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sábado, 4 de junio de 2016

ENTREVISTA A OSCAR ENRIQUE PECORARI Filete, el trazo que se apaga

Fue el encargado de filetear gran parte de las unidades del transporte público, hasta que la inundación de 2003 arrasó con su trabajo. Hoy filetea objetos que vende en la costanera. Idealista, humilde, perfeccionista, Peco continúa viviendo su sueño.
Belén Barbotti | 
Filete, el trazo que se apaga

Oscar Enrique Pecorari
La casa es antigua, tipo chorizo. En su frente, los filetes que se erigen en las blancas columnas de cemento desgastadas se intercalan con rejas igual de percudidas por el minucioso e ineludible paso del tiempo. Dos timbres ordenados verticalmente, uno es moderno, el otro reza “Peco”. A un costado la casa de familia, enfrentado, del otro lado al final de la galería, a unos 20 pasos de la verja de calle se encuentra el atelier. Una puerta que sigue con las reglas generales del lugar y una ventana abatible de dos hojas que despliega sus alas hacia afuera, se enmarcan en dos de las cuatro paredes del espacio, pequeño pero efectivo. El lugar está colmado de objetos de todos los tamaños, de toda procedencia.

Un mate viejo, la manija de una puerta, tuercas, clavos oxidados y un sinfín de pinceles y latas de pinturas se adecuan al parecer sin orden alguno en dos mesas ubicadas una frente a otra y que apenas conservan un minúsculo espacio para apoyar algo de manera ocasional y que posiblemente se quedará allí para siempre. En medio de la habitación, protagonista absoluto del lugar, el atril, soldado que todo lo ve.
 
Hombre humilde, de habla pausada como buscando siempre la palabra justa. Su aspecto no es lo que se espera de un artista del pincel. Prolijo en su atuendo, cabellera tupida cuidadosamente recortada, camisa a rayas, pantalón de vestir. Sus lentes de cristales esféricos y enormes completan perfectamente la organización  minuciosa de todo su ser. Oscar Enrique Pecorari, es el último fileteador de la ciudad de Santa Fe, tiene 62 años y se lo conoce por “Peco”.
 
--¿Cuánto hace que se dedica al fileteado?
 
--Desde toda la vida; yo era chico y nosotros con mi familia salíamos a pasear. Era el tiempo del reparto del panadero, del verdulero y donde yo veía un carro me quedaba parado y mi papá me llevaba a la rastra.
 
--¿Cómo aprendió el oficio?
 
--En Santa Fe no hubo escuela que enseñe a filetear, soy autodidacta --sostuvo con un inocultable orgullo de sí mismo-- ni siquiera había gente que enseñe a pintar letras porque pensaban que si empezaba otro a pintar le iba a quitar el trabajo, se cuidaba mucho el oficio en ese tiempo. Yo tuve la gracia que me enseñó a usar los pinceles un letrista muy famoso en Santa Fe, se llamaba Antonianza; él trabajaba con los dos hijos y el hijo mayor había estudiado en la primaria con mi mamá entonces me regaló un montón de pinceles, yo tenía 13 o 14 años, recién empezaba la secundaria, me enseñó a usarlos, qué es lo que tenía que hacer, iba las veces que yo quería a su taller y me explicaba las cosas que no me salían.
 
--¿Cómo fue su educación? ¿Pensó en abandonar sus estudios por la pintura?
 
---Nunca dejé la escuela. Estudiaba Técnico Mecánico Nacional en la Avellaneda --antigua ENET Dr. Nicolás Avellaneda-- y me recibí con 7,65 de promedio general, no era mal alumno --y tras una pausa recordó-- una vez, cuando iba a empezar cuarto año del secundario quise dejar todo porque quería dedicarme a pintar y mis padres me hicieron entender que ellos se habían sacrificado demasiado para que los hijos estudien; porque algo que me transmitieron es que la herencia que me podían dejar era una educación, mi padre me dijo: “yo te voy a seguir bancando, vos estudia, cuando termines la secundaria si querés guardar el título en un cajón, guardalo pero acordate que algún día, tarde o temprano, lo vas a ocupar”. Después de la secundaria me contacté con un señor que pintaba colectivos y de entrada me dijo “yo no te voy a enseñar”, lo único que me enseñó fue a usar pinceles para hacer las líneas del filete que era lo que más se usaba en los colectivos y en los camiones y yo le agradezco que me haya dejado trabajar con él porque yo aprendí trabajando.
 
