El islamismo radical, un fenómeno que apenas un par de décadas atrás estaba circunscripto a analistas y estrategas militares, irrumpió en el imaginario global en 2001 con los atentados de Al Qaeda del 11-S contra las Torres Gemelas, y hoy -15 años después- llena las páginas de los medios de todo el mundo con un rostro aún más poderoso y mortífero: el Estado Islámico (EI).
El 11-S, el peor ataque en suelo estadounidense y la mayor operación de Al Qaeda, que dejó unos 3.000 muertos y más de 6.000 heridos, tuvo el doble efecto de permitir a Al Qaeda acaparar la atención mundial e impulsar una redefinición de la geopolítica global.
A partir de entonces ya nada sería igual. La "guerra contra el terror", esa campaña lanzada por Estados Unidos con el fin declarado de "acabar con el terrorismo internacional" y cuyo objetivo fue esa organización surgida de la yihad antisoviética en Afganistán en los 80, se convertiría en el eje de su política exterior.
Más de una década después, con decenas de miles de muertos, en los que la inteligencia estadounidense hostigó a la red, aniquiló su liderazgo, sus finanzas, sus campos de entrenamiento e infiltró sus redes de comunicación, el poder de Al Qaeda entró en un profundo declive, que se profundizó con la muerte de su emblemático líder Osama Ben Laden, en 2011.
A comienzos de ese período, mientras proliferaban desde 2003 en Irak grupos yihadistas tras la invasión estadounidense, de modo embrionario se había desarrollado alrededor de Abu Musab Al Zarqawi (un yihadista jordano entrenado en Afganistán), una agrupación sunnita que con una orientación aún más radical y amplia, monopolizaría en pocos años la preocupación y el estupor de Occidente: la ahora conocida como Estado Islámico, ISIS o Dáesh.
Fundado originalmente con el nombre de Yama'at al-Tawhid wal-Yihad (Comunidad del Monoteísmo y la Yihad), cambió varias veces de nombre y objetivos.
En octubre de 2004 se unió oficialmente a Al Qaeda y pasó a llamarse Al Qaeda en Irak, nombre que en 2006 fue reemplazado por el del Consejo de la Shura de los Muyahidines y, más tarde aquel año, Dawlat al-'Iraq al-Islamiyya (Estado Islámico de Irak, o EII).
Entonces la organización ya era liderada por Abu Bakr al Baghdadi y aún no actuaba directamente en Siria.
A mediados de 2011 uno de sus miembros, Abu Mohamad Al-Golani, fundó, como rama de Al Qaeda, el Frente al-Nusra, que pasó a ser el principal actor yihadista de la guerra civil en Siria.
En abril de 2013, pasó a denominarse Estado Islámico de Irak y Levante (nombre antiguo de los territorios sirios) y empezó a actuar también en el prolongado conflicto que golpea al país árabe.
En todos esos años, dio muestras de una estrategia y estilo sanguinarios, que incluía desmembramientos y decapitaciones de sus oponentes y de los "apóstatas", un rasgo que sumado a las diferencias ideológicas con Al Qaeda empujó en febrero de 2014 al líder de la red, Ayman Al Zawahiri, a retirarle su apoyo.
La ruptura, no obstante, lejos de detener al grupo le dio nueva vida: en junio de 2014, el Estado Islámico de Irak y el Levante capturó la estratégica ciudad iraquí de Mosul, anunció un nuevo cambio de nombre -de ahora en más Estado Islámico (EI)- y estableció un nuevo califato, el primero desde el fin del Imperio otomano en el año 1924.
El mismo día, al Baghdadi, fue autoproclamado "califa" y "líder de todos los musulmanes".
Ese año, mezclando fanatismo religioso y experiencia militar, la milicia cosechó notables triunfos contra fuerzas iraquíes, sirias y kurdas y consolidó una avanzada que, además de redibujar las fronteras heredadas del tratado Sykes-Picot (1916), provocó conmoción global ante la creciente amenaza de extender su presencia en otras partes del mundo.
En agosto de 2014 una coalición internacional liderada por Estados Unidos lanzó su propia ofensiva en la región y se sumó al esfuerzo de los ejércitos sirio e iraquí para enfrentar el arrollador avance.
En septiembre de 2015 Rusia también inició una serie de bombardeos contra la milicia en Siria, lo que generó fuertes roces diplomáticos con Washington
Con agudos reflejos para incorporar nuevas tecnologías, redes sociales e Internet, el grupo profundizó su guerra declarada con las principales potencias del mundo con la publicación de videos de decapitaciones y ejecuciones varias, producidos "profesionalmente" con un despliegue técnico inusual en este tipo de organizaciones, que evidencia la centralidad que el grupo le asignaba a lo comunicacional.
Entre los golpes más resonantes del EI se cuenta el de diciembre de 2015, cuando el distrito californiano de San Bernardino, en Estados Unidos, se vio sacudido por un ataque que dejó 14 muertos y 21 heridos luego que una pareja de francotiradores irrumpieran en un banquete del Departamento de Salud Pública con armas largas y pasamontañas, disparando a diestra y siniestra.
El 13 de noviembre de 2015 en París, se produjo el peor atentado de la historia francesa, cuando varios ataques combinados contra un café, un estadio de fútbol y el teatro Le Bataclan, dejaron 132 muertos y más de 360 heridos de heridos.
Apenas cuatro meses después, el 22 de marzo de 2016, otro golpe del EI, esta vez en el aeropuerto de la capital belga, Bruselas, dejó 14 muertos y decenas de heridos, luego que un yihadista hiciera estallar su chaleco explosivo.
El 28 de junio, el nuevo objetivo yihadista fue la ciudad turca de Estambul, centro turístico y cultural del país euroasiático, donde un atentado explosivo en el aeropuerto internacional Ataturk, dejó 44 muertos y 239 heridos.
Apenas dos semanas después, en la ciudad francesa de Niza un hombre embistió con su camión a una multitud y dejó 86 muertos y más de 400 heridos, en un ataque que la milicia radical reivindicó días después, calificando además al autor, el tunecino Mohammed Lahouaiej Bouhlel, como "un soldado" de la milicia.
Tanto el ataque de San Bernardino como el de Niza dan cuenta de un específico "modus operandi" consistente en invitar a sus leales alrededor del mundo a actuar como "lobos solitarios", lo que desdibuja los límites entre la acción de sus militantes reales (aquellos que cuentan con apoyo logístico y financiero) y quienes lo hacen sin ningún vínculo orgánico con la organización yihadista, que después reivindica los atentados como propios.
Télam
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