En la esquina donde mataron a
Sergio sus amigos aún trabajan. En una persiana estamparon su recuerdo.
\"Tiraron por tirar, de la bronca que tenían. Cuando vimos venir los
colectivos nos cruzamos de vereda porque siempre nos tiran cosas. No les
dijimos nada, pero nos dispararon a nosotros. A mí un balazo me rozó la
cabeza y después pegó en la chapa de la verdulería de la esquina. Y
otro tiro le dio en el estómago a Sergio\", indicaron los limpiavidrios.
Con la mirada perdida entre el tránsito incesante que ve pasar desde
hace cinco años en la esquina de Pellegrini y Provincias Unidas, Hernán
revive los últimos minutos que pasó junto a su amigo Sergio Víctor
Fernández, con quien compartía días limpiando parabrisas de los autos
que bajan de la autopista Rosario-Cordoba. Palomino murió un par de
horas después, en un episodio atribuido a la violencia en el fútbol pero
—si cabe— aún más absurdo: Fernández era hincha de Newell\'s pero ya
hacía frío y se había puesto un buzo verde que le tapaba su camiseta
rojinegra.
Fernández tenía 31 años y fue baleado
el sábado 12 de mayo cerca de las 18.30, cuando escoltados por la
policía una decena de micros que transportaban hinchas de Unión eran
escoltados por la policía con rumbo a Santa Fe luego del partido que el
equipo de la capital provincial había perdido con Newell\'s. A partir de
los dichos de testigos, la policía rosarina detuvo el paso de uno de
esos colectivos, de color verde, en la salida de la autopista hacia
Santa Fe, a casi 8 kilómetros del lugar del hecho.
Tanto los hinchas que viajaban en ese
micro como los que iban en otro similar, que fue detenido una hora y
media más tarde en jurisdicción de Coronda, fueron identificados y
sometidos a pruebas de dermotest para determinar si alguno de ellos
había disparado un arma de fuego (ver aprte).
Porque sí. "Palomino
hizo cosas que no tenía que hacer, pero justo ahora que estaba haciendo
cosas buenas y con la idea de volver a formar una familia viene a
pasarle esto. Tiraron a la nada, porque sí. Y en cinco minutos mi
hermano ya no estaba". La frase de Gastón Cardozo, de 22 años y uno de
los hermanos de Fernández (aunque no compartían el apellido son hijos
del mismo padre) no sólo resume lo absurdo del crimen del muchacho sino
también su historia, comparable a la de tantos jóvenes de la ciudad:
infancia difícil en la villa Banana, drogas, delitos, prisión,
rehabilitación en instituciones, contención religiosa y changas que no
podían superar el umbral de lo informal. Una vida atrapada en un círculo
donde la reinserción social es una pelea diaria contra las duras
condiciones socioeconómicas y también contra el propio pasado turbio que
insiste en interferir en cada idea de un mejor futuro. Y cuando un día
parece que sale el sol, de pronto la fatalidad vuelve a poner las cosas
en el peor lugar.
No es necesario preguntar para que los
familiares de Fernández cuenten que Sergio tenía antecedentes por robo. Y
que eso, sumado "a los cortes y los tatuajes", le dificultaba conseguir
un trabajo estable. También cuentan que "él quería cambiar" y que
últimamente iba "a la iglesia del pastor Carlini, en Provincias Unidas y
27 de Febrero".
Fruto de distintas parejas Palomino
tenía cuatro hijos, de 13, 5, 4 y 2 años, y además otro en camino. "El
los veía a todos, les llevaba cosas. Y ahora quería formar una familia",
cuenta Lorena, cuñada del muchacho.
Su lugar. "Palo: te
Keremos. Los Pibes. Naza, Hernán, Gastón, Rana, Mea". La pintada de
aerosol negro en la persiana baja de un negocio sobre Pellegrini
recuerda a Palomino. "Acá lo querían todos", repiten sus familiares,
aferrándose a lo único que les queda para afrontar estos días de
profundo dolor: los buenos recuerdos. "Acá" es el cruce de calles donde
Sergio se las rebuscaba desde hacía un par de años, a la vuelta de la
casa de Ecuador al 1700 donde vive Gastón con su familia. Y "todos" no
sólo son sus familiares sino también los comerciantes y vecinos del
lugar.
