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miércoles, 4 de enero de 2012

¿Cómo marcar los límites a nuestros hijos?

A todos los padres nos cuesta marcar límites a nuestros hijos, pero resultan fundamentales para educarlos bien. Y hay que empezar desde que son muy pequeños. Les contamos cómo hacerlo.

 

Gran parte de los problemas que tienen los padres con sus hijos adolescentes se deben a la falta de límites, a que en su primera infancia no supieron decirles “¡hasta aquí hemos llegado!” y ahora el asunto se les escapa de las manos.

Y es que algo aparentemente tan sencillo como establecer ciertas normas es, en realidad, muy complicado. El motivo principal radica en que a los padres nos horroriza ver llorar a nuestros hijos y con tal de que no se lleven un berrinche podemos hacer la vista gorda (“total, es tan pequeño...”) y olvidarnos de que necesitan nuestros “noes”.

Sí, los necesitan, porque está comprobado que un niño que se cría sin límites se siente desorientado e inseguro y dispone de un nivel de autoestima bastante escaso. Por el contrario, un niño que es educado con normas crece sintiéndose confiado, convencido de que es alguien importante para sus padres, que se desviven por él. Por eso le frenan cada vez que intenta hacer algo que no le conviene.

Las normas, además de fortalecer el “yo” interno del niño, le enseñan lo que está bien y lo que está mal, lo que puede hacer y lo que no, algo imprescindible para que pueda relacionarse dentro y fuera de casa. Resumiendo: los límites son indispensables tanto en la construcción de la personalidad del pequeño como en la conquista de su autonomía.

Para poder cumplir con nuestra tarea de poner normas, los padres debemos tener muy claro desde cuándo y cómo hacerlo, además de cómo deben ser las primeras que impongamos a nuestro hijo.

Desde el primer año
Los psicólogos infantiles coinciden en que hay que empezar a poner límites muy pronto, hacia el primer año de edad o incluso antes si el niño es muy espabilado. El motivo se debe que a esta edad el pequeño se convierte en un explorador que quiere investigar el mundo por su cuenta y necesita que alguien le pare para que no le ocurra nada malo.

A esto se une que ya ha descubierto las relaciones causa-efecto y sabe que sus actos provocan unas reacciones en nosotros. Dicho de otro modo, ya se da cuenta de que si le decimos con cara de susto que no toque el horno, no debe hacerlo.

Por supuesto, dado que la memoria de los niños tan pequeños aún es muy limitada, debemos repetirles los “noes” tantas veces como sean necesarias, hasta que los hagan suyos y les vengan a la memoria justo en los momentos oportunos.

En cualquier caso, para evitar pasarnos el día diciéndoles “no” a todo, es fundamental adaptar la casa a sus necesidades. Así ellos podrán jugar casi a sus anchas y nosotros estaremos más tranquilos.

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