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domingo, 25 de octubre de 2015

Mauricio Macri, el empresario que aprendió a ser político y quiere destruir el bipartidismo

No estaba acostumbrado al cruel trajín de una campaña presidencial. Hace una semana, en medio de una entrevista con una corresponsal extranjera en el conurbano bonaerense, Mauricio Macri bostezó con fuerza, estruendoso. "Estoy cansado", se sinceró, y explicó que esa madrugada había entrado raudo al Hospital Italiano por una urgencia en la salud de su padre Franco. Esa noche de sábado, el jefe de Gobierno porteño cenó frente a las cámaras con Mirtha Legrand. A las pocas horas cerró la campaña en la Ciudad de Buenos Aires, después en Rosario, al otro día en Lanús y tuvo su acto final el jueves, en Córdoba, ante el auditorio más multitudinario que le tocó enfrentar en su vida política. En el medio, fatigó todos los canales de televisión, las radios y los principales medios gráficos.
Infobae | 
Mauricio Macri, el empresario que aprendió a ser político y quiere destruir el bipartidismo
Las últimas horas de una campaña extensa que posiciona a Macri con chances reales delante de su mayor desafío profesional. Llega a ese lugar de privilegio con la mayor madurez política que pudo cosechar. "Aprendió, le tomó el gusto a la política, le gusta ejercer el poder", lo describe uno de sus funcionarios más cercanos. Macri entendió que debía parar en la trinchera mediática a puros como Marcos Peña, Gabriela Michetti, Horacio Rodríguez Larreta o María Eugenia Vidal, y esconder bajo la alfombra a dirigentes como Enrique "Coti" Nosiglia –fundamental en el acuerdo del PRO con los radicales, secundado por Emilio Monzó– y Carlos Grosso, dos de sus asesores políticos más preciados. Grosso fue, en el 2011, uno de los principales impulsores de la reelección porteña. Por el ex intendente, el jefe de Gobierno terminó de comprender que la reciente viudez de Cristina Kirchner era demasiado para él.
El ex presidente de Boca Juniors acompañó su madurez política con un equilibrio emocional casi perfecto. Zanjó el rencor paterno, como le confesó a Santiago del Moro en las entrevistas intimistas que el conductor realizó con los seis presidenciables para Infobae, y ablandó su indolencia cuando conoció a Juliana Awada, pilar vital de este Macri. Antonia, la más pequeña de sus cuatro hijos, terminó de humanizarlo. En las entrañas del gobierno porteño juran que después de ellas asomó otro Macri. Ni Jaime Durán Barba, el estratega por excelencia de la marca PRO, lo hubiera diseñado mejor.
 El combo personal y político del plan "Macri Presidente" se completa con la omnipresencia de Nicolás Caputo, el más íntimo de los amigos del jefe de Gobierno, su socio en los hechos. En ese experimento son demasiados los que aseguran que "Nicky" es hasta más importante que el propio Macri. El responsable del financiamiento de ese ambicioso plan. El único capaz de decirle "no" a su amigo.
El lugar que le tocó ocupar al postulante de Cambiemos en el tablero de la política argentina en la década K lo incomoda. Es un pichón del empresariado nacional, pero el "círculo rojo" –como llama a ese grupo de empresarios, consultores y periodistas influyentes– lo desprecia casi en su mayoría. Un desprecio unívoco de ambos lados del mostrador: ese círculo lo repele porque el líder del PRO, en general, lo aborrece. El jefe de Gobierno porteño y su entorno prefieren explicar que, en realidad, lo de ellos es "contracultural": un grupo de novatos –¿novatos?– plantados delante del status quo político. "Con nosotros se jubilan muchos, por eso nos resisten", suelen repetir en el tercer piso del edificio porteño de Parque Patricios, donde se reparten los despachos más importantes del PRO. Si el resultado de hoy posiciona a Daniel Scioli como sucesor de Cristina Kirchner, el pase de facturas por aquel acuerdo trunco con Sergio Massa será rabioso.
Macri transitó hasta hoy un camino largo y sinuoso. Tuvo que ser diputado en el 2005, un paso "estelar" por el Congreso como él mismo definió esta última semana, en broma, en declaraciones radiales, para no reconocer que fue pobre. Dos años antes había declinado una oferta presidencial de Eduardo Duhalde porque, según él, no estaba capacitado. Lo definió junto a sus hijos y la madre de estos, Ivonne Bordeu, su primera esposa. Declinación por la que todavía arrastra una dura enemistad con uno de los grandes banqueros nacionales, principal promotor de esa fallida postulación.
El líder del PRO sazonó su proyecto presidencial a través de dos gestiones en la Ciudad de Buenos Aires que saturó de obra pública, la clave de su aceptación porteña. Pero pagó en su primera mitad de mandato el precio de la virginidad política. Primero quiso blanquear a Caputo como asesor ad honorem: no pudo sostenerlo ni un par de semanas. Después se encaprichó con Jorge "Fino" Palacios, un comisario multicuestionado, como su primer jefe policial. Fue el puntapié para la apertura de la investigación por las supuestas escuchas ilegales en el seno de su gobierno, expediente por el que todavía es investigado. Un legajo judicial sospechoso en los hechos pero contundente en los papeles: Macri es el único de los seis candidatos presidenciales procesado por la Justicia federal de la Ciudad de Buenos Aires.
La denuncia contra Niembro fue el golpe más duro de su carrera política
A través de sus errores políticos, sintió en carne propia el rigor del kirchnerismo. Pero ninguno de esos tropiezos lo descolocaron tanto como el escándalo alrededor de Fernando Niembro. Le costó reponerse. "Le mandábamos mensajes de texto para levantarle el ánimo", cuenta un funcionario de peso. Si hasta tuvo que recibir dosis extra de coaching en las horas más cruciales porque el affaire por los contratos que su gestión rubricó con el periodista por más de $20 millones lo desbordó por completo. El de Niembro fue, sin duda, el golpe más duro de su carrera política. No solo por la cercanía de la elección presidencial, sino por el condimento del plano emocional y humano. "Sintió por primera vez que le caían con fuerza a un amigo que él mismo había arrastrado a la política", explica uno de los ministros que más horas compartió con su jefe en los últimos meses de campaña.
Dos semanas fulminantes en las que ni los consejos del ecuatoriano Durán Barba alcanzaron. El miércoles 16 de septiembre, Macri se enteró de la renuncia del periodista a la postulación a diputado mientras transitaba en su camioneta por las calles de Rosario. Una puñalada que lo hirió de muerte: desde ese día y hasta no hace tanto, el ex comentarista de Fox Sports se encerró en su departamento de la avenida Del Libertador, frente al hipódromo porteño, y se dedicó prácticamente a llorar. Crujió por primera vez la estrategia comunicacional del PRO, hasta ese momento un engranaje casi perfecto.
Macri cimentó casi toda su carrera política hasta este día crucial a través de esa estrategia. En la mesa chica que decide los lineamientos del PRO la comunicación es más poderosa que la política. Durán Barba es más que Monzó. Y Peña, de los más influyentes funcionarios de la década macrista. Será interesante ver la lógica de la futura gestión de Horacio Rodríguez Larreta, otro hombre clave del esquema de Macri, si el jefe de Gobierno se queda con las manos vacías y María Eugenia Vidal no consigue arrebatarle la provincia de Buenos Aires al peronismo. Durán Barba es el ideólogo del estilo zen del PRO. No le deja abrir la boca a su cliente antes de encuestar la temperatura social. Por él, el ex presidente xeneize tiene prohibido, por ejemplo, criticar con crudeza a su amigo Scioli.
  