Mientras juega con los dedos de sus manos, enlazándolos unos con otros, Peco explica que por aquellos tiempos cuando un chico terminaba la secundaria nadie lo “tomaba para trabajar porque tenía que hacer el Servicio Militar por lo que debía interrumpir ese trabajo” y es entonces cuando en el relato comenzaron a aflorar signos de nostalgia. Es el momento del recuerdo de la madre, que se fue mucho antes de lo esperado y que dejó a un padre con cuatro hijos, dos de ellos muy pequeños en una época difícil. “Cuando estaba haciendo el Servicio Militar pasó algo muy triste que es que mi mamá me falleció, mi mamá era muy jovencita, tenía 45 años”, reveló.
 
--¿Cómo fue esa pérdida repentina?
 
--Mi papá era empleado de comercio con un sueldo muy bajo, así que cuando salí del servicio y tras la muerte de mi mamá lo que tenía que hacer era trabajar sí o sí. Tenía mi hermano mayor que sí trabajaba, después tenía un hermano menor que estudiaba y una hermanita de tres años, así que guardé mis aspiraciones de pintar y en el ´74 me fui a trabajar con el título a la provincia de Salta, en San Martín del Tabacal --y como arrancándose del tema de su madre contó-- en el ´75 me casé con mi mujer.
 
Oscar está unido en primeras nupcias hace 40 años con María Beatriz. Cada vez que menciona a su esposa dentro del relato de su vida, el rostro se le vuelve afectuoso y una mueca, ese gesto que antecede a su sonrisa, se ensambla con trazos tímidos como sabiendo lo que le va pasando en el cuerpo, que no oculta, lo que refleja su cara, que no esconde.
 
Fruto de ese inquebrantable matrimonio nacieron dos hijos que no heredaron el filete de su padre y por lo cual Peco siente cierto alivio: “Yo no hubiese preferido que se dediquen al filete, los dos dibujan muy bien, pero mi hijo se dedicó a otra cosa y mi hija se recibió de Profesora de Lengua el año pasado, en ese sentido estamos muy orgullosos con mi señora de que ellos aprovecharon lo que uno les enseñó”.
 
--Su familia ¿siempre lo apoyó?
 
---Mi papá sí, él era un convencido que si uno hacía las cosas con pasión, salían bien, pero mi suegro no quería saber nada, le llenaba mucho la cabeza a mi señora porque para él si uno no trabajaba bajo patrón o con un trabajo fijo no iba a progresar, pero yo estaba convencido que con lo mío iba a poder mantener una familia, educarla.  El fin de mi vida no era tener grandes lujos, era tener hijos, educarlos, que tengan para comer, lo mismo que hizo mi papá. La mejor herencia que le puede dejar un padre a un hijo es el estudio que es con lo que se puede defender en el futuro. De qué le sirve tener plata si después no tiene cómo defenderse. Me salieron dos hijos que son de lujo.
 
En 1976, viviendo en Salta, a Oscar le surge una posibilidad laboral en Puerto Piray, Misiones, lugar de residencia del matrimonio hasta 1979 cuando, según sus palabras, “las cosas empezaron a ponerse difíciles”, momento en que vuelve a Santa Fe “con todas las ganas de pintar”.
 
--¿Qué pasó al regresar?
 
--Con el título de Técnico en Santa Fe hacías muy poco, circunstancia que reforzó más la idea de pintar. Me recorrí todos los talleres, algunos ya me conocían,  pero todavía estaba la gente vieja que pintaba y ni siquiera un tío mío que tenía colectivos me quiso dar trabajo, o sea, me dio trabajo dentro de la misma empresa pero a los colectivos los pintaba otro --recordó con cierta simpatía.
--¿Las empresas tenían sus propios fileteadores?
 
