OTROS TIEMPOS. FERNANDO Y “MARÍA” EN UN CUMPLEAÑOS FAMILIAR, ANTES DE CASARSE.
Fernando y “María” (a quien se le cambió el nombre para resguardar su identidad) se conocen desde que eran adolescentes. A sus 18 años trabajaban juntos en la rectoría de una casa de estudios de Santa Fe, pero en ese momento ni se registraban.
Los años pasaron y los ojos claros de él empezaron a prestarle atención a esa rubia que trabajaba cerca. La picardía del caballero, dio lugar a que se encuentren y sin darse cuenta, ya estaban de novios. Pero de la misma forma, dos años después ya estaban preparando su casamiento.
Corrían los últimos años de la década del 70, situaciones históricas conocidas incluidas, y las formas eran diferentes a las de hoy al momento de afrontar un compromiso matrimonial. El cortejo, los padres, las costumbres, las decisiones a futuro y demás, pesaban mucho. Y esto era lo que a Fernando no le cerraba.
Y algo pasó. Superados los trajines de la preparación del evento, precisamente esa mañana, los suegros de María se alarmaron porque su hijo no aparecía y se lo comunicaron a ella. Fernando había subido a su moto y conduciendo por la ruta 19, desapareció hacia el norte sin dejar rastro.
El enlace no ocurrió y el drama familiar fue devastador. María siguió con su vida hasta que 15 días después, Fernando regresó, y como el amor que se tenían seguía intacto, el enlace se dio un mes y medio después: Fernando y María se casaron el 25 de julio de 1978. Y desde ese día jamás se separaron.
La razón de ser de esta historia, que para los amantes de las narraciones bien podría ser la trama de una película romántica o los capítulos de la novela de algún reconocido autor, tiene que ver con el amor. Con el amor que supera toda adversidad y crisis, pero también con las coincidencias.
Con la coincidencia de que el pasado fin de semana un joven santafesino llamado Fernando (Marengo) y apodado Nano, desapareció el día de su boda dejando a su prometida y a sus conocidos con la incertidumbre de por qué lo había hecho y de dónde estaba. Marengo apareció en Rosario.
Y casualidades de por medio, 35 años atrás, otro Fernando, este Fernando, igualmente apodado Nano, también desapareció el día de su casamiento y dejó a su por entonces novia sin enlace.
Pero hoy, ya con las alianzas puestas hace más de tres décadas, tienen una gran familia, trabajan juntos y pasan cada día en compañía del otro.
En diálogo con Diario UNO, esta pareja santafesina habla por primera vez de este tema y cuenta al matutino lo que vivieron en esos momentos. Cómo se conocieron, qué pasó ese día, cómo fue el reencuentro y lo felices que están de pasar su vida uno al lado del otro.
—Qué coincidencia su historia con la noticia del casamiento que no se dio hace poco, con un joven que se fue y se llama igual que vos…
Fernando: Sí, nos sorprendió mucho. A mí todo el mundo me dice Nano también.
—Y cuando les dijeron: “Mirá esta historia...”, ¿qué pensaron?
—A ella se lo dijo la hermana, que la llamó. Y yo le decía: “Te está mintiendo, te está cargando...”.
María: Mi hermana me dice: “¿Vos viste la historia de estos chicos...?”.
Fernando: Y yo seguía con que “te está haciendo una broma”… No le creía. Ahí lo vi en Diario UNO y no salía de mi asombro. No podía creer la gran casualidad. ¿Qué chances hay de tanta coincidencia...? Aparte de ojos claros él, igual que yo... (risas).
La palabra de ella
—¿Cómo se conocieron?
María: Nos conocimos en una casa de estudios santafesina, porque trabajábamos los dos ahí. Después estudiamos abogacía, y nos pusimos en pareja cuando yo tenía 24 recién.
—¿Cómo se conocieron?
María: Nos conocimos en una casa de estudios santafesina, porque trabajábamos los dos ahí. Después estudiamos abogacía, y nos pusimos en pareja cuando yo tenía 24 recién.
—¿Y cómo fue que “se dieron bolilla”?
—Él siempre me mandaba a decir con un compañero mío: “Mandale saludos a María” y qué se yo… me seguía… (risas). Empezamos a salir, nos pusimos de novios y estuvimos así por dos años.
—Y ahí decidieron casarse…
—Sí. Va… yo decidí casarme… (risas), porque él nunca me decía nada, así que yo organicé. La reunión iba a ser muy íntima en mi casa paterna. Nos casábamos por civil y de ahí a la iglesia. Todo ese día.
—¿Pensaste alguna vez que se iba a ir?
—No. Ni por las tapas… (risas). Estuve con él dos días antes y estaba todo normal.
—¿Cómo te enteraste que él no aparecía?
—La noche anterior al casamiento, que yo ni me enteré, su papá habló con mis padres y les dijo que Fernando no aparecía, que se había ido en la moto y que no lo habían vuelto a ver. Era el día de la boda, pero muy temprano, así que yo no estaba todavía vestida ni nada y como en toda la noche él no había aparecido, vino mi suegra con uno de mis cuñados a casa y me lo dijo. Entonces yo supe que algo pasaba, aparte llegó la hora de ir al civil y no había noticias sobre él. Fue un desastre.
—¿Qué hiciste?
