Poco después del mediodía de este viernes, se formó un cordón humano que serpenteó la ciudad de oeste a este, desde la intersección de la autopista a Córdoba y Pellegrini, hasta el Hipódromo Independencia.
La Capital |
El público en Rosario también corrió el Dakar. Sí, no sólo los pilotos y los equipos técnicos compiten en este apasionante y arduo rally. El público también se sacrifica y es parte de la carrera. El que recibió ayer a los corredores en la ciudad lo dejó en claro.
Poco después del mediodía, se formó un cordón humano que serpenteó la ciudad de oeste a este, desde la intersección de la autopista a Córdoba y Pellegrini, hasta el Hipódromo Independencia. Eran miles. De todas la edades y clases sociales, con cámaras fotográficas o celulares unos, con banderas argentinas o del Dakar otros. Todos bajo un sol que no fue como el que derritió con 42 grados a los corredores en San Juan, pero que se clavó en 34 de sensación térmica rosarina. Eso no pareció molestar a los apasionados por los fierros o a los curiosos. Ni la temperatura ni las dos horas y media de más que se esperaban para el arribo los hizo retroceder. No les importó siquiera que los vehículos del Dakar pasaran tan rápido como un suspiro frente a ellos, tampoco les preocupó no tener la menor idea de quiénes eran: el público estuvo allí, fiel, con empecinamiento marcial.
Llegaron de casi todos los barrios de la ciudad y también de varias provincias. Se apostaron desde muy temprano, les bastó con alentar y levantarles el pulgar a los pilotos. No quisieron perderse la llegada de las motos, autos, camiones y cuatriciclos que llegaron en la 12ª etapa del rally, desde las Termas de Río Hondo al parque Independencia. Y lo lograron.
Se montó el operativo de bienvenida en bulevar Oroño y desde el Rosedal al Hipódromo se levantaron vallas. No se cortó el tránsito, por lo tanto se formaron dos tribunas de público, de norte a sur, más una calle para la llegada de los competidores y una, paralela, para los automovilistas de la ciudad que pasaban para relojear el espectáculo. Los organizadores habían anunciado que los vehículos de la competencia arribarían a las 15, pero muchos, ansiosos, llegaron antes.
Sandro Flores y su hijo Ayrton (con ese nombre no haría falta aclarar que les gusta el automovilismo) llegaron el jueves desde Canals (Córdoba), pasaron la noche en la Terminal y se ubicaron por la mañana, tras las vallas. ”Nos vamos mañana a la mañana (por hoy): esto es nuestra pasión”, dijeron, cuando la gente comenzaba a llegar a cuentagotas y aún había en el bulevar más agentes municipales y policía que público.
A las 11 ya se habían apostado con heladeritas y sillas, las familias Villanueva y Reyes, de Paraná; y habían llegado otras desde Pinamar, Gualeguay, Santo Tomé y Frank (Santa Fe). También estaban los locales de los barrios Tablada, Saladillo y el centro “Pensé que iba a ver más gente”, dijo desilucionada Cristina Cané, de San Jorge. Pero claro: faltaban aún varias horas para que llegara la primera moto de la competencia; la 44, del francés Xavier De Soultrait. Llegó a las 17.30, parado sobre los pedalines y con saludo triunfal.
Los primeros vehículos en dar el presente fueron los camiones y camionetas de asistencia. Llegaban tocando bocina y se trababan al entrar al óvalo del Hipódromo por culpa de un profundo badén. Ese detalle y la falta de baños químicos, cosecharon algunas críticas. También se escucharon quejas de quienes querían entrar a toda costa al campamento.
¿Señor, usted tiene credencial?”, le preguntó una mujer policía a un señor que intentaba sacar una foto.
“¿Credencial de qué? Yo soy camionero, señora”, se escuchó como toda justificación.
Sólo uno de los tantos diálogos que dio muestras de que la entrada al Hipódromo, ayer, se controló a rajatabla y fue un privilegio para pocos, aunque el público también corrió el Dakar.
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