--Las empresas se componían de distintos socios, algunas trabajan con un fileteador y otras empresas con otro. Cuando había algún choque, de reparar la unidad se hacían cargo los talleres y del filete se hacía cargo el dueño. Un día uno de los coches de mi tío tuvo un accidente y yo le dije para pintarlo y no quiso saber nada y al tiempo chocaron otro en la misma empresa y me dijo “a ver pintá” porque yo lo volvía loco y desde ahí empecé a pintar colectivos sacrificando todo, sábados, domingos, feriados, de noche.
 
--Era tu único trabajo, ¿o hacías otra cosa paralelamente?
 
--Llegó un momento que no daba para otra cosa, había para pintar, había mucho trabajo acá en Santa Fe, tuve épocas muy buenas y épocas muy malas pero me fui haciendo y pinté colectivos hasta el año 2004.
 
--¿Qué pasó?
 
--Lo que nos mató a nosotros y a Santa Fe en general fue la inundación de 2003, cambiaron muchas cosas y del transporte se hicieron cargo los políticos porque fueron los que consiguieron los subsidios y se fueron apoderando del transporte. Ya no era como antes, algo familiar. Antes el colectivo era como tener un perrito, cuando descansaba un domingo se iba con la familia y los vecinos de pic nic con el coche y eso se terminó, ya el coche es de la empresa, es un número y para ellos el filete es un gasto; además, como se manejan hoy las empresas, el filete tampoco les sirve, hoy un coche está acá, mañana está en Tierra del Fuego, pasado en Buenos Aires –el relato fluido se volvió mudez, Oscar bajó la cabeza, se miró las mano, alzó nuevamente el semblante y retomó– en 2006 me quedé del todo sin poder pintar. Las dos últimas empresas que sucumbieron fueron la L Bis y después la 18, fue la última, la que más pudo aguantar y bueno me quedé sin trabajo porque yo toda la vida me dediqué al colectivo y entonces empecé hacer artesanías fileteadas.
 
El silencio nuevamente lo ocupa todo. Oscar, que está sentado en su banquito de pintar, cruza los brazos y observa fija y minuciosamente el piso de azulejos ásperos, antiguos y marrones, como si fuera una enorme pantalla que le muestra en ese instante, ese olvidable tramo de su vida. Y la falta de palabras y de ruido, incomoda tras un breve período de tiempo.
 
--Cuándo se termina la intervención del fileteado en los colectivos ¿El arte empieza a ganar otros espacios?
 
--Claro –enfatiza como volviendo en sí al tiempo que desenreda los brazos-- empecé a hacer artesanías: llaveros, mates, cuadros. Ya en 2004 empecé a hacer algunas cosas porque vislumbraba cómo se venía, pero nada tienen que ver mis trabajos de ahora con lo que yo hacía en ese tiempo, gracias a Dios pude evolucionar. Internet fue lo que me ayudó porque empecé a ver fotos, a buscar contactos y en 2007 hice contacto con un maestro fileteador, Elvio Gervasi que me mandó muchísimas fotos de sus trabajos tomadas de cerca para que yo vea los detalles y empecé a copiarlos. Después estuve en Buenos Aires en 2007 para aprender algunas  cosas que me faltaban. Hay noches que me quedo en la compu mirando fotos para descubrir cosas y aplicarlas.
 
--¿Dónde vende sus trabajos?
 
--En la Costanera, hace más de diez años que voy todos los domingos, eso es una vidriera para mí, tengo trabajos particulares gracias a lo que se ve ahí. Hace un año que me operaron del corazón, tengo tres bypass, estuve dos meses internado en el Hospital Cullen; una de las cosas por las que me pasó eso fue por no vender nada, el estrés, imagínese, venía de allá y a lo mejor había vendido 50 pesos y al otro día no tenía para comprar la comida, y le pedía a mi hijo, y uno sigue teniendo su orgullo, no quiero que me sostengan, si yo trabajo, no puede ser que uno no pueda vivir de ésto --dice absorto como si fuera la primera vez en la vida que se lo planteara, al tiempo que extiende sus brazos como abrazando todo el lugar y todo lo hecho-- porque por lo que usted ve a su alrededor no es algo malo o feo mi trabajo. Gracias a estar dos meses internado tuve que repensar las cosas, me faltaban tres años para jubilarme pero gracias a la operación y como tengo el 80 por ciento de incapacidad permanente para trabajar, me pude jubilar; tengo la mínima pero eso es lo que yo necesitaba, tengo eso para la comida.
 
