Después de haber asistido entre la sorpresa y la estupefacción al debate de Diputados por la reforma del Consejo de la Magistratura, siento que la magistral frase de elusión de Hernán Lorenzino para evitar hablar de la inflación representa a más de uno de nosotros, los mortales de a pie de la Argentina: Yo también me quiero ir, ministro. Yo también, señores dirigentes.
Me quiero ir de una práctica que se invoca como democrática y pretende transformarla en un mero mecanismo formal que toma decisiones a los sopapos urgentes basado en una superioridad sólo numérica, legítima y legal, pero desconsiderada con las minorías. Me quiero bajar de esta misma gimnasia en donde las opciones de los que piensan distinto no se articulan más que una carpa simbólica o en el desplante del abandono de los lugares que les han sido concedidos para representar el disenso. Conmigo no, muchachos.
Lorenzino no quiere hablar de lo que no puede explicar. El que escribe no quiere adjetivar lo que no puede entender. Uno no sabe qué decir frente a la realidad que quiere esconder. Los otros, no podemos relatar una realidad que, mostrada como es, apena.
Dejemos de lado la nueva especie propia de Fabio Zerpa de diputados denominados “LENI”, Legisladores no identificados, a los que les transpiran mucho los deditos y sus huellas digitales no les permiten reconocerse. Aceptemos que la neuquina Alicia Comelli y el santafesino Juan Carlos Forconi (ex obeidista, ex reutemista, neokirchnerista) no mintieron cuando dijeron que habían apoyado el proyecto de la Presidente, ni mucho menos que se asustaron cuando vieron el tablero que los daba perdedores. Lo que pasó en esta mañana posee una gravedad institucional que supera en mucho a Agustín Rossi, Lilita Carrió o Ricardo Gil Lavedra. Llega hasta varias generaciones futuras de sus propios hijos o nietos. El enojo de un gobierno de turno, cualquiera que sea, con algunos jueces que no fallan según sus intereses no legitima la facultad para cambiar el sistema republicano que cree que el que tiene poder tiende a abusar de él. Y el que lo tiene de manera absoluta, abusa de manera absoluta. Lo que pasó hoy es sepultar una necesaria discusión de reforma del Poder Judicialdinamitada a los gritos y en pocas horas por la obcecación coyuntural de quien no tolera ser contradicho.
Lo que se ha conseguido es eso. Cristalizar el enojo de una gobernante que vino a mejorar la calidad institucional y derribar toda chance de escuchar a las minorías disidentes con un número ajustado que sólo representa a una parte de la sociedad (aunque sea la eventual mayoría de hoy). En pocas horas, si no prospera alguna de las detestadas cautelares, un juez que debe decidir de qué forma somos iguales ante la ley va a ser nombrado y removido (echado, exonerado, desterrado) con la mera voluntad de quien pueda ganar una elección intermedia. Eso no es transparentar. Eso es destruir de manera populista el canal de participación de las minorías.
Los que hoy levantaron la mano sentados en la mayoría, ¿creen que eso dura para siempre? ¿No temen la ley de gravedad que se verifica con el paso del tiempo y puede traer a otros magistrados tan rencorosos como su voto y que en cambio los juzgue a ellos? Y eso, sin contar la trampa final que se coló en el texto de ley que supone que sólo podrán postularse a consejeros de la magistratura los que militan en los frentes políticos ya constituidos sin que puedan armarse para los próximos comicios. Adivinen: ¿qué único frente con ansias de victoria será el que quede legitimado en soledad?
Las mayorías en un cuerpo deliberativo (deliberar es cambiar ideas, pensar, contraponer opciones) se imponen cuando no hay más diálogo posible con las minorías. Pero para eso hay que empezar por dialogar. La “sincericida” serial Diana Conti no pudo haberlo expresado mejor: “Está tan fragmentada la oposición que tendríamos que hablar con todos, uno por uno”. Y claro: ¡de eso se trata un parlamento!
Las minorías, también, deberían honrar esos lugares y demostrar que saben del tema y lo expresas en alternativas, superan con argumentos los insultos de tablón y se ganan con prepotencia de trabajo y presencia (sentaditos en sus bancas) el lugar de ser respetados.
Cuando se hace ostentación y ejercicio del número formal sin admitir que un debate dure más de 10 días, sin escuchar una sugerencia de cambio o propuestas que puedan hacer más representativa una idea, cuando se rotula como amigos nacionales y populares a los que con obediencia debida no cuestionan y en enemigos oligarcas a los que “osan” pensar en disidencia, se está más del lado de los autoritarios que de la vereda de los demócratas. Aunque la votación salga 130 a 123. De ese modo actuar, yo también #MeQuieroIr.
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