Tras el crimen de su esposo, María Rosa volvió a abrir el bazar de General Paz y Cassanello. Convive con el temor y la necesidad de seguir adelante.
“Hice un mes de duelo comercial en honor a mi marido. Volví a abrir el negocio pero el recuerdo de lo que pasó es un sufrimiento horroroso que siento todos los días. Toda la familia está destrozada”, dijo a Diario UNO María Rosa Martino (65), la esposa de Alfredo Segado (71), quien el domingo 30 de septiembre fue baleado dentro del negocio de barrio María Selva.
Alfredo falleció al día siguiente y los vecinos del matrimonio se unieron para pedir justicia y más seguridad en el barrio, cuya vía principal –la avenida General Paz–, a 100 metros del bazar de Segado, carga con otra muerte en ocasión de robo, ocurrida en enero del 2009.
La historia de Martino es una historia de recuperación. Esta semana, las cortinas plásticas color rojo que cubren el ingreso al local volvieron a sacudirse con el viento. El colorido de los baldes, rastrillos, escobas y regadores, volvió a cubrir la vereda, y las vidrieras exhiben otra vez todos los elementos necesarios para equipar una casa. Pero el ingreso al negocio cambió, ahora hay que tocar timbre para que abran la reja y recién entonces se puede entrar.
Desde que abrió, en el local siempre hay gente, no faltan los clientes, algún amigo que pasa a saludar o un familiar que se acerca a mirar que esté todo bien, es que el temor aún está a flor de piel. Se ven policías caminantes que cruzan por el lugar, dan una doble mirada al bazar de Segado, saben que no se pueden descuidar, los habitantes del lugar están muy sensibles ante la tragedia.
Pero todo el soporte que María Rosa siente de su familia y de los vecinos le falta de parte de la justicia. “Esto escribilo textual, quiero que pongas que el juez Falkenberg hace 20 días que no me atiende. Yo lo llamé un montón de veces, y no me atiende”, expresó María Rosa, y contó que quiere recuperar mercadería que fue secuestrada para ser peritada. “Dijeron que se la llevaban porque el delincuente se había caído y podía tener huellas, pero todavía no nos la devolvieron”, se quejó. “El miércoles pasado, en la última manifestación que organizaron los vecinos yo me sumé, pero quiero que se sepa que no lo hago sólo por mi marido, sino por toda la gente del barrio. Yo no quiero que nadie más sufra lo que yo estoy pasando”.
“Es un dolor tan profundo, inexplicable”, intenta describir la mujer mientras enrolla unos cuantos metros de una manguera verde que se había desanudado. Es que el sueño del comercio propio, el que les permitió sostener a la familia que formaron, fue también el lugar donde se le truncó la vida.
“Agarrados del arma”
El asalto en el negocio de Alfredo Segado, ocurrido el domingo 30 de septiembre a media mañana, fue la antesala de su muerte. El comerciante vivía con su esposa en la planta alta del local por lo que también abrían los domingos. Acababan de hacerlo cuando entró un cliente. Afuera estaba soleado, había empezado la primavera. “Pidió dos focos. Mi mamá le preguntó si los quería de bajo consumo o de los comunes. «Los comunes», dijo él. Mi mamá salió de atrás del mostrador y fue a buscarlos a un exhibidor dándole la espalda. Ahí es cuando el hombre con un brazo la aprieta del cuello y le pone el arma en la cabeza. Papá estaba atrás del mostrador en un escritorio armando un artefacto eléctrico y al ver eso se le abalanza por lo que el ladrón disparó dos tiros contra una puerta de madera mientras le gritaba que se quedara quieto o la mataba”, contó Alejandra, una de las hijas del matrimonio.
El asalto en el negocio de Alfredo Segado, ocurrido el domingo 30 de septiembre a media mañana, fue la antesala de su muerte. El comerciante vivía con su esposa en la planta alta del local por lo que también abrían los domingos. Acababan de hacerlo cuando entró un cliente. Afuera estaba soleado, había empezado la primavera. “Pidió dos focos. Mi mamá le preguntó si los quería de bajo consumo o de los comunes. «Los comunes», dijo él. Mi mamá salió de atrás del mostrador y fue a buscarlos a un exhibidor dándole la espalda. Ahí es cuando el hombre con un brazo la aprieta del cuello y le pone el arma en la cabeza. Papá estaba atrás del mostrador en un escritorio armando un artefacto eléctrico y al ver eso se le abalanza por lo que el ladrón disparó dos tiros contra una puerta de madera mientras le gritaba que se quedara quieto o la mataba”, contó Alejandra, una de las hijas del matrimonio.
Segado se lanzó igual sobre el delincuente e intentó arrebatarle el arma. “Cayeron los tres y el ladrón sobre unos sombreretes (cúpulas de cinc para chimeneas) y se hizo un tajo con forma de medialuna. Ahí, con los dos caídos y ambos agarrados del arma, el tipo comienza a gatillar. Dispara dos o tres tiros más. Uno hiere a mi papá y él sale corriendo y se va en una moto roja. Yo le pregunté a papá por qué no se quedó quieto y le dio la plata. La plata se la dieron: se llevó menos de 100 pesos. Y mi papá dijo: «Me levanté a salvarle la vida a mamá, nos habría matado a los dos». El tipo aparentemente no se convencía de que no había más plata pero recién habían abierto el negocio”.
Doce días después del asalto, el único detenido por el crimen fue liberado. Según indicó el juez de la causa, Nicolás Falkenberg, el ladrón había sido detenido porque presuntamente había sido reconocido por la víctima fatal en el hospital Cullen, a donde el ladrón llegó tras un accidente de moto. Sin embargo, las pruebas recolectadas demostraron que el joven apresado no era quien baleó a Segado.
Las manifestaciones de los habitantes de la zona, que gatilló el caso, se sostienen. Se realizan los días miércoles a las 20, en la esquina de General Paz y Ángel Cassanello: “Queremos conseguir por lo menos cámaras de seguridad”, dijeron los manifestantes, sosteniendo la esperanza de que aún hay medidas posibles y eficaces para prevenir crímenes tan absurdos.
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