--¿Cómo ve la Economía del país?
 
-- Un desastre, yo a esto lo viví pero no se disfrazaba tanto el asunto de la inflación, viví la hiperinflación y todos sabemos que todo eso no se puede guardar bajo la alfombra porque te va comiendo el sueldo. Hoy comprás una cosa, al otro día vas y está más cara y ya no te alcanza y se empieza a aumentar el sueldo y esa carrera nunca termina bien, porque nunca se empareja. Cualquier mortal va a comprar cualquier cosa y ve que los precios no se mantienen; y sinceramente no veo que esto vaya a tener solución, las cosas mágicamente no se arreglan. Los políticos son unos bichos digo yo siempre, pienso que hay políticos buenos pero no pueden gobernar solos, siempre tienen su gente alrededor y es muy difícil encontrar cien personas que lo acompañen bien, con honestidad y entonces ese político termina sumando para abajo.
 
--¿Dentro del fileteado, admira a alguien?
 
--Sí, --enfatiza mientras señala orgulloso un cuadrito que cuelga en una de las paredes dentro del que se lee “Tango Club”--  es de Elvio Gervasio –cuenta emocionado - y el de arriba lo hicimos juntos cuando fui a Buenos Aires a formarme con él. Otro que me gusta como pinta es Sergio Menasché. También está Daniel Linares que pinta muy bien, y un muchachito muy jovencito, 24 años, Dani Rodriguez que es increíble lo que hace, todos son de Buenos Aires.
 
--¿Hay fileteadoras mujeres?
 
--Sí, hay en Buenos Aires y le confieso algo si no se ofende, no filetean bien ¿Y sabe por qué? Porque cuando uno les dice algo, se escudan que se les dice porque son mujeres; a mí no me importa si es mujer o varón el que pinta, yo defiendo que se pinte bien y no se degrade ni se deforme el filete. Además, muchas quieren imponer un estilo y transformarlo y no, el filete tiene un estilo, yo puedo enriquecerlo pero no puedo degradarlo y últimamente mezclaron el filete con la pintura decorativa, es pintura decorativa con estilo filete le digo yo, pero no es filete. A veces veo cosas y me horrorizo.
 
--Para que en la ciudad no se pierda la profesión ¿Nunca intentó enseñar?
 
--Sí, pero nadie quiere aprender, porque viven en los tiempos modernos, en el que todo tiene que ser ya, ahora. Lo primero que me enseñó Antonianza antes de enseñarme a pintar, fue a cuidar el pincel –y de una especie de lapicero atornillado a la pared sacó un ejemplar y explicó-- tiene grasa para mantenerlo, cuando lo quiero usar, lo tengo que limpiar para poder seguir pintando, este pincel tiene 25 años, es de pelo de oreja de mono y se hacen en la Argentina, pero hay ´pinceles que nunca los pude usar porque no andan y hay pinceles que andan de entrada, entonces uno los tiene que cuidar, hay que mimarlos y mantenerlos --y señalando unas líneas rojas plasmadas en el vidrio de la puerta del taller, continuó-- yo sigo practicando para que me queden las líneas derechas, para que me quede bien el espesor; quieren venir acá y quieren pintar ya, pero no practican, entonces quieren venir y que yo les dé el pincel, el tarrito, las pinturas y que ellos hagan. No –enfatizó ofuscado-- no estoy para perder el tiempo. Y además no cobro, porque a mí me lo dieron gratuito.
 
Comienza a asomarse el final de la charla. Peco pega un salto del banquito y muestra y explica algunas de sus obras y logros. En el aire se respira un modesto orgullo de haber podido ser lo que tanto se deseó a pesar del trabajo obligado tras la temprana muerte de su madre, pese al suegro, a las empresas de transporte, la inundación y la escasa venta costera. La vida lo hizo tambalear, pero no lo derribó. Peco es de esas raras personas en el mundo que tuvieron la suficiente valentía de ir detrás de los sueños, de ser pacientes y esperarlos y verlos cumplidos.

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