El candidato de Cambiemos amalgamó un equipo personal y profesional con el que se rodeó hasta esta víspera eleccionaria. Hernán Bielus, cerebro protocolar; Federico Suárez, imprescindible en los discursos del jefe de Gobierno, o José Torello, apoderado del PRO en los papeles, son, en la diaria, irremplazables. Bielus tuvo en estos meses intensos de campaña un rol secundario: según los funcionarios que recorrieron el país con Macri, fue el encargado de "mantenerlo de buen humor". El que chequeaba el stock de chocolates, "Block" preferentemente, en los aviones o en el "Macrimóvil", el ómnibus acondicionado estilomotorhome.
Para distenderse, el jefe de Gobierno, que todavía hace terapia semanalmente, reparte su tiempo libre en la enorme quinta "Los Abrojos", en el partido bonaerense de Malvinas Argentinas, donde conjuga a su mujer y a su hija con el "grupo del paddle", integrado entre otros por el actor Martín Seefeld y Gastón Gitard, un viejo amigo multifacético. En la mesa de cartas en Barrio Parque, Macri prefiere sentarse con su padre y los Calcaterra, el ala familiar más beneficiada de la era K.
Macri dejó de ser empresario y aprendió a ser político. Se convenció de que, en una década, fundó un partido que emergió tras el estallido social, económico y político del 2001 que por primera vez tiene chances serias de destruir el bipartidismo que atravesó a la Argentina en los últimos 60 años.
A principios de semana, en uno de los baches de su participación en el programa "Intratables", un curioso lo cruzó en el baño de los estudios del canal América. "¿Cómo estás Mauricio?", le preguntó mientras ambos orinaban, separados por un par de mingitorios. "Muy tranquilo", respondió Macri.
Tranquilo. Así jura entre sus íntimos que llega hoy a su máximo desafío. Si le alcanza, es una incógnita. Su futuro si es que no llega es otra de las inquietudes en el seno del PRO. De esta larga campaña electoral, el candidato presidencial se lleva, al menos, dos novedades: le tomó el gusto al mate y aprendió a pilotear helicópteros, la más nueva de sus pasiones.

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