Foto: Archivo El Litoral
Joaquín Fidalgo
jfidalgo@ellitoral.com
Elías Joel Abrigo tenía 16 años. El lunes fue mortalmente herido, caminó unos cuantos metros y cayó muerto en la esquina que forman el Pasaje Simoniello y calle Espora, en barrio San José. Eran aproximadamente las 21, una hora en la que casi ningún vecino se anima a salir a la calle. El asesino sabía lo que hacía. Apuntó a su joven corazón. Un puñal se lo atravesó. Alguien dijo que el adolescente estaba acompañado por una joven rubia cuando fue atacado. La chica desapareció. Se fue de la escena, antes de que llegara la policía. Esta mañana, los habitantes de la zona se animaron a hablar, con mucho temor. Nadie fue testigo del crimen, pero todos saben lo que día tras día deben soportar.
“Desde el domingo que se olía que algo iba a pasar. Vimos caminando a un par de pibes armados con pistolas calibre 9 milímetros. El barrio está muy peligroso. Cuando cae el sol ya no se puede salir. Hay que encerrarse en el hogar y rezar para que no te ataquen. Yo me crié acá y me duele ver en qué se convirtió este lugar. Veo pasar a los chicos totalmente perdidos por la droga. Se pasan días totalmente narcotizados”, se lamentó una señora.
“Ya no respetan nada -enfatizó-. Entran a las casas. Te roban. Da miedo hablar porque después te tirotean o te tenés que ir. Hace dos meses, volvía de una fiesta y me pusieron un revólver en la cabeza. Pensé que era una broma, porque yo conocía al pibe. Me cortaba el pasto una vez al mes. Eso fue un sábado. Al mediodía me había ido a vender productos de limpieza... y yo le compré. Me robó el celular que me salió 12 cuotas de 800 pesos y recién había pagado la primera. Fui hasta la casa y le reclamé a sus padres. Como no me lo devolvían tuve que hacer la denuncia, con nombre y apellido en la Seccional 9a. Eso fue hace dos meses. Nunca más me llamaron. Sé que cambió mi teléfono por una alita de mosca (cocaína)”.
Otra mujer acotó que el lunes allanaron “la zona brava, donde todo el mundo sabe que están los narcos. Se llevaron a dos ‘soldaditos’ a la mañana. Por la tarde ya estaban otra vez en el barrio. Ya no se puede más vivir así. Antes el barrio era muy tranquilo. Había códigos. Uno se podía sentar en la vereda hasta las 3 o 4 de la madrugada. Hoy no lo podés hacer a eso a ninguna hora. Roban a mujeres embarazadas, a ancianas, las arrastran por el piso, les pegan. No tienen respeto por nada. Están quemados por la droga”.
Un vecino recordó cómo la tensión llegó a su pico la noche del crimen, cuando los móviles policiales fueron atacados a piedrazos por familiares y conocidos de la víctima. “Directamente, acá ya no se puede vivir. Tenés que estar todo el día encerrado. Nos organizamos con los conocidos para no dejar las casas sin gente. No hay control. Acá pasa un patrullero a las 8 de la mañana y nunca más. Hay muchos robos. En la cuadra de mi casa, ya hubo seis en lo que va del mes. Se te meten directamente, a cualquier hora, con las familias adentro. El día que nos tengamos que ir por alguna urgencia, directamente voy a dejar las puertas abiertas, para que no las rompan, porque me va a salir más caro. Acá está lleno de aguantaderos. Los delincuentes pasan armados, con pistolas de gruesos calibres. Se pasean con total impunidad. Nadie los para. Nosotros queremos denunciar esto, pero nos sentimos desprotegidos. No queremos poner en riesgo a nuestras familias”, señaló.
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