"En el súper de los chinos le daban
mercaderías. Cada tanto me traía cosas para que cocinara. También le
daban juguetes, zapatillas y ropa para sus hijos. Era muy querido", lo
recuerda Lorena con una sonrisa triste.
Incluso, uno de los vecinos le había
facilitado una residencia peculiar: "Si te querés quedar, de paso me
cuidás el auto", cuenta Claudio que le dijo a Palomino cuatro meses
atrás. Desde entonces, Fernández vivía en un viejo Ford Falcón blanco
estacionado donde Pellegrini comienza a elevarse hacia la autopista.
"Es de mi viejo, pero no lo estaba
usando", cuenta el vecino señalando el auto donde todavía pueden verse,
entre otras pertenencias del muchacho asesinado, los implementos que
utilizaba para lavar parabrisas. Claudio dice que se hizo amigo de
Sergio por verlo todos los días en la esquina de su casa. "La señora de
enfrente le hacía de comer", graficasobre la relación que entablaba Palo
con algunos de los habitantes de la cuadra.
"Mi hermano era muy compañero con
todos, sobre todo con la gente mayor", explica Gastón, mientras junta
efectos de Sergio para hacerle con su familia y amigos "una capillita en
la tumba" de La Piedad.
De todo. "Una vez los
de Boca nos tiraron un paraguas porque estábamos con la camiseta de
Newell\'s, ¿te acordás, papá?". La anécdota que refiere la nena de unos
10 años apelando a la memoria de Gonzalo pinta una parte del paisaje de
esta zona de la ciudad, por donde llegan y se van los colectivos que
llevan hinchas de distintos equipos que llegan a jugar a la ciudad.
Según cuentan los chicos que limpiaban
vidrios con Sergio en esa esquina del oeste rosarino, luego de que una
tarde hinchas de Colón les arrojaran agua hervida decidieron cruzar de
vereda cada vez que se aproximan los micros. Eso es lo que hicieron
aquel sábado fatal ante el paso de "unos ocho colectivos" llenos de
hinchas tatengues.
Sin palabras. Hernán
no quiere hablar, tal vez porque no quiere recordar. Difícilmente la
bala que le rozó la cabeza y casi le quita su gorra lo haya atemorizado,
el miedo no debe ser tan habitual para un pibe de 18 años que desde los
13 se rebusca el sustento diario limpiando vidrios por monedas entre
autos que van a mil. Sin embargo, su mirada perdida en el tránsito
incesante y sus palabras a cuentagotas evidencian una angustia
devastadora.
Con sus ojos clavados en el lugar donde
días antes ocurrió todo, cuenta que "tiraron desde el tercer colectivo.
No les dijimos nada, ni siquiera los miramos. Pero nos tiraron a
nosotros", afirma el limpiavidrios, descartando que las balas pudieran
tener otro destino.
"Cuando lo hirieron, Sergio se cruzó
hasta un patrullero para avisar que le habían dado (un tiro). Pero la
policía no le dio bola". Fernández no sangraba, lo que suele ocurrir con
las heridas causadas por las balas de pequeño calibre, como la 32 que
le sacaron en el Hospital de Emergencias antes de morir.
El pibe no encuentra explicación.
"Tiraron por tirar", resume, y niega que estuvieran vestidos con los
colores de Newell\'s. "Sergio siempre vestía algo de Ñuls, pero en ese
momento se había puesto un buzo verde encima porque hacía frío", cuenta
Gastón, y enumera el resto de la indumentaria de su hermano: una "remera
finita" que usaba debajo de la camiseta, un vaquero, zapatillas, una
gorrita y una bufanda blanca y negra.
Coches de todo tipo siguen pasando por
la esquina de Pellegrini y Provincias Unidas. Cada tantos segundos el
semáforo los hace detener, algunos dejan una moneda para los pibes que
limpian vidrios y siguen viaje. Vecinos y comerciantes, ricos y pobres,
locales y visitantes, conviven en ese espacio según las marcaciones de
un guión cada vez más mediocre e insostenible, en el que oscuros y
cobardes personajes como la locura y la imbecilidad le restan cada vez
más protagonismo a las personas de carne y hueso como Palomino.
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