—Llorar, llorar y llorar… Para colmo los invitados estaban todos en mi casa… así que la reunión se hizo igual. Habremos sido 30, y yo en un mar de lágrimas. Luego me fui a Acebal con mis primos, donde me quedé unos días y volví a casa, a seguir haciendo una vida normal.
—¿Y él volvió?
—Sí. Volvió a los 15 días.
—¿Y le preguntaste después qué le pasó?
—No, nunca le pregunté. Porque ¿qué me iba a decir...?
La palabra de él
—El día antes del casamiento, ¿qué hizo que te vayas?
Fernando: El mismo problema que aparentemente tuvo este chico (Marengo) el fin de semana pasado: lo económico. Y además de que no me resultaba grato que todos decidieran por mí y que yo no tuviera más que ir y firmar, o poner la cara. No tenía voz y a todo lo decidían sus padres. Ya estaba todo resuelto, pero no por nosotros. No había lugar a que yo opinara, a que hiciera las cosas a mi manera y eso no me cerraba para nada.
—El día antes del casamiento, ¿qué hizo que te vayas?
Fernando: El mismo problema que aparentemente tuvo este chico (Marengo) el fin de semana pasado: lo económico. Y además de que no me resultaba grato que todos decidieran por mí y que yo no tuviera más que ir y firmar, o poner la cara. No tenía voz y a todo lo decidían sus padres. Ya estaba todo resuelto, pero no por nosotros. No había lugar a que yo opinara, a que hiciera las cosas a mi manera y eso no me cerraba para nada.
—Eran otros tiempos también. Las cosas se hacían de otra forma…
—Seguro. Y los padres tenían mucha injerencia porque decidían en lugar nuestro muchas cosas. Los padres eran muy condicionantes en el 78.
—Después, ¿qué pensaste?
—Y que tenía que volver y afrontar la situación que yo mismo había generado. El problema ya estaba en toda la familia y sabía que tenía que enfrentarlo pero no tenía cómo. Al pasar el tiempo, y luego de haber vuelto, me tuvieron que escuchar y las cosas se fueron solucionando de a poco.
—Y al regresar fuiste a hablar con ella…
—Claro. En ese momento no había celulares, no tenía cómo comunicarme ni cómo dejarle una carta. Y con el tiempo tuve que ir uno por uno, a explicar mi situación, que obviamente muchos no lo entendieron, con todo su derecho, sobre todo mis tres hermanos y mi mamá que estaban muy enojados conmigo. Pero así, las cosas iban a ir en contra de mi voluntad. Reconozco por supuesto el perjuicio, la aflicción del momento, para ella y para todos. Eso es lo más duro, pero nadie se había puesto en mi lugar.
—¿Cómo te contactaste con María?
—Fui a ver a mi jefa del trabajo, para decirle que había vuelto y que quería que ella se contactara con María. La comunicación no era como ahora, yo no podía hablar directamente ni podía ir a la casa. Así que mi jefa la llamó y arreglaron para que me encuentre con María a la mañana siguiente en la Costanera. Ahí hablamos.
—¿Y qué decidieron?
—Que todo seguía adelante. Éramos personas maduras y los sentimientos no iban a cambiar por eso. El casamiento seguía en pie. Había cosas importantes que resolver, como el tema de la vivienda y demás, pero los problemas pasaban todo por lo económico y no por otra cosa.
—¿Te asustaste?
—Es que eran muchas responsabilidades. Antes los varones éramos los jefes del hogar. Ahora es más parejo en el matrimonio, pero antes recaía todo sobre una persona. Por suerte los dos estábamos bien y los dos trabajábamos.
—¿Y cuándo finalmente se casaron?
—Fue el 25 de julio. Un mes y medio después. Nuestros padres y todos lo aceptaron, y las cosas siguieron bien.
—Y no te arrepentís...
—No, seguro que no me arrepiento de casarme. Sino no estaría acá hoy, al lado de ella. Es más, hoy tengo más facilidades para irme que las que tenía antes… (risas). Hoy tengo un auto para irme si quiero… Pero no era eso, sin dudas eso está claro. Más allá del momento, esta historia es una anécdota de nuestras vidas.
Para siempre
—¿Desde que se casaron, nunca más se separaron?
María: Nunca más. Y el tema no se volvió a tocar, ni entre nosotros, ni con nadie. Creo que es algo que si pasa y vos perdonás, es borrón y cuenta nueva. No tenés que volver, porque seguramente nos haría muy mal. Fijate que nunca más nos separamos.
—¿Desde que se casaron, nunca más se separaron?
María: Nunca más. Y el tema no se volvió a tocar, ni entre nosotros, ni con nadie. Creo que es algo que si pasa y vos perdonás, es borrón y cuenta nueva. No tenés que volver, porque seguramente nos haría muy mal. Fijate que nunca más nos separamos.
—Hasta trabajan juntos…
—Sí… (risas). En la casa de estudios yo trabajé 10 años y el 12. Pero yo me fui a una obra social pública y Fernando luego entró a trabajar ahí también, pero teníamos diferentes horarios. Ahora trabajamos juntos, pero no solo en el mismo edificio, sino que uno al lado del otro en su escritorio. Entramos juntos y al salir yo le digo: “Nos vemos en un ratito” (risas)…
—Queda claro que problemas de amor no había…
—No… (dijeron al unísono).
DIARIO UNO.
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