En el Cullen y el Iturraspe, 57 hombres y 32 mujeres fueron diagnosticados con el virus en lo que va del año. Actualmente 826 personas reciben tratamiento en estos nosocomios. La principal causa de contagio es la falta de protección en las relaciones sexuales. El desconocimiento y el miedo a la exclusión, las motivos por los que la población no se hace los análisis.
Prevenir es fundamental. Las organizaciones mundiales de salud coinciden en que actualmente el virus está estancado gracias a las campañas de difusión y a la entrega de medicamentos. Foto: Archivo El Litoral
Salomé Crespo
screspo@ellitoral.com
Los dos grandes hospitales públicos de referencia provincial que están en la ciudad de Santa Fe -el Cullen y el Iturraspe- atienden a 826 enfermos de VIH. El primero tiene 426 pacientes, de los cuales 49 fueron diagnosticados este año repartidos en 33 hombres y 16 mujeres. Al segundo concurren a control o para recibir tratamiento medicamentoso 400 pacientes que son contenidos por el Subcomité de VIH/Sida. De ese total, 40 casos se detectaron en 2012: 24 hombres y 16 mujeres.
El número alerta ya que significa que hasta la fecha se registraron en promedio dos casos por semana. La tendencia se sostiene desde 2007, lo mismo que la separación del contagio según el sexo: por cada 2 hombres enfermos se detecta una mujer. Estas cifras no contemplan los pacientes que reciben tratamiento en el sector privado.
En tanto, el Programa Provincial de Enfermedades de Transmisión Sexual (ETS) y Sida que depende del Ministerio de Salud de la provincia estima que en la bota se detