Ayer inhumaron los restos de Javier y Agustina Ponisio, los hermanos asesinados a tiros la mañana del viernes en su vivienda del barrio Roque Sáenz Peña en un hecho aberrante.
La Capital |
Los padres de Agustina y Javier Ponisio, los hermanos asesinados a balazos la mañana del viernes en su casa del barrio Roque Sáenz Peña en un aberrante y misterioso hecho, prefirieron despedirlos en la más estricta privacidad. Tras ser sometidos a las autopsias de rigor, los jóvenes fueron velados unas pocas horas en una cochería del macrocentro con la sola presencia de sus familiares y amigos cercanos. Después del mediodía de ayer fueron inhumados en un último adiós que por ahora no encuentra motivos en los investigadores policiales y judiciales.
Mientras los fiscales Adrián Spelta y Miguel Moreno se encerraron en un estricto silencio y sólo sostenían que "hasta el lunes no va a haber novedades" en la pesquisa del doble crimen, desde la Policía de Investigaciones (PDI) se mostraron cautelosos y afirmaron ayer que "sólo hay que descartar la hipótesis del robo. Después, el abanico de posibilidades que se abre es inmenso y queremos analizar todos los elementos que se van recogiendo en nuestro trabajo para llegar a una resolución lo más rápido posible".
En ese marco, el vocero policial dijo que "se está trabajando sobre las imágenes captadas por tres cámaras de videovigilancia que pertenecen a la Municipalidad de Rosario pero que no están lo demasiado cerca de la vivienda donde mataron a los jóvenes para ver los movimientos de personas que entran o salen de allí". Y, en ese sentido, aclaró que "se busca detenidamente cuadro a cuadro algún movimiento que despierte sospecha o el paso de algún vehículo que nos pueda aportar una punta para avanzar en la investigación".
Al respecto, la mañana del viernes un vecino le dijo a este diario que tras escuchar las estampidas de un arma de fuego salió a la puerta de su casa y vio salir de la vivienda de los Ponisio a un hombre joven, de barbita, que caminó hasta la esquina de Castro Barros e Hilarión de la Quintana donde subió a un auto que algunos describieron como un Fiat Siena verde.
Buscando elementos. Más allá de eso, el pesquisa fue contundente al afirmar: "No estamos perdidos. Hay varios testimonios de familiares, vecinos y amigos de las víctimas que nos permiten tener elementos para empezar a armar un rompecabezas que incluye los ambientes laborales de los chicos, sus amistades y relaciones, sus vínculos viejos y nuevos. Desde que conocimos el hecho no hemos dejado de trabajar y lo haremos hasta darle una respuesta a los deudos y a la sociedad".
La tragedia. El viernes a la mañana, alrededor de las 8, Mónica Alejandra Pesce salió de su casa de Castro Barros al 5500 para ir al gimnasio como lo hacía habitualmente. La mujer, una reconocida fonoaudióloga que trabaja en clínicas y sanatorios del Grupo Oroño, y especialista en terapias del neurodesarrollo, dejó en la vivienda a sus dos hijos: Agustina, de 28 años, quien ya se había puesto el uniforme para ir a trabajar al Sanatorio de Niños, donde cumplía tareas administrativas, y estaba tomando los últimos mates antes de salir; y Javier, de 25, quien aún permanecía en la planta alta de la casa. El padre de ambos, Guillermo Ponisio, se encontraba en Ushuaia donde había viajado con un compañero de trabajo.
Mónica regreso a la vivienda poco más de una hora después de salir y entonces se topó con el cuadro más desgarrador que en su vida pudo haber pensado. Sus dos hijos habían sido asesinados a balazos. Agustina yacía en el piso de la cocina, en medio de un charco de sangre y con dos tiros en la cabeza. Sobre la mesa había quedado un mate a medio tomar y en su camisa una mancha de la infusión. Javier, en tanto, quedó desparramado en el descanso de la escalera que lleva a la planta alta de la casa. El joven fue alcanzado por tres proyectiles y, según los investigadores, fue atacado cuando bajaba para ver qué había sucedido tras escuchar los tiros que mataron a su hermana.
Lo cierto es que en los primeros pasos de la investigación los pesquisas sólo tuvieron dos certezas: ninguna de las aberturas de la casa había sido forzada o violentada; y de la vivienda no faltaban objetos por lo que se descartó casi desde un principio la hipótesis del robo. "En la casa había el desorden normal de una vivienda que está habitada", dijeron voceros de la Fiscalía. Esos datos llevaron a los policías a sostener que quien mató a los jóvenes ingresó a la propiedad porque le abrieron las puertas o porque tenía copia de las llaves. "Puede haber sido alguien conocido y que sabía de los movimientos y horarios de la casa", dijeron las fuentes. Y, en ese sentido, un testimonio recogido por LaCapital en el lugar del hecho y a pocos minutos de que se descubriera el mismo, sostuvo que Agustina había perdido un juego de llaves unos 15 días atrás y que la familia, supuestamente, no había cambiado las cerraduras.
En la escena criminal, los peritos de la Policía Científica levantaron ocho vainas calibre 9 milímetros y tres ojivas deformadas del mismo arma con la que asesinaron a ambos jóvenes.
Desolados. En cuanto a la vida de los jóvenes asesinados todo lo que se pudo saber fue a través de algunos de sus amigos que, apenas enterados de lo ocurrido, llegaron hasta la vivienda de Castro Barros al 5500 y a duras penas hablaron con la prensa ya que desde la Fiscalía se mantuvo el silencio. Una joven le contó a este diario: "Para mí Agustina era mi hermana. Nos conocemos desde chicas. Anoche (jueves) estuvo en mi casa cuando volvió de trabajar. Ella no tenía pareja. Y no le conocemos ex novios. Salía como todas, pero nada serio. Lo que pasó no nos entra en la cabeza. Se estaba por ir a laburar y ya no laburará más. Lo peor de todo es que nadie hace nada y siguen matando gente", dijo indignada.
Otra chica, totalmente desconsolada, contradijo parte de ese testimonio: "Nosotros somos amigas desde la primaria y nos veíamos dos o tres veces por semana. Sé que desde hace 15 días se estaba viendo con un muchacho, un chofer de la línea 142. Ella decía que estaba bien y tranquila. Pero pensar que ella iba a traer a la casa a un muchacho sin que supiera la madre, es una locura. Ella a la madre le tenía un respeto bárbaro. Imposible pensar en que hizo venir a un hombre para hablar en la casa mientras la madre no estaba".
Y en el Sanatorio de Niños, las compañeras de Agustina ratificaron que la chica "salía hace tres semanas con un chofer" y recordaron que "ella ya había notado actitudes que no le gustaban, por lo que supuestamente lo iba a dejar. Pero el jueves a la mañana él la llevó al trabajo".
No obstante, hasta ayer los agentes de la Policía de Investigaciones seguían sin tener testimonios contundentes que los llevaran a buscar a ese supuesto chofer con el que Agustina habría tenido una incipiente relación. "Nadie nos aportó un nombre, un apodo o algo que nos permita al menos ir a buscarlo para interrogarlo", manifestó ayer un vocero de la pesquisa que pidió "tiempo para trabajar" y esclarecer uno de los hechos más estremecedores de la historia criminal rosarina reciente.
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