Trabajan de lo que pueden, consumen y saben que en sus barrios "el que no termina muerto, termina tras las rejas", como dicen las canciones que cantan. Una mañana en un barrio donde se reclama la Emergencia en Niñez y Juventud.
Rosario 12 |
Es sábado a la mañana. En las avenidas Godoy y 27 de Febrero pasan autos y colectivos. El movimiento se atenúa al entrar por Valparaíso. Y empieza a verse basura, acumulada al lado de las zanjas. El olor se hace sentir en las callecitas de tierra de los pasillos. Hay viviendas de ladrillos huecos, algunas tienen techos de chapa. Las 15 mil personas que viven en Villa Banana comparten un solo caño maestro de agua. Para proveer a las viviendas, cada vecino hace una conexión propia, que va por la zanja. El agua potable se contamina en el camino. Y entrar a los pasillos, cuando llueve, significa llenarse de barro, porque muy pocas calles están pavimentadas. Ahí nomás, apenas se dobla por Valparaíso, en la esquina de una cortada, hay un grupo de niños que bailan en ronda. Algunos adultos juegan con ellos. En el piso, sobre un trapo bordó, desparramaron libros infantiles. Ese día comienza el taller de promoción de la lectura. El frente de la construcción de material, con techo de fibra de vidrio y chapa, está pintado con dibujos y colores: "Causa y Efecto" es el nombre de la organización social que levantó esa construcción después de la pedrada de 2006, cuando ya llevaba unos años de trabajo en la zona. Forman parte de la Asamblea por los Derechos de la Niñez y la Juventud, que exige la Declaración de Emergencia en Niñez y Juventud, para que se tomen medidas gubernamentales urgentes para asegurar los derechos de esa población.
Causa y Efecto es un lugar de encuentro. "Acá el mate es lo que une todo", dice Mariana Palacios, "la Negra", a modo de bienvenida. En la calle, ahí nomás, los más grandes amagan con jugar al fútbol pero terminan compenetrándose con la música del celular de Brian, de 15 años. Cantan y se mueven al ritmo de una canción de Fuerte Apache, Queridos Amigos. "Esto es así, nunca va a cambiar/ la vida de la calle tiene un rápido final/ esto va pa\' mis amigos, que ya no están". Caminan por la calle al ritmo de su música. Se llaman Christian (Guason), Fabián (Frijolito), Kevin y Brian, ninguno llega a los 18. "A esta altura de la vida me queda una moraleja/ el que no termina muerto, acá termina tras las rejas", siguen cantando.
Ante la pregunta sobre sus propios amigos muertos, cuentan que "hay un par que los confundieron y otro par que los mató la ley". La ley es la policía. Señalan un mural en honor a "Santulli", un amigo que murió a los 24 años, embestido por un camión. A pocos metros, un mural lo recuerda. Ahora siguen la letra de otro tema, del grupo Fily Wey. "Le cantan a los barrios y a los pasillos", cuenta Kevin. "Le tiro a la yuta y a los giles dejo pillo/ siempre andando en punga con el fierro en el bolsillo/ por si pinta bondi, al toque jalamos gatillo", siguen abstraídos en su música.
Esquinas y policía
El profe, como le dicen a Facundo Peralta, militante de Causa y Efecto, los convoca a jugar al fútbol en la cancha del antiguo club Juan XXIII. A esa misma hora están entrenando Las Lobas, adolescentes del barrio y de otros barrios que juegan al hockey. En el camino, los varones muestran la pintada en uno de los paredones del club: F.0. dice el mural. La "Familia del Oeste", así se nombran los pibes que todos los días se juntan ahí, en ese lugar. "Nos juntamos una re banda. Escabiamos, jugamos al fútbol o nos podemos a boludear", describen sus actividades en esa zona. Desde el desembarco de Gendarmería, el 9 de abril, si los los encuentran ahí les pegan, los dispersan, les exigen llevar documentos.
"Te dicen una vez (que no pueden estar ahí, todos juntos). La segunda vez que te encuentran, si te encuentran, te llevan", cuenta Juan, de 22 años, que trabaja como pintor y es uno de los pibes de esa esquina. "Si no tenés el documento encima, te llevan", aporta Frijolito. "Estamos todo el día, toda la noche, hasta el otro día", sigue Guasón, aunque él, desde que está de novio, se la pasa "todo el día encerrado". Esa esquina, por Valparaíso y Cuenca, es el lugar de encuentro. "Acá nos juntamos todos, pero a veces no están los pibes, y nos vamos a jugar a la pelota al poli (el club que está en la misma manzana). Cuando nos ven allí a un par, nos paran, nos revisan, si nos encuentran faso, nos pegan también".
