El ahora beato Oscar Arnulfo Romero fue víctima de las balas de la ultraderecha de El Salvador y de religiosos que lo calumniaron antes y después de su muerte.
Reconocimiento . El Sumo Pontífice subrayó el martirio de Oscar Arnulfo Romero por el pueblo ante peregrinos salvadoreños, ayer en la Sala Clementina.
El Papa Francisco criticó fuertemente ayer a “sacerdotes y obispos” orquestaron una campaña de difamación contra el arzobispo de San Salvador Oscar Arnulfo Romero, asesinado hace 35 años, con el fin de bloquear su beatificación, finalmente celebrada en mayo pasado.
“El martirio de monseñor Romero no fue sólo su muerte: se inició antes, con los sufrimientos por las persecuciones antes de su muerte y continuó después, porque no bastó que muriera; lo difamaron, calumniaron y enfangaron. Su martirio continuó por mano de sus hermanos sacerdotes y del episcopado”, afirmó el Papa ante una delegación de obispos y fieles salvadoreños.
Asesinado en San Salvador cuando oficiaba misa el 24 de marzo de 1980 por un francotirador contratado por la ultraderecha, Romero se había pronunciado por largo tiempo y enérgicamente contra la represión por el ejército al inicio de la guerra civil de 1980-1992 en El Salvador. El conflicto entre el gobierno derechista y la guerrilla de izquierda dejó casi 75.000 muertos.
Romero fue tildado en los últimos años de su vida y después de muerto de “desequilibrado” y “marxista” y acusado de ser un “títere” de la Teología de la Liberación por sus sermones contra la oligarquía, las injusticias sociales y la represión.
Esas acusaciones, lanzadas por diplomáticos, políticos, religiosos y hasta cardenales, frenaron el proceso de canonización de Romero, quien fue beatificado finalmente el 23 de mayo en su ciudad, 19 años después de que el proceso fuera abierto oficialmente por el Vaticano en 1997.
“Lo estaban lapidando con la piedra más dura que existe en el mundo: la lengua”, lamentó sin tapujos el Papa ayer ante los fieles y obispos salvadoreños que viajaron a Roma para agradecerle la beatificación de monseñor Romero y abogar por su pronta canonización.
Aunque no perteneció a la corriente de la Teología de la Liberación, marginada durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, Romero fue un defensor de los pobres, en particular de los campesinos expulsados de sus tierras.
El Papa Francisco se identifica con la figura de Romero, conservador en materia de dogmas pero comprometido con las cuestiones de justicia social.
“Hago míos los sentimientos del beato monseñor Romero, que con fundada esperanza ansiaba ver la llegada del feliz momento en el que desapareciera de El Salvador la terrible tragedia del sufrimiento de tantos de nuestros hermanos a causa del odio, la violencia y la injusticia”, afirmó el Papa en la audiencia celebrada en la Sala Clementina del Vaticano.
La delegación salvadoreña participó ayer en una misa en la iglesia romana de Santa María in Trastevere, sede de la Comunidad de San Egidio, el movimiento católico que apoyó y financió la causa de Romero.
En sus comentarios a los peregrinos, Francisco dijo que esperaba que Dios logre lo que Romero esperaba para El Salvador: “El momento feliz en que desaparezca la terrible tragedia de sufrimiento de tantos de nuestros hermanos en El Salvador debido al odio, la violencia y la injusticia”.
Algunos asistentes aseguraron que la nueva generación de católicos salvadoreños pide “dos milagros”: una reconciliación verdadera en su país y el reconocimiento del beato Romero como pastor de “una Iglesia pobre para los pobres”, a la que aspira el actual Papa.
Todo parece indicar que Francisco no olvida a los enemigos de Romero, quienes emplearon todo tipo de armas para denigrarlo.
El arzobispo italiano Vincenzo Paglia, actual presidente del Consejo Pontificio de la Familia y postulador de la causa de beatificación de monseñor Romero, reconoció en febrero pasado las numerosas trabas del proceso. “De no haber sido por el Papa latinoamericano, Romero no hubiera sido beatificado”, confesó.
Entre los enemigos de Romero en el seno del Vaticano figuran dos influyentes cardenales, los colombianos Alfonso López Trujillo, ya fallecido y conocido por sus posiciones ultraconservadoras, y Darío Castrillón Hoyos, jubilado.
Ambos ocupaban en la década de 1990 importantes cargos en la curia romana. “López Trujillo temía que la beatificación de Romero se transformara en la canonización de la Teología de la Liberación”, escribió Andrea Riccardi, fundador de la comunidad de San Egidio.
Romero era criticado por su cercanía con el teólogo jesuita Jon Sobrino, censurado por años por el Vaticano como uno de los grandes exponentes de la Teología de la Liberación, quien sobrevivió a la matanza de seis de sus compañeros jesuitas perpetrada en 1989 por militares salvadoreños.
Los problemas doctrinales, el extenuante análisis de sus homilías y el temor de una instrumentalización ideológica por parte de la izquierda fueron algunos de los argumentos para obstruir la causa del ahora beato salvadoreño.
“Les suplico, les ruego, les ordeno que cese la represión”
El día antes de su muerte, el domingo 23 de marzo de 1980, monseñor Oscar Arnulfo Romero pronunció una homilía histórica que fue ahora publicada por la Oficina de la Causa de Canonización de Romero.
“Queridos hermanos: sería interesante ahora hacer un análisis pero no quiero abusar de su tiempo, de lo que han significado estos meses de un nuevo gobierno que precisamente quería sacarnos de estos ambientes horrorosos y si lo que se pretende es decapitar la organización del pueblo y estorbar el proceso que el pueblo quiere, no puede progresar otro proceso. Sin las raíces en el pueblo ningún gobierno puede tener eficacia, mucho menos, cuando quiere implantarlos a fuerza de sangre y de dolor.
“Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del ejército y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles: hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y ante una orden de matar que dé un hombre, debe de prevalecer la Ley de Dios que dice No Matar. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión...!
“La Iglesia predica su liberación tal como la hemos estudiado hoy en la Sagrada Biblia, una liberación que tiene, por encima de todo, el respeto a la dignidad de la persona, la salvación del bien común del pueblo y la trascendencia que mira ante todo a Dios y sólo de Dios deriva su esperanza y su fuerza”.
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