“Hoy todo puede llegar a constituir una pista”, dijo la fiscal Ferraro, a siete días de que se hallen los cadáveres de Sergio Roskopf y Carina Michelín en el patio de su casa, en Sauce Viejo.
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Cuando los investigadores llegaron a la escena del crimen, cerca de la medianoche, a primera vista, la causa de muerte de Sergio Roskopf, un productor agropecuario de 42 años, y de su esposa, la abogada Carina Rosana Michelín (39) parecía ser una electrocución. Es que debajo de los cuerpos se veía un trozo de cable oscuro.
La sospecha del accidente doméstico rápidamente se esfumó cuando una linterna policial echó luz sobre las perforaciones en la piel azulada de ambas víctimas.
Hasta el día de hoy, hay muy pocos vecinos que se animen a contar qué pasó en la casa blanca de techo azul, que se ve desde la ruta 11 y que ocupa la esquina del pasaje Victorino de La Plaza al 9.700 y calle Uriburu.
Pero los investigadores creen que es una cuestión de tiempo. Seis disparos, de una pistola calibre 22, no pueden pasar inadvertidos en esas manzanas en las que las larguísimas hojas de los sauces peinan la arena de las calles. Los estruendos de los disparos seguramente acallaron el chirrido de los grillos y alguien los debe haber escuchado.
A simple vista
En el diseño de las casas que rodean la zona priman los ventanales amplios y en pisos superiores que permiten un panorama perfecto del jardín de rosas y de la planta de tomates que a diario cuidaba Michelín.
En el diseño de las casas que rodean la zona priman los ventanales amplios y en pisos superiores que permiten un panorama perfecto del jardín de rosas y de la planta de tomates que a diario cuidaba Michelín.
Alguien tiene que haber visto esos dos cuerpos entrelazados, heridos fatalmente, apenas resguardados por un tapial de menos de un metro de alto, y que ni siquiera cubre el perímetro del lote. Es difícil creer que nadie asomó su mirada hacia la casona durante las casi 10 horas que el médico forense estima que estuvieron los cadáveres a la intemperie.
“Estamos avanzando en declaraciones que recibimos de familiares y estamos terminando de recibir informes de autopsia. Además, estamos analizando cómo vamos a avanzar con los papeles que hay en el estudio jurídico de Michelín. Ella ejercía la profesión en Sauce Viejo, pero también en Paraná y San Carlos. Hoy todo puede llegar a constituir una pista. Por el momento, nadie arrojó un dato concreto”, explicó a Diario UNO la fiscala Cristina Ferraro, quien junto con el fiscal Jorge Nessier integran la Unidad Especial de Homicidios que tiene a su cargo la investigación del caso.
—¿Los registros telefónicos de los celulares de las víctimas ya arrojaron algún dato?
—Los solicitamos pero todavía no nos lo alcanzaron. Estamos seguros de que van a ser importantes, pero queremos usarlos con los recaudos necesarios como para no comprometer alguna garantía procesal. No es lo mismo investigar a un imputado que a una víctima. No podemos tomar el riesgo de una posible nulidad, por eso nos movemos con cuidado con estos temas.
—¿Los registros telefónicos de los celulares de las víctimas ya arrojaron algún dato?
—Los solicitamos pero todavía no nos lo alcanzaron. Estamos seguros de que van a ser importantes, pero queremos usarlos con los recaudos necesarios como para no comprometer alguna garantía procesal. No es lo mismo investigar a un imputado que a una víctima. No podemos tomar el riesgo de una posible nulidad, por eso nos movemos con cuidado con estos temas.
En la misma línea, Ferraro indicó que aún no se cotejaron los peritajes balísticos.
Chicos buenos
Ayer, el viento aún sacudía ropa de la pareja que quedó colgada en un tendedero en el fondo del patio. Los guantes de látex blancos que utilizaron los investigadores y que quedaron tirados en el patio, una maceta tumbada y las cintas de peligro entrelazadas en la puerta de alambre perturbaban la prolijidad del jardín de la casa. Los vecinos tampoco quieren hablar con la prensa. “Eran dos chicos rebuenos”, contó una mujer que vive en la casa de al lado, en tono fuerte –para tapar los ladridos del perro– pero inseguro. También contó que ambos eran oriundos de Entre Ríos, más precisamente de Aldea María Juana, una localidad ubicada en el departamento Paraná, de no más de 1.000 habitantes. Allí fueron velados los cuerpos.
