Mario pide que la autoridad atienda a la
situación de riesgo física y moral que amenaza a sus siete hijos
inmersos en un cuadro social que considera peligroso.
Mario Ambrosio.
Mario Ambrosio (44) visitó esta redacción para pedir públicamente por la seguridad física y moral de sus siete hijos menores.
Ambrosio refirió que los niños están junto a su madre
que abandonó con ellos la casa del barrio Loyola para establecerse
-según pudo constatar personalmente-, en una ciudad santafesina próxima a
la provincia de Córdoba.
Ambrosio se dirigió al oeste santafesino para
dialogar con ella sobre las criaturas que, dado su entorno ambiental,
están en situación de riesgo, sostiene.
Ahora, hombres mayores con gravísimos antecedentes
por delitos contra las personas -entre ellos un ex presidiario- estarían
cerca de ellos.
Sin embargo, sostiene Ambrosio, esa gestión fracasó desde que sólo recibió insultos, amenazas y hasta agresiones físicas.
La situación de los niños tuvo en Paraná seguimiento
judicial desde que dos de los nenes sufrieron desmayos en la escuela por
desnutrición.
Entonces su esposa fue enviada a Santa Fe para
recibir asistencia en el Ceprome de Rafaela. Pero, siempre según el
relato de Ambrosio, “abandonamos nuestra casa de Paraná perseguidos por
los vecinos del barrio Puerto Viejo”.
“Eso -aclaró- fue a raíz de los extraños rituales que
ella practicaba, como el sacrificio de animales que abandonaba en los
umbrales de las casas y de la sangre que manchaba las paredes”.
“Nos quisieron quemar la casa. Tuvimos que escapar y
así llegamos a Santa Fe para vivir en el barrio Nuevo Horizonte, pero
allí la historia se repitió y tiempo después estuvieron por lincharla,
los vecinos estaban furiosos”.
Otro tanto “volvió a pasar en barrio Loyola, hasta
que el 13 de febrero volví del trabajo a media tarde y ella se había ido
llevándose los chicos y los muebles”.
Ambrosio dijo haber denunciado lo ocurrido en la
Seccional 7a. y también concurrió a Tribunales, “pero me paso los días
ahí para denunciar todo esto ante el juez o renuncio a mi trabajo,
porque lo único que gané hasta el momento fueron dos días suspensión”,
se queja.
Lo que preocupa a Mario Ambrosio es el tono de las
cartas donde ella le habla de sus creencias y de las razones por las
cuales acostumbra a bañar a sus hijos con sangre animal.
Pero más allá de esas y otras inquietantes
extravagancias el hombre pone el acento en otros aspectos que tienen que
ver con la integridad de los niños, amenazada -dice-, por el conjunto
social donde están inmersos, porque “ahí los violadores y los cafisos
mandan”.
“Sólo pido, dijo por fin, que la autoridad escuche mis reclamos y me ayude a recuperar a mis hijos”.
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