doloroso o tan problemático que dejás de verlo porque no tenés herramientas para cambiarlo. Sin embargo, ésta es una diferencia con los chicos. A veces, los niños no pueden poner en palabras lo que les está pasando y sin embargo expresan lo que sienten. Lo hacen a través de síntomas físicos y psicológicos como angustias, miedos, fobias, dificultades de aprendizaje, que hoy en las escuelas pueden ser detectados.
“De todas maneras, creo que estamos viviendo un cambio social muy profundo que les ha otorgado espacio a las víctimas –sobre todo a las mujeres– a que denuncien abusos. El problema es que manifestaciones o apoyos como el que ocurrió en este colegio es un resabio de aquel viejo paradigma. No podemos decir que un docente es bueno porque no tuvo «otras» inconductas. Ya una inconducta marca una alerta. Los abusos a menores son tan graves por las relaciones asimétricas en las que suceden que por lo menos hay que investigar antes de salir a defenderlo”.
Proyectar la culpa en la víctima
Por otra parte, Gorosito insistió en la importancia de no culpabilizar a la víctima. Y consideró que la clave para esto es “defender la autoría de la palabra”. “En este sentido, los casos de abusos sexuales son equiparables a los de violencia doméstica. Cuando se denuncia una perversidad tan fuerte debe ser escuchada y se debe actuar de inmediato. No hay espacio para dudas ni para cuestionamientos del tipo «si hubo golpes es porque algo hizo». La responsabilidad nunca puede ser proyectado sobre la víctima”, expresó la psicóloga y recordó el caso de abuso sucedido en la localidad de General Villegas, Buenos Aires.
El escándalo en la ciudad de 17.000 habitantes, situada a 470 kilómetros al noroeste de la capital del país, se desató tras la difusión de un video que mostraba a tres hombres, de entre 25 y 30 años, manteniendo relaciones sexuales con una chica de 14.
Los hombres fueron imputados por los delitos de “abuso deshonesto y violación agravado por la participación de más de una persona”, y la medida judicial tuvo una polémica respuesta social con una movilización –encabezada por la esposa de uno de los acusados– que reclamaban por la inocencia de los acusados y a los gritos exigieron que la familia de la adolescente se fuera de la ciudad.
“Si el profesor fuera un abusador, debería haber más denuncias en su contra. Es una sola nena la que se quejó del docente”, indicaron los adultos a los medios de prensa durante el abrazo simbólico y pusieron de manifiesto cuatro de los mecanismos más temibles a la hora de prevenir los casos de abuso y maltrato infantil: deslegitimar la voz de los niños; creer que porque sucedió una sola vez fue un error; considerar figuras como la de un docente como incompatibles con la comisión de un delito contra sus pupilos; y culpabilizar a la víctima.
La “no solución”
En diálogo con Diario UNO, la psicóloga Catalina Gorosito, consideró esta manifestación de los padres como “un síntoma alarmante”. “Si un chico pide ayuda, si nos dice que algo malo le está sucediendo, ¿por qué se cuestiona inmediatamente la veracidad de lo que expresa? Creo que ocurre porque muchas veces se legitima o se le da autoridad sólo a la palabra de los adultos y de esa manera se esconde el problema, se tapa la corrupción”.
“Sin embargo –continuó– es un mecanismo gravísimo, porque al silenciar al niño que está denunciando, los adultos se vuelven cómplices de la perversidad. En el colectivo social, frente a determinadas cuestiones que es necesario denunciar y debatir, opera como contrapeso la famosa frase «no te metas». Frente a esta «no solución» se coloca al niño en una total indefensión por la falta de credibilidad en su relato, que dado lo traumático de lo vivido, genera siempre un bloqueo emocional, angustia, miedo, con otros síntomas, que dificulta la posibilidad de verbalizar lo que ha vivido”.
—¿Cómo se puede prevenir este tipo casos?, ¿qué deberían tener en cuenta las autoridades de los colegios y los familiares de los niños?