Ayer, el viento aún sacudía ropa de la pareja que quedó colgada en un tendedero en el fondo del patio. Los guantes de látex blancos que utilizaron los investigadores y que quedaron tirados en el patio, una maceta tumbada y las cintas de peligro entrelazadas en la puerta de alambre perturbaban la prolijidad del jardín de la casa. Los vecinos tampoco quieren hablar con la prensa. “Eran dos chicos rebuenos”, contó una mujer que vive en la casa de al lado, en tono fuerte –para tapar los ladridos del perro– pero inseguro. También contó que ambos eran oriundos de Entre Ríos, más precisamente de Aldea María Juana, una localidad ubicada en el departamento Paraná, de no más de 1.000 habitantes. Allí fueron velados los cuerpos.
El lunes pasado, la primera hipótesis que presentaba el caso como un homicidio seguido de suicidio –sin terceros intervinientes– perdió fuerzas, en particular porque Roskopf no tiene un solo disparo como se dijo en un principio, sino dos. La autopsia reveló que tiene una primera herida de bala en el hombro, típica de situaciones de forcejeo y que recién luego recibió el disparo final, a quemarropa, en el entrecejo.
De esta manera, cobró fuerzas la posición de quienes sostenían que hubo un matador que escapó con el arma utilizada para ultimar a las víctimas. La hipótesis del robo tampoco se descarta. Varios investigadores sostuvieron que si bien no faltaba nada de valor de la finca –incluso la billetera de Roskopf, con dinero en efectivo, estaba intacta–, también existe la posibilidad de que el delincuente decidiera no perpetrar el robo después de haber asesinado a los moradores.
Uno de los pilares de esta hipótesis es que el matrimonio había sido asaltado semanas antes, y esos hechos de inseguridad fueron el fundamento que dio Roskopf a sus más cercanos para explicar por qué se había comprado la pistola calibre 22 que guardaba, cargada, en su mesa de luz, y que hoy está desaparecida. También por prevención, Roskopf había colocado en el patio de la casa un “cazabobos”, una especie de hilo translúcido colocado a baja altura que, cuando alguien al dar un paso lo tocaba, hacía sonar una especie de alarma que se escuchaba en el dormitorio de la pareja.
Estos dos elementos: el arma y la alarma, son los que hoy guían la investigación. La secuencia indicaría que Carina estaba apunto de bañarse. Su ropa interior estaba en la pileta del baño, la ropa que se iba a poner estaba arriba de la tapa del inodoro y en el piso del baño había dejado una toalla.
En el dormitorio, la cama estaba deshecha y el cajón de la mesa de luz de Roskopf –donde guardaba el arma– estaba abierta. Como si él hubiera escuchados ruidos, tomado el arma y salido al patio de la casa, por la puerta principal, para enfrentar al intruso. También, da la impresión de que forcejeó con esta persona y que entonces se produjo ese primer disparo que lo hirió en el hombro.
En el dormitorio, la cama estaba deshecha y el cajón de la mesa de luz de Roskopf –donde guardaba el arma– estaba abierta. Como si él hubiera escuchados ruidos, tomado el arma y salido al patio de la casa, por la puerta principal, para enfrentar al intruso. También, da la impresión de que forcejeó con esta persona y que entonces se produjo ese primer disparo que lo hirió en el hombro.
Parecería ser entonces cuando Michelín, –desde el baño–, escuchó el disparo y salió corriendo al patio, casi sin ropas. Recibió un primer disparo en una pierna y cayó sobre su marido. El resto de las heridas son en el costado y en la espalda. El último, el cuarto balazo que recibió, fue en la nuca. Cayó desplomada. Las seis vainas fueron encontradas. Quien descubrió los cuerpos fue el hermano de Roskopf, quien viajó desde Entre Ríos a Sauce Viejo, porque hacía muchas horas que intentaba comunicarse con Sergio o con Carina y ninguno de los dos respondía.
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