
Estadísticas a mano, los teóricos de la llamada "larga paz" aspiran a demostrar cómo la violencia ha perdido terreno entre los humanos. Y aunque todavía incierta, auguran que nos encaminamos hacia una edad de mayor concordia. El debate académico sobre este tema puede parecer absurdo, sobre todo a quienes sobreviven en las zonas en conflicto. Pero el triunfo de esta visión optimista revela quiénes disfrutan hoy de la calma y aprovechan las agitaciones ajenas.
¿Permitido el optimismo?
Steven Pinker, profesor de Psicología de la Universidad de Havard, se ha hecho famoso por anunciar el declive de la violencia. Él y su libro “The Better Angels of Our Nature: Why Violence has Declined” han retado el sentido común con una extraña idea: los hechos nos permiten ser optimistas sobre el presente y el futuro de la humanidad.
Por ejemplo, escribió en 2014 en un artículo publicado por Slate, la tasa de homicidios ha caído en la mayor parte del mundo. Las excepciones –países como México, el triángulo de la muerte en Centroamérica y Venezuela— han sido exageradas por los medios. En realidad, también los sitios más letales del planeta han experimentado una sostenida pacificación en el último medio siglo.

¿Y las guerras? Desde el fin de la Guerra de Corea en 1953 las grandes potencias no se han enfrentado en contiendas multinacionales, al menos abiertamente. Atrás quedaron las continuas disputas entre los imperios por el dominio de las colonias, o las pugnas militares por el control territorial de vastas regiones.
En resumen, los humanos del siglo XXI, en general, tienen menos probabilidades de morir en combate –como soldado o víctima civil—que cualquiera de sus antepasados, incluso los mansos habitantes de las cavernas (un mito desbaratado por la arqueología forense, según Pinker).
De contrincantes a negociantes
¿A qué se debe tamaño apaciguamiento? Bien, Pinker y otros pensadores afines mencionan tres causas fundamentales: la democracia, el comercio y las organizaciones internacionales.
En rigor hoy padecemos menos dictaduras –esto es, gobiernos unipersonales que desencadenan guerras por razones como el “nacionalismo”, esa mezcla de egolatría y oportunismo político. Claro, el adjetivo democrático y la celebración de elecciones no garantizan la existencia de la democracia. El sayo le sirve lo mismo a Beijing, Moscú, Caracas y otros etcéteras.
Por otra parte, los contingentes de Naciones Unidas, con todo y sus defectos, contribuyen a mantener la estabilidad en zonas perturbadas. Los organismos multilaterales, aunque en ocasiones ignorados, han evitado no pocas confrontaciones entre vecinos.
Pero la gran razón de esta “paz” es… ¡el libre mercado! Los enemigos de ayer se han convertido en socios comerciales. ¿Para qué sacrificar ciudadanos propios y extranjeros si todos pueden elevarse a la condición de consumidores? El pragmatismo y no el altruismo explican la armonía entre las potencias beligerantes de antaño.

Quizás, en el futuro próximo no presenciemos nuevamente un choque militar entre Alemania y Francia, o entre Estados Unidos y China, o incluso entre Rusia y la OTAN, al estilo de las pasadas guerras mundiales. Sin embargo, en todos los conflictos armados recientes las potencias han jugado un papel más o menos abierto. Los campos de batalla se han trasladado al sur.
Agreguemos una gota escéptica a la fórmula de optimismo que proponen Pinker y sus similares ideológicos. ¿A quién conviene el caos en la República Democrática del Congo, por ejemplo, donde la guerra civil ha extinguido la vida de más de cinco millones de personas? ¿Quién fomenta la fragmentación en el Medio Oriente? ¿Por qué?
La tercera conflagración mundial no llegará pasado mañana y tanto en Norteamérica como en Europa la sombra bélica ha cedido su lugar a un día despejado (perfecto para ir de compras). Sin embargo, no deberíamos pecar por exceso de optimismo. Los protagonistas y, sobre todo, las víctimas, han cambiado de nacionalidad, pero la matanza continúa… lo dice un periodista que no escribe titulares de guerra.
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