Juan alquila. "Lo que pasa es que ellos no saben Yo trabajo, yo trabajo, alquilo y todo. Sí fumo, fumo marihuana, pero yo no molesto a nadie y tampoco lastimamos a nadie. Nosotros somos todos pibes, vamos a jugar a la pelota, fumamos para cambiar un poco de ritmo de vida, porque si no, lo que ves acá es siempre lo mismo, todo el día tiros, si no vienen, te pasan, te buscan poronga", cuenta el joven. ¿Qué quiere decir buscar poronga? "Te buscan bronca, o si no te levantan barretina o se hacen los malos y nosotros tenemos que pegarles", dice Guasón. Frijolito se anima a contar que a veces es más que eso. "Nos agarramos a los tiros, la otra vuelta nos agarramos a tiros". No mencionan con nombre propio a sus rivales, un grupo de otro sector del barrio, con el que sostienen la rivalidad. "Si no nos molestan, nosotros no molestamos a nadie", repiten varios, a lo largo de la charla.
Juan lleva la delantera en el relato. Es el más grande. "La policía (provincial) te saca la plata, el faso, todo. Si es posible te meten una causa y vas en cana. A mí la semana pasada me sacaron lo que yo tenía para pagar el alquiler, me lo sacaron. Así, es cortita, te enganchan con una bolsa de porro y te preguntan de dónde lo sacaste. Ellos saben de dónde lo sacás, porque arreglan con los que manejan la venta. Si no, como pueden mover tanto. Por eso vino Gendarmería y les cagó el laburo, entendés? Porque están cagados de hambre, Por qué salen todos ahora? Salen a buscar la guita que nosotros laburamos", describe.
Rebusques y escuela
Guasón y Frijolito son hermanos, tienen 15 y 14 años. Trabajan como limpiavidrios. "Nosotros no tenemos madre?, relatan. "Nos la rebuscamos solos, quién va a venir... Nadie te va a venir a decir \'tomá, te doy un plato de comida, un pedacito de pan\'. O \'vamos a mi casa, vamos a comer\'. Nadie te va a decir eso", dice Frijolito. Viven en el fondo de un pasillo, rodeados de las casillas de primos y primas, cada uno con su familia. Guasón ya convive con su novia, terminó la primaria. No hay más escuela para él. "Estoy limpiando vidrios. Estoy re legal, casi nunca me quedó acá con los pibes, estoy todo el día adentro, encerrado. A veces vengo, me quedo acá, tomando una coca, fumando un porro, como siempre", cuenta su cotidianidad.
Frijolito sí va a la escuela, con su primo, Kevin, de 13. Los dos cursan 7E grado en la que nombra como la "Zapata", la escuela 609, de Avenida Perón al 3800. Kevin empezó a trabajar, en el Mercado de Productores de la zona. "Dejé porque tenía que ir la escuela de vuelta. En la escuela, si hay bronca, yo zapateo para él, que es mi primo", cuenta Kevin. ¿Con quiénes es la bronca? "Con los de la secundaria".
A Frijolito le gusta ir a la escuela. "Me siento re bien, porque estoy con mis compañeros. En el recreo jugamos a la pelota y si no hay pelota nos divertimos entre nosotros, o si no vamos con las mujeres, jodemos con las mujeres", dice con picardía.
-¿Lo que aprendés te sirve?
-Para algo me sirve -contesta Frijolito.
-Para trabajar, tenemos que trabajar, para decidir nuestro laburo. Si no vas a la escuela cuando seas grande qué vas a hacer de tu vida --se suma Kevin.
Según datos del censo de población y vivienda de la Argentina, entre 2001 y 2010 se redujo el porcentaje de adolescentes de 12 a 17 años que asisten a la escuela en la provincia de Santa Fe de 88 a 86,3 por ciento. En 2008, el 34,7 por ciento de los chicos de todo el país tenían sobreedad escolar.
-¿Tienen ganas de seguir?
-Síiii, hasta que terminé la escuela.
El que contesta es Frijolito. Hasta la palabra secundaria le es esquiva y acepta: "Primero tenemos que terminar la primaria".
-Pero ya les falta poquito.
-¿Poquito? -mira con desconcierto Frijolito. "Si todavía ni empezaron las vacaciones. Nos queda un buen viaje".
Se termina la charla, se apaga el micrófono. Después, uno de ellos contará que el porro se consigue a 10 pesos y la alita, más cara que la cocaína, cuesta 40 pesos. Ahora van a jugar a la pelota en lo que ellos dicen "el poli", las viejas instalaciones del club Juan 23, en 27 de Febrero entre Valparaíso y Río de Janeiro. En 2013, un grupo de familias tomó el predio, y la Municipalidad concretó el desalojo. Entonces, rehicieron los muros. Ahora, allí se realizan torneos interbarriales de fútbol. Todos los sábados, las Lobas practican hockey y los varones juegan a la pelota. Este sábado sólo dos chicas fueron al entrenamiento que conduce Cecilia Arean, periodista y colaboradora de Causa y Efecto. Una que no fue, pero se acerca para la nota, es Lorena, que vive en el pasaje Independencia.
