Hace un tiempo, el ex jefe de Gabinete Aníbal Fernández consideró que la inseguridad era una “sensación”, desechando la realidad objetiva, la realidad de lo que es como esencia.
Entiendo que la sensación que percibimos es una inseguridad real, que se experimenta en lo visible, en lo concreto, que se manifiesta en la vivencia cotidiana y se transparenta con el aumento de los índices de la violencia social.
Vale decir, entonces, que la inseguridad es un hecho incontrastable de nuestra realidad y que muchas de las políticas públicas tomadas resultan oportunas y necesarias, pero de ninguna manera, resultan suficientes ni pueden constituir por sí solas un verdadero programa de acción que esté a las altura de la complejidad y gravedad de la situación.
Bajo esta perspectiva, deberíamos ocuparnos de muchas de las causas o de los factores que concurren en los orígenes de este problema, pero deseo detenerme fundamentalmente en la problemática de la droga, cuyas consecuencias traen aparejadas el crimen organizado, el lavado de dinero y la trata de personas, entre otras, que alimentan la cadena delictiva, generándose así un aumento de la violencia social.
Es cierto, la cuestión de la seguridad, la inseguridad, la violencia y el conflicto atraviesa todo el cuerpo social y está presente en toda su piel. No es un camino fácil, pero ello no es obstáculo para ganar esta batalla en el plano de lo social, de lo económico y lo judicial.
Por ello, uno de los objetivos fundamentales es el de cerrar el paso a la impunidad, extremar la prevención basada en el desarrollo social y humano, y el fortalecimiento de la justicia y de la función jurisdiccional de un Estado como camino democrático y jurídico para resolver los conflictos de una sociedad.
Finalmente, considero que es posible vencer en esta lucha contra la droga, aunque muchos lo vean como una utopía. La historia de la humanidad nos ofrece innumerables ejemplos en los que teniendo la sociedad frente a sí a enemigos a combatir como las dictaduras, la esclavitud, el apartheid, entre otros, no bajaron los brazos y lucharon incasablemente hasta lograr el cambio. Está en nosotros la energía y la convicción para vencer a este flagelo.
En consecuencia, sobre nosotros recae una gran responsabilidad, la de preservar un futuro digno para nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos.
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