En barrio Centenario todos conocen la historia del hombre que sobrevivió casi dos días aferrado al ventilador de techo cuando las aguas del río Salado ingresaron a la ciudad. Viudo, padre de dos hijos y vendedor ambulante, Marcos Serrudo recibió a Diario UNO en su vivienda y relató cómo fue, en qué pensó y de qué manera continúa su vida, diez años después.
“Me imaginaba que iban a venir”, dijo al abrir la puerta y agregó: “Los primeros tiempos estaba muy mal. No dormía, no me podía recuperar y estaba nervioso. Incluso, ahora mismo, escucho tormenta y me levanto. No quiero que me agarre acostado como aquella vez, tampoco desprevenido…”.
—Cuéntenos qué recuerda de ese momento…
—Yo venía de trabajar del centro, donde estaba vendiendo los muñequitos de Piñón Fijo, y cuando pasé frente a la casa de mi hijo, acá a la vuelta, lo veo en la puerta con mi nieta. Le pregunté qué pasaba que todo el mundo se iba, porque había visto camionetas con sillas, colchones, televisores… Me dijo: “Papá, se dice que hay inundación”. Enseguida le contesté que no, que seguramente serían veinte centímetros, como mucho. Le dije que cuidara la nena, que se quedara tranquilo y seguí mi marcha. Llegué a mi casa, tomé unos mates, y después me acosté un rato… Cuando me desperté, escuché truenos y viento. Atiné a levantarme y al poner los pies en el suelo me di cuenta de que había mucha agua. Corrí a la ventana y vi cómo se arrastraba todo, entonces reaccioné que era en serio que se venía el agua.
—¿Y, qué hizo?
—Pensé en irme. Busqué las llaves, las apoyé sobre el televisor y me hice paso hasta el fondo para sacar algo, no me acuerdo qué. Cuando quise volver para abrir la puerta, la TV se había dado vuelta… Todo estaba cerrado, no tenía salida. Ahí me agarró la desesperación.
El agua subía con tanta fuerza que empujó a Marcos hasta la pieza. Él estaba perdido, la oscuridad (ya era de noche) lo desorientaba, hasta que con la mano tocó la paleta del ventilador y supo que estaba en la pieza. “Hice fuerza, me aferré al aparato y empecé a gritar”, dijo el hombre.
—¿Cómo fueron esas horas, aferrado al ventilador?
—Escuchaba los gritos de la gente, los perros ladrar y al vecino de al lado, David Bustos, que me gritaba: “Marcos, ¿estás bien?”. Yo al principio le contestaba, pero llegó un momento en que no tuve más fuerzas, me quedé duro, sentía que el cuerpo se me hinchaba…
El hombre, que por aquél entonces tenía 62 años, sobrevivió tomando el mismo agua de donde flotaba y comiendo una zanahoria que apareció flotando. “Tenía hambre y frío”, recuerda.
—¿Cuándo lo rescataron?
—Yo grité todo lo que pude: “¡Sálvenme que me ahogo!”, hasta que me quedé sin voz... Recuerdo, entonces, que sentí que me moría y le pedí a Dios que no me dejara morir ahogado. Pasaron dos minutos y escuché a los buzos tácticos que entraban. Cuando abrieron la puerta entró más agua, que me cubrió todo el cuerpo, pero no me solté, seguí aferrado. Después, sentí unos brazos que me sujetaron y me dejé llevar.
Fue su vecino –al que Marcos dice que le estará agradecido de por vida– el que llamó al equipo de salvataje para que lo rescatara. Los profesionales intentaron abrir el techo, a la altura del ventilador, pero no pudieron. La solución llegó, entonces, de manos de su hijo que tenía un juego de llaves de la casa. “David (el vecino) lo fue a buscar y se las pidió. Por eso pudieron entrar a sacarme”, afirmó el hombre.
Un antes y un después
Después de pasar otras 48 horas en el hospital José María Cullen, donde recibió los cuidados adecuados para el caso –tenía hipotermia–, Marcos fue trasladado al gimnasio Don Bosco donde funcionaba un centro de evacuados. “Estuve unos días allá”, dijo y completó: “Luego volví al barrio, pero como mi casa estaba llena de tierra y mugre, me quedé de una vecina que se había ido a otra casa y me prestó una pieza para que me alojara”.
Volver a la normalidad no fue fácil, pero a pesar de todo Marcos sigue viviendo en la misma propiedad. Allí, los recuerdos de la inundación están a la vista, en una pieza tiene aún el colchón que usaba por aquél entonces, también las ollas, la mesa y un banco. Además, conserva fotos de cómo quedó su vivienda y la marca que indica hasta dónde llegó el agua se vislumbra fácilmente.
—Hoy diez años después, ¿de dónde cree que sacó fuerzas para aguantar tantas horas aferrado al ventilador?
—Dios me escuchó, me cuidó y me dio las fuerzas para aguantar y retomar mi vida. Yo era y sigo siendo vendedor ambulante. Trabajo de eso desde los seis años, cuando salía con mi papá a vender globos y golosinas. En mi vida me las arreglé siempre con lo que tuve, hasta el día de hoy. Si tengo diez pesos, como por diez pesos; si tengo dos, será por dos. Lo único que sé hacer es vender, por eso ahora me compré esa máquina –señalando una pochoclera– y salgo a vender a los festivales, shows musicales y a la Costanera. También hago praliné.
—¿Qué va a hacer este 29 de abril (mañana)?
—Voy a ir a la plaza, por supuesto. A sumarme a los actos y también a vender, porque –como dije– vivo de esto. Después de diez años yo le sigo teniendo terror al agua, no puedo dejar de escuchar la radio, por ejemplo. Siempre estoy alerta.
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