Incaa TV, el canal del Instituto Nacional de Cine, emite desde hace por lo menos dos meses un documental montonero del año 1978 al que presenta como “película indispensable de la resistencia que logra revivir las utopías perdidas”.
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Críticas a Perón y a su modelo, frías descripciones de la tortura padecida por sus militantes y un delirante diagnóstico de la coyuntura de entonces son algunas de las opiniones que vierte Mario Eduardo Firmenich, jefe del grupo Montoneros, en este film que Incaa TV está difundiendo desde hace un par de meses, varias veces por semana.
La promoción que hace el canal de la película, cuyo título es Resistir, es casi una apología: “A partir de una entrevista al líder montonero Mario Firmenich se construye un testimonio que permite vislumbrar una Argentina silenciada por los abusos de poder. Una película indispensable de la resistencia que logra revivir las utopías perdidas.”
La película no es un documental de época sino una herramienta de propaganda de la organización armada Montoneros, filmada por encargo del propio Firmenich y que consiste en una larga entrevista al jefe guerrillero realizada por una voz anónima y alternada con material de archivo.
El mate que toma Firmenich –cebado con un termo Lumilagro- no es más que parte de la utilería destinada a fingir que se encuentra en la clandestinidad en la Argentina cuando en realidad había dejado el país a fines de 1976 para escapar a la represión que estaba diezmando a sus subordinados.
Luego de presentarse, Firmenich intenta explicar por qué, tras un brevísimo intervalo al regresar el general Juan Domingo Perón a la Argentina como presidente por tercera vez, su grupo retomó la lucha armada contra un gobierno democrático y constitucional.
Para ello, se prodiga en críticas al líder del movimiento al que dice pertenecer –“fue un error de Perón”; “Perón se equivoca seriamente”; “Perón se equivocó”, etc.- y hasta deja en claro que el proyecto de Montoneros no era el del entonces presidente. “Perón no coincidía con la transformación socialista del movimiento (peronista) y del país”. El General, dice Firmenich, quería un Estado fuerte y centralizado, árbitro entre los diferentes sectores sociales, una distribución del ingreso que garantizara el 50% de la riqueza para los trabajadores; es decir, la comunidad organizada.
A eso le declaró la guerra su organización. Hay cosas que Firmenich no menciona, desde ya, como el asesinato de José Ignacio Rucci, secretario general de la CGT, perpetrado por orden suya en septiembre de 1973 para “apretar” a Perón. A continuación, un primer extracto de la película.
“Finalmente llegó la muerte del general Perón”, dice con tono triunfante Firmenich en otra parte de la película. Y agrega que no quedó nadie para defender la posición tercerista de Perón. Presenta como un dato positivo el hecho de que el terreno de la desunión nacional quedara así preparado y abonado para el golpe militar, gracias, entre otras cosas, al aporte de su organización.
Luego se explaya sobre el fracaso del Proceso –vale recordar que está hablando en 1978, cuando la organización que dirigía ya estaba diezmada y miles de militantes habían sido secuestrados y asesinados. Algo de lo que Firmenich es plenamente consciente, como que describe la modalidad represiva de la dictadura, habla de los campos de concentración –menciona dónde se encuentran- y de la práctica de la tortura –esto último con una frialdad que asombra.
Asegura que “no es creíble que pueda reducírsela (a su organización) a la nada en unos pocos meses”. Sin embargo, a esa altura los militares ya habían alcanzado su objetivo de aniquilar a los grupos armados. Firmenich lo sabía perfectamente porque así le había sido informado por su servicio de inteligencia, integrado entre otros por el escritor y periodista Rodolfo Walsh. Pese a tener éste muchos cultores en el país, nadie recuerda su crítica demoledora a Firmenich. Es una verdad que incomoda y perturba la operación de blanqueo de un jefe cuyo mayor “mérito” es el exterminio de su propia organización.
“No estamos pidiendo no morir en combate”, dice un soberbio Firmenich para quien la lucha armada “es la forma más alta de defensa de los derechos humanos”. Pide que, “como en cualquier guerra (sic)”, se respeten las reglas de juego.
“Nuestros militantes, nuestros soldados, eligen la lucha (y) asumen perfectamente los riesgos de la muerte como un hecho natural”, agrega con total cinismo. Quizá por eso estaba en ese mismo momento organizando, desde el exterior, el regreso de varias decenas de militantes que habían logrado ponerse a salvo de la represión en el exterior, en lo que se llamó la Contraofensiva y que no fue sino otra de las operaciones suicidas con las que venía hacía tiempo contribuyendo con el “enemigo” al aniquilamiento de su propia organización. Una responsabilidad que la Justicia argentina no ha investigado aún, pese a un intento –frustrado- en el año 2003. La Contraofensiva dejó un saldo de entre 70 y 80 muertos, la mayoría de los “soldados” enviados por Firmenich al país en precarias condiciones de seguridad.
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