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sábado, 24 de octubre de 2015

Contra la holgazanería cívica y en defensa del barro de la política

Este domingo se vota. Los santafesinos sufragan por cuarta vez en el año. Frente a un escenario flaco en cuanto a propuestas de los candidatos, es esencial subrayar la relevancia del voto, herramienta básica de la democracia
Requisito esencial. Cumplir con el deber ciudadano, pese a los disgustos / Foto: Mauricio Centurión - Uno Santa Fe
Editorial

A mediados de semana un hombre de gestión política, en el desarrollo de una charla informal, brindó un par de datos sobre el impacto de los discursos de campaña de los candidatos a presidente en el electorado. La fuente desde la cual partían los diagnósticos eran los denominados focus group, la técnica cualitativa de análisis que se utiliza para ecualizar la posterior promoción de algún producto. Desde un champú a un político.

El diagnóstico que de esos estudios surgía en cierta medida daba sustento a algunas percepciones que flotaron en el ambiente proselitista luego de las Paso de agosto. Principalmente por qué algunos postulantes se estancaron en la adhesión de los votantes; por qué otros descendieron y finalmente, por qué otros crecieron y alimentaron sus expectativas. En definitiva, puras especulaciones que terminarán de ser tales mañana, a partir de las 18, cuando comience el escrutinio provisorio.

Pero más allá de lo que se relaciona directamente con las chances de tal o cual postulante para su consagración o su derrota, hubo otro dato significativo –y que indudablemente también es perceptible– que vale la pena destacar y poner de relieve en estas líneas. “La gente está cansada de las campañas. Quiere que todo se termine el domingo, no quiere saber más nada con otro mes de campaña”. Ergo, que no haya balotaje. Quien lo dijo no proviene del kirchnerismo y menos del por ahora amorfo sciolismo.

Ese agotamiento electoral abrevaría –sumando a la de mañana– en las cuatro votaciones por las que han atravesado ya los santafesinos a lo largo de este año, que electoralmente comenzó el caluroso viernes 13 de febrero de este año, cuando se cerraron las listas provinciales para las Paso de abril. Vinieron después las generales de junio, con su prolongado y dramático escrutinio definitivo; el cierre de listas nacionales en el mismo mes; las Paso nacionales de agosto y ahora restan las de mañana. Y si las diferencias no alcanzan, habrá una cita más con las urnas, el 22 de noviembre, a solo 20 días de la fecha del traspaso presidencial.

El derecho a sentirse agobiado está más que justificado, pero ¿dónde está previsto que la elección de autoridades tiene que ser un acto placentero? ¿Tiene rango constitucional una condición de esa índole?

Un argumento es la “cantidad” de elecciones. ¿Qué implica esto concretamente en los hechos? Ocuparse de llegar a una escuela en general cercana, elegir, volver a casa. El trámite, si se acude en los horarios apropiados, puede llevar una hora y hasta quizás menos. Una comparación: ¿Cuánto tiempo se pierde en la cola del supermercado por lo menos una vez por semana en las 52 que tiene el año?

Otra excusa es el agotamiento que genera ver y escuchar tantas veces por todas las plataformas los mensajes de los políticos en campaña. Bien. ¿Cuántas veces y cuánto tiempo el ciudadano está expuesto a anuncios comerciales de todo tipo, más aún en la actualidad, cuando el desarrollo digital permite afinarlos a la medida de los gustos y preferencias de cada uno de los usuarios, para que exploten en todas las pantallas?

El planteo del agotamiento que generan los campañas no es más que holgazanería cívica y abulia política. Porque elegir implica además de un lógico esfuerzo, contraer un compromiso, que a la larga puede ser un acierto o un error. Eso significa hacerse cargo y quizás ahí, en hacerse responsable del destino personal y colectivo, está uno de los grandes déficits de las sociedades posmodernas.

Por supuesto que la democracia no es una herramienta infalible, pero hasta el momento es la única conocida por la humanidad para dirimir del modo más armonioso posible los lógicos intereses en pugna dentro de una comunidad.

Siempre, cuando se acercan las elecciones, no falta aquel que recuerda la expresión tantas veces citada de Jorge Luis Borges sobre la democracia, sistema que consideraba impracticable y que por lo tanto calificaba como un “abuso de la estadística”.

“¿Por qué suponer que la mayoría de la gente entiende de política? La verdad es que no entienden, y se dejan embaucar por una secta de sinvergüenzas, que por lo general son los políticos nacionales”, preguntaba y se respondía para justificar su visión de la democracia el autor de “La Historia Universal de la Infamia”, y tantas obras memorables.

A tan contundente aseveración vale, para que también suene otra campana, contraponerle la de otro escritor, en este caso el estadounidense Paul Auster, autor también de obras magníficas de la literatura del Siglo XX como la siempre recomendable “El Palacio de la Luna”. “Para los que no tenemos creencias, la democracia es nuestra religión”, dijo en una entrevista publicada por el diario La Vanguardia de España en febrero de 2007.

A tan pocas horas de la jornada histórica que se vivirá mañana en el país, resulte lo que resulte, sirva esa frase para valorar cada posibilidad de votar que los argentinos se brindan ininterrumpidamente hace 32 años, aceptar que la democracia es imperfecta y por lo tanto mejorable, y que para ello no hay otra vía que el barro de la política.


Fernando Arredondo / farredondo@uno.com.ar

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