La semana que viene se las recordará por el aniversario de sus natalicios. La profesora Liliana Sanjurjo rescata sus legados.
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"¿Qué está haciendo acá?", le preguntó sorprendido Ovide Menin a Rosita Ziperovich, al encontrarla haciendo cola frente a la oficina de alumnado de la Facultad de Humanidades y Artes. "Abrió la carrera de ciencias de la educación, me vengo a anotar para estudiar", le dijo la maestra con absoluta humildad, y que en ese momento tenía 74 años. "De ninguna manera, usted tiene que estar como docente", le respondió un categórico Menin y la sumó a la cátedra universitaria. La emotiva anécdota la repasa la doctora en educación Liliana Sanjurjo, que conoció a Rosita —cumpliría 100 años el 18 de mayo próximo— muy de cerca. Sanjurjo recorre las similitudes entre su oficio y el de Leticia Cossettini, otra educadora santafesina que también será homenajeada la semana que viene, al cumplirse otro aniversario de su nacimiento. Maestras que confiaron en los niños, en los docentes, que se comprometieron con su oficio ejercido en la educación pública y fueron cesanteadas.
Rosa Weinschelbaum de Ziperovich, conocida como Rosita, nació en el 18 de mayo de 1913 en Moisés Ville y falleció el 15 de noviembre de 1995. Leticia Cossettini nació el 19 de mayo de 1904 en San Jorge y falleció el 11 de diciembre de 2004. Ambas serán recordadas con distintas actividades la semana que viene. "Las dos siempre defendieron la escuela pública diciendo acá también se puede, acá es donde se debe poder", afirma Sanjurjo, especialista en formación docente.
Distinguida.De Leticia, Sanjurjo nombra la presencia delicada que la distinguía en cualquier lugar. "La imagen que más recuerdo es que cuando íbamos a la casa nos atendía muy bien; y siempre me impactó que nunca dejó de aceptar las tantas veces —fueron muchas— que la invitamos al Instituto Olga Cossettini. Nunca dijo que no. Aún con sus 97 años estuvo presente en 2001 cuando inauguramos la nueva sede en Sarmiento y Rueda", dice quien fuera rectora de este instituto de educación superior. Sobre la maestra de la Escuela Serena, que trascendió junto a su hermana Olga, por encarar una experiencia pedagógica inigualable entre 1935 y 1950, agrega: "Hablaba improvisando, pero también pensando cada una de sus palabras; en algún momento hacía una pausa en sus discursos, y mientras nosotros pensábamos que se había olvidado de algo, era realmente para pensar y saborear la próxima palabra que iba a decir. Discursos que acompañaba con un increíble movimiento de sus manos".
Estudio y práctica.Pero no todo son anécdotas de dos maestras sobresalientes. También hay un trabajo forjado en el estudio, en la investigación y en la práctica. Y entre ambas había coincidencias, como las de valerse de los principios de la Escuela Nueva para pensar en otra escuela. Una escuela basada en el protagonismo de los niños para aprender, en el interés del chico, en respetar su entorno y en democratizar la enseñanza.
La profesora de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) apunta también que Rosita y Leticia buscaban siempre formarse, leer, y por eso además produjeron teóricamente, escribieron, encararon investigaciones. Y algo más en las semejanzas que las unen : "La perseverancia en el trabajo, con mucha presencia en la escuela, con contención; tenían muy en claro que no hay cambio posible si no hay esfuerzo y dedicación; compromiso con la escuela, con la sociedad en que viven, con el contexto".
"Hay un dicho de Rosita que sintetiza muy bien la idea anterior —trae a la charla Sanjurjo—: «No hay cambio posible, no se puede avanzar ni individual ni socialmente sin poner culo y cabeza. Cabeza para pensar y culo en la silla». Resume un poco esto de que sin esfuerzo no hay cambio posible ni una práctica coherente".
Y desde ya en esas similitudes figuran en primera línea "la coherencia entre pensamiento, sentimiento y práctica". "Las dos —explica— pusieron en su trabajo qué pensaron que debía ser la educación, tomaron con pasión y llevaron a la práctica coherentemente todo esto. Y por eso ambas fueron cesanteadas. Fue porque las dos se plantaron frente al poder de turno para hacer lo que creían que era justo para el sistema educativo".
Otro rasgo que las distinguen es que "confiaban en los niños y en los jóvenes, en que podían aprender, mejorar, creían en los docentes y en la educación, como un dispositivo de cambio y mejora individual y social. Que la educación les podía cambiar la vida a las personas". "Y —profundiza— las dos llevaron las experiencias desde un cargo común, de maestra, de directora o de supervisora y con maestros comunes. No necesitaron generar una experiencia distinta con gente especial, sino que creyeron en la gente que había. Y de ahí generaron unas experiencias increíbles".
Militancia. Si bien las dos educadoras son contemporáneas y muy luchadoras, Sanjurjo advierte que "Rosita se destacó mucho por su compromiso y militancia política como gremial". "Fue cesanteada tres veces y cada cesantía era un puntal para luchar por la organización sindical docente en la provincia".
Por otro lado, en esas breves diferencias, dadas por el momento en que llevaron adelante sus prácticas, le permitió a Rosita "tomar otros aportes de avanzada para la época, como fue la gramática estructural, el enfoque ecosistémico para la enseñanza de las ciencias, la matemática moderna, los primeros aportes del constructivismo desde el enfoque dialéctico".
Vigencia.Más allá del repaso por algunas de las marcas que distinguieron a estas maestras, lo cierto es que sus pensamientos siguen vigentes. Tienen actualidad en ese legado de la Escuela Nueva nutrida ahora con los aportes del constructivismo, y que se manifiestan "en tener presente el interés del niño, la actividad, que por ahí no tienen en cuenta todas las instituciones". Y es verdad —indica— que las dos trabajaron en contextos de pobreza, aunque muy diferentes a los problemas que se han agudizados hoy en estos contextos, pero que donde sería "importantísimo recordar esos principios y reactualizarlos".
También tiene vigencia, "y de eso —apunta— deberíamos tomarnos, de la posición ética frente al trabajo docente, que consideraban debía ser dignificado tanto defendiendo las buenas condiciones laborales pero a la vez desarrollándolo con mucha seriedad, profesionalismo y pasión".
Para Sanjurjo hay un dato más que estas educadoras dejaron como herencia: "Hoy lo que se necesitaría recuperar es creer en la gente, en la escuela y en el sistema educativo, tanto desde el lugar del docente, como del directivo, como del funcionario. Porque en los últimos años ha hecho mucho mal esta actitud de muchos funcionarios que llegaron a sus cargos no creyendo ni en el docente ni en la escuela, ni en el sistema educativo. Llegaron creyendo que hay que hacer todo de nuevo y que lo que estaba no servía para nada. Las dos, Rosita y Leticia, hicieron pie en lo que se estaba haciendo para avanzar en los cambios. Eso hay que recordarlo".
"Ellas —finaliza— creían en la escuela. Ahora hay toda una onda de mejor pensar «en lo no formal» y por fuera de la escuela, argumentando que ha sido «muy rígida». Pero realmente sigue siendo el lugar de la ciudadanía, la garantía para los más humildes de llegar a ser alguien".
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