—Al quitarle credibilidad a la palabra de un individuo se lo priva de ser sujeto de derecho y se le quita dignidad a su condición de niño. Por eso en estos casos es tan importante rescatar la responsabilidad de las instituciones educativas, en cuanto a la observación y seguimiento de actitudes y modalidades de vínculo que ponen en práctica los docentes. Si bien es muy importante la comunicación y el afecto respetuoso para un aprendizaje saludable, esto está muy lejos de actitudes de seducción, que muchas veces están ocultas por una actitud carismática y hasta demagógica para conseguir el afecto de los niños.
“Por eso, creo que las autoridades de una escuela, y también los padres de los estudiantes, tienen que estar atentos para ver qué tipo de relación y vínculo se establece con los chicos. Porque a veces, esa búsqueda de afecto que tienen los chicos frente a otras carencias familiares, hacen propicio un terreno frágil para quien tiene toda una predisposición para este tipo de actitudes perversas con respecto a los chicos. Por eso es importante la mirada atenta y prolija de quienes están a cargo de la conducción de la institución”.
Derribar los mitos
Para Gorosito, esta manifestación del grupo de padres tiene como trasfondo un mandato muy difícil de modificar: “Si el docente está para enseñar, es bueno y si es bueno es imposible que cometa un abuso”. Sin embargo, el mismo debate social se planteó cuando comenzaron a destaparse los pormenores del juicio que condenó al cura Julio Grassi, a 15 años de prisión por abuso sexual de un menor. Hasta el día de hoy, hay personas que defienden la inocencia del párroco.
“Que un cura pueda toquetear a una criatura parecía imposible, que un docente lo hiciera, cuando está enseñándoles es imposible. Y son esos antiguos paradigmas los que no dejan ver que un niño está pidiendo ayuda. Y sin embargo, en muchísimos casos de violencia intrafamiliar son los niños quienes primero hablan y cuentan lo que están sufriendo, incluso antes de que su madre haga la denuncia”.
—¿Se puede considerar esta negación como un mecanismo de defensa?
—Sí, es una forma de aceptar la realidad que te toca aun cuando no te guste. Es tan fuerte, tan doloroso o tan problemático que dejás de verlo porque no tenés herramientas para cambiarlo. Sin embargo, ésta es una diferencia con los chicos. A veces, los niños no pueden poner en palabras lo que les está pasando y sin embargo expresan lo que sienten. Lo hacen a través de síntomas físicos y psicológicos como angustias, miedos, fobias, dificultades de aprendizaje, que hoy en las escuelas pueden ser detectados.
“De todas maneras, creo que estamos viviendo un cambio social muy profundo que les ha otorgado espacio a las víctimas –sobre todo a las mujeres– a que denuncien abusos. El problema es que manifestaciones o apoyos como el que ocurrió en este colegio es un resabio de aquel viejo paradigma. No podemos decir que un docente es bueno porque no tuvo «otras» inconductas. Ya una inconducta marca una alerta. Los abusos a menores son tan graves por las relaciones asimétricas en las que suceden que por lo menos hay que investigar antes de salir a defenderlo”.
Proyectar la culpa en la víctima
Por otra parte, Gorosito insistió en la importancia de no culpabilizar a la víctima. Y consideró que la clave para esto es “defender la autoría de la palabra”. “En este sentido, los casos de abusos sexuales son equiparables a los de violencia doméstica. Cuando se denuncia una perversidad tan fuerte debe ser escuchada y se debe actuar de inmediato. No hay espacio para dudas ni para cuestionamientos del tipo «si hubo golpes es porque algo hizo». La responsabilidad nunca puede ser proyectado sobre la víctima”, expresó la psicóloga y recordó el caso de abuso sucedido en la localidad de General Villegas, Buenos Aires.
El escándalo en la ciudad de 17.000 habitantes, situada a 470 kilómetros al noroeste de la capital del país, se desató tras la difusión de un video que mostraba a tres hombres, de entre 25 y 30 años, manteniendo relaciones sexuales con una chica de 14.
Los hombres fueron imputados por los delitos de “abuso deshonesto y violación agravado por la participación de más de una persona”, y la medida judicial tuvo una polémica respuesta social con una movilización –encabezada por la esposa de uno de los acusados– que reclamaban por la inocencia de los acusados y a los gritos exigieron que la familia de la adolescente se fuera de la ciudad.
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