Las chicas
A Villa Banana no ingresa el servicio de recolección de residuos, que sí pasa por las avenidas Godoy y 27 de Febrero. En esa zona, muchas familias viven del cirujeo. "Además, se ven autos y camiones que vienen a tirar la basura acá", cuenta Luz Olazagoitia, otra integrante de Causa y Efecto. Para llevar los desperdicios desde el interior de la villa hacia los contenedores se formaron cooperativas. Lorena, "La Lore", tiene 21 años. Trabajó en una de esas cooperativas, La Victoria, durante un año, por 1600 pesos mensuales. En la Navidad pasada reclamó que le pagaran los meses que le debían. "Como en la mayoría de los lugares, cuando viene el que manda, están todos de acuerdo con él y yo no trabajé más", cuenta resignada. Está contenta porque la semana pasada hizo una "changüita", cuidó a la abuela de Facundo. Su prioridad es encontrar trabajo.
A entrenar fueron sólo Romina y otra Lorena. Las dos son de zona Oeste, pero no viven en Villa Banana. Romina cuenta que estudió para chef, pero tiene que terminar el secundario. Tiene 21 años. En la provincia de Santa Fe, sólo el 51 por ciento de las y los estudiantes terminan ese nivel de escolaridad en tiempo y forma. Romina cuida dos niñas, de 7 y 10 años, dos veces por semana. Y los jueves limpia una casa. En los dos lugares está en blanco, junta 1200 pesos por mes. Pero si el jueves no puede ir a trabajar, o es feriado, se pierde el entrenamiento de Las Lobas, porque tiene que hacerlo el sábado. Las Lobas nacieron de una antigua integrante de Causa y Efecto, Paula Negroni, que jugaba al hockey, y se los propuso a las chicas. "Por qué no podemos jugar al hockey?", les dijo. Llegó a haber entre 50 y 60 chicas en cada entrenamiento, con la consigna "al hockey se juega con banana". A algunas de esas chicas no les gustaba el barrio, no querían ir hasta allí, y dejaron de concurrir.
La Lore lamenta la reputación de su barrio y aunque sabe que sus amigos la pasan mal, cree que la Gendarmería llevó tranquilidad. "A la noche no hay chicos en la calle pero igual la droga la traen para venderla", dice con resignación, y más tarde, con picardía, cuenta que algunas chicas de su edad salen a la calle para mirar a los gendarmes. También que su amigo el Tata se queja porque los efectivos de la fuerza nacional le impide juntarse con los amigos en la calle. "Hay gente que viene de otro lado y manchan al barrio. Según dicen, Villa Banana es el barrio más peligroso", lamenta.
Organización popular
A esa hora, cerca del mediodía, las actividades se concentran en el polideportivo, a una cuadra del local de Causa y Efecto, que queda en el Pasaje Independencia. El año pasado, la Asamblea Popular de Villa Banana logró que lo pavimentaran, un proyecto que estaba aprobado por el presupuesto participativo hacía tres años pero no se ejecutaba. Los vecinos se organizaron para reclamar y recién entonces se concretó.
Causa y Efecto tiene dos áreas: Educación Popular y Economía Social. Los jóvenes que la integran --en realidad, algunos ya no tanto, superan los 30 años y están hace más de una década en la organización social-- se dividen en los distintos proyectos. Además del hockey, comenzaron el taller de Promoción de la Lectura con la biblioteca Cachilo, tienen un programa de radio llamado "De Acá para Allá", que se emite en el segundo semestre del año en la radio comunitaria Aire Libre, y --cuenta Peralta con orgullo-- "lo hacen los pibes?. En el área de Economía Social desarrollan un taller de carpintería, que conduce Blas Urbano y otro de panificación, que cuenta con un horno de barro. "Ahora lo están usando los vecinos para producir y vender", dice Peralta, que es el guía del recorrido por el barrio. También están armando la Cooperativa de Consumo. La enumeración seguramente incluirá un olvido. Guillermo Campana, Guillermo Mall, Paz Infante, Eugenia Márquez, Julián García, completan el equipo. La organización forma parte de la Asamblea por los Derechos de la Niñez y la Adolescencia, que se formó a fin del año pasado bajo la consigna "Los pibes son los pibes", para alertar sobre la muerte de adolescentes en los barrios, y combatir las embestidas para bajar la edad de imputabilidad.
Hasta el año pasado, Causa y Efecto sostuvo un taller de alfabetización para adultos. La visita al barrio está terminando. Queda todavía una parada en la casa de Amanda, una mujer vivaz que estuvo en aquel taller, y ahora impulsa su emprendimiento de costura. "Está todo tranquilo, no pasan las motos a todo lo que da. Nosotros decimos que se termine, pero esto de la droga no se termina más", describe Amanda y tira su dardo: "La policía les echaba la culpa a los chicos de la villa, pero los chicos del centro son los que más consumen. Acá consumen la peor basura".
El recorrido de una mañana de sábado es necesariamente arbitrario, fragmentado, azaroso. Pero le pone miradas y cuerpos a esos pibes que todos los días corren peligro concreto. Que son nombres en la crónica policial pero mucho antes fueron pibes sin derechos. Chicos y chicas que no eligieron, como no elige nadie, en qué lugar del mundo iban a nacer. Les tocó uno en el que los ciudadanos y las ciudadanas tienen negados la mayoría de los derechos consagrados por la Constitución Nacional. Donde se sufren violencias persistentes, sin tregua, indelebles. Donde tejen sus sueños sin más arcilla que un presente esquivo.
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