El único gol del partido lo convirtió el Burrito Juan Manuel Martínez a los 4 minutos del segundo tiempo. Bruno Urribarri se fue expulsado por doble amarilla a los 28' de la segunda etapa.
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Boca se llenó de victoria en su Bombonera vacía de gente, de clamor, de impulso. Gritó su triunfo sin el grito de su gente. Rompió la peor de sus rachas sin su mejor fútbol, pero con cierta autoridad recuperada. Señores, al fin, ganó Boca en este torneo Final. Lo que era habitual y se transformó por un tiempo absurdo en ausencia, volvió a suceder. Circunstancias al margen, la vieja y sana costumbre recuperó la escena.
El Boca del torneo local se mide en tiempo presente y de urgencia. Obligado a jugar entre silencios es el mismo Boca obligado a terminar con la peor de las rachas de su historia, de glorias repetidas, nacida hace más de un siglo. Y ahí está, atento, sin sus figuras de gala, pero con esos nombres que cuentan un pasado relevante en términos individuales. La pregunta invita; ¿existe una delantera mejor, en términos nominales, que la que componen ahora Martínez y Silva bajo el cercano cielo del Riachuelo? Este Boca no es poco, incluso más allá de sus resultados escasos. Parece absurdo que sea el peor Boca de la historia en territorio local, tal como Ramón Díaz contó.
Nada se escucha en La Bombonera más que relatos de mil radios y quejas de futbolistas y pitazos intensos de Néstor Pitana. Más allá del contexto, y de esos fuegos artificiales que desde el barrio llegan, Boca no juega hoy mejor que el Boca frecuente. Enfrente tiene a un rival en días de mejoría, pero eso no es excusa. No se parece el equipo de Carlos Bianchi a un equipo que respete esa impronta de equipo vencedor. No domina, no genera entusiasmo, no brinda garantías. Será, quizá, esa obsesión de Libertadores que lo habita.
Boca se acercó más que el austero Colón en ese primer tiempo de encantos ausentes. Ese remate de Martínez que chocó contra el palo derecho de Diego Pozo (apenas logró desviar el disparo) resultó lo más parecido a un gol y a una llegada a fondo en la mitad inaugural. Más allá de búsquedas y de llegadas, quedó una impresión al cabo del primer tramo del encuentro: a Colón poco le importaba que el desarrollo fuera feo y que un punto le quedara a cada uno; a Boca le dolía ese reparto de ceros.
Actuó en consecuencia Boca. Se tomó en serio dos cosas: primero, la necesidad de romper la maldición de tantos partidos sin victorias; segundo, la obligación de volver a jugar como lo que es, un gigante del fútbol argentino. Al menos por un ratito consiguió conjugar ambas cuestiones. No hubo casualidad: a los cuatro minutos del complemento se puso en ventaja. Aparición por la derecha de Lautaro Acosta, desequilibrio, centro impecable y cabezazo preciso de Juan Manuel Martínez. Uno a cero. Retrato de justicia.
De todos modos, Boca no ofrece garantías. Sobre todo cuando juega en el ámbito local. Un puñado de minutos después de ponerse en ventaja necesitó del azar y de una estupenda acrobacia de Claudio Pérez para sostener el 1-0. Y luego, más allá de que generó situaciones de peligro frente al arco rival, caminó por esa incómoda cornisa a la que se exponen los equipos presos de sus propias debilidades.
De todos modos, Boca no ofrece garantías. Sobre todo cuando juega en el ámbito local. Un puñado de minutos después de ponerse en ventaja necesitó del azar y de una estupenda acrobacia de Claudio Pérez para sostener el 1-0. Y luego, más allá de que generó situaciones de peligro frente al arco rival, caminó por esa incómoda cornisa a la que se exponen los equipos presos de sus propias debilidades.
Sin embargo, más allá de dificultades, Boca supo construir una victoria después de tanto tiempo (la última había sido en aquel debut feliz, en esta misma cancha, frente a Quilmes) y lo hizo por acumulación de méritos. Porque más allá de carencias que no son nuevas ni ocultables, fue mejor que el equipo de Santa Fe. Y aunque el empate mucho se pareció a un fantasma latente, el equipo del Virrey supo resolver ante la adversidad que se le presentó. Es cierto: no le sobró casi nada. O nada. Pero ni el Colón más audaz del final consiguió doblegarlo. Y eso, decididamente, también resulta un inequívoco indicio de mejoría.
Está claro que el horizonte internacional ofrece la más preciosa de las tentaciones para Boca. Pero esta victoria ante Colón le quita de la cabeza a este equipo un estigma que crecía. Sí, ganó Boca. Sí, ya puede pensar sin traumas en eso que tanto se parece al perfecto idilio de su historia: la Libertadores. Nada menos.
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