Perdió 16 kilos, se rapó pero
conservó su bigote. Al diario Folha de São Paulo le dijo que, a veces,
“hubiera preferido entrar en coma”.
Desde que se levantó, atendió cientos de llamadas de felicitación,
desayunó con los suyos y se dispuso a soplar las velitas en un festejo
íntimo que quedó retratado para los medios. Ese mismo día, 27 de octubre
de 2011, Luiz Inácio “Lula” da Silva no sólo cumplía 66 años,
sino que recibía la peor noticia de su vida en una especie de
emboscada que le tendieron su mujer Marisa y su médico personal Roberto Kalil Filho.
Y a dos días de haberle anunciado al mundo que tras cinco meses de tratamiento logró la remisión total del cáncer de laringe que lo aquejaba, le describió por primera vez cómo supo del diagnóstico al diario brasileño Folha de São Paulo.
“El peor momento fue cuando supe. Vine a traer a mi mujer para un examen y Marisa y Kalil armaron una trampa y me colocaron en un tal PET (un aparato que rastrea tumores). Yo ya había ido al otorrino, que me había dicho que tenía la garganta inflamada. Desde hacía ya cuarenta días que tenía la garganta así y cada persona que me encontraba me daba un comprimido. Estaba cansado de chupar pastillas.
El día de mi cumpleaños le dije: ‘Kalil, voy a llevar a Marisa para que se haga unos estudios’. Después, fui a una sala donde estaba él y más de diez médicos. Sentí un clima medio extraño. Kalil estaba con cara de que iba a llorar. Ahí dije: ‘¿Saben algo? ¿Alguna vez fueron ustedes a casa de alguien para comunicar una muerte? Yo ya fui. Entonces, díganme que pasa, ¡díganme! Y me contaron que tenía un tumor, a lo que dije: ‘Entonces lo vamos a tratar’”, explicó Lula con detalle.
Aunque su fortaleza ya era asombrosa, luego de haber pasado tantos meses en tratamiento parece que esta característica se ha multiplicado, a pesar de que su imagen ya no es la misma: por la quimioterapia perdió el cabello y tras engordar mucho, ahora está 16 kilos por debajo de su peso normal.
Sin embargo, el ex presidente de Brasil no temió contar cómo fueron los momentos post diagnóstico: “Los médicos llegaron a la conclusión de que tenía que hacer lo que tenía que hacer para destruir al cáncer (quimioterapia seguida de radioterapia), y yo dije vamos a hacerlo. Mi papel entonces es cumplir, obedecer. No se puede vacilar. No podés decir: ‘Hoy no quiero, no tengo voluntad’”.
Pero el tratamiento no fue fácil para Lula, quien siempre estuvo acompañado por su esposa y muy cuidado por el personal del hospital Sirio Libanés de San Pablo. Cuando dos días después de conocer su diagnóstico y que los médicos decidieran cuáles eran los pasos a seguir, el ex mandatario salió a anunciarlo a los medios y apenas días más tarde, el 31 de octubre del año pasado, comenzaba a recibir las primeras dosis de quimioterapia.
“¿Voy a perder el cabello?”, dijeron en ese momento sus allegados que fue la primera pregunta que Lula les hizo a los médicos luego de que le practicaran una biopsia para saber qué tipo de cáncer padecía. Pero después, las preocupaciones del dirigente del Partido de los Trabajadores (PT) fueron otras, y la pérdida de su pelo pasó tanto a un segundo plano, que hasta se animó a fotografiar el momento en que su mujer, Marisa, le afeitaba la cabeza para emparejarle los huecos que la caída del cabello le había dejado.
Y a dos días de haberle anunciado al mundo que tras cinco meses de tratamiento logró la remisión total del cáncer de laringe que lo aquejaba, le describió por primera vez cómo supo del diagnóstico al diario brasileño Folha de São Paulo.
“El peor momento fue cuando supe. Vine a traer a mi mujer para un examen y Marisa y Kalil armaron una trampa y me colocaron en un tal PET (un aparato que rastrea tumores). Yo ya había ido al otorrino, que me había dicho que tenía la garganta inflamada. Desde hacía ya cuarenta días que tenía la garganta así y cada persona que me encontraba me daba un comprimido. Estaba cansado de chupar pastillas.
El día de mi cumpleaños le dije: ‘Kalil, voy a llevar a Marisa para que se haga unos estudios’. Después, fui a una sala donde estaba él y más de diez médicos. Sentí un clima medio extraño. Kalil estaba con cara de que iba a llorar. Ahí dije: ‘¿Saben algo? ¿Alguna vez fueron ustedes a casa de alguien para comunicar una muerte? Yo ya fui. Entonces, díganme que pasa, ¡díganme! Y me contaron que tenía un tumor, a lo que dije: ‘Entonces lo vamos a tratar’”, explicó Lula con detalle.
Aunque su fortaleza ya era asombrosa, luego de haber pasado tantos meses en tratamiento parece que esta característica se ha multiplicado, a pesar de que su imagen ya no es la misma: por la quimioterapia perdió el cabello y tras engordar mucho, ahora está 16 kilos por debajo de su peso normal.
Sin embargo, el ex presidente de Brasil no temió contar cómo fueron los momentos post diagnóstico: “Los médicos llegaron a la conclusión de que tenía que hacer lo que tenía que hacer para destruir al cáncer (quimioterapia seguida de radioterapia), y yo dije vamos a hacerlo. Mi papel entonces es cumplir, obedecer. No se puede vacilar. No podés decir: ‘Hoy no quiero, no tengo voluntad’”.
Pero el tratamiento no fue fácil para Lula, quien siempre estuvo acompañado por su esposa y muy cuidado por el personal del hospital Sirio Libanés de San Pablo. Cuando dos días después de conocer su diagnóstico y que los médicos decidieran cuáles eran los pasos a seguir, el ex mandatario salió a anunciarlo a los medios y apenas días más tarde, el 31 de octubre del año pasado, comenzaba a recibir las primeras dosis de quimioterapia.
“¿Voy a perder el cabello?”, dijeron en ese momento sus allegados que fue la primera pregunta que Lula les hizo a los médicos luego de que le practicaran una biopsia para saber qué tipo de cáncer padecía. Pero después, las preocupaciones del dirigente del Partido de los Trabajadores (PT) fueron otras, y la pérdida de su pelo pasó tanto a un segundo plano, que hasta se animó a fotografiar el momento en que su mujer, Marisa, le afeitaba la cabeza para emparejarle los huecos que la caída del cabello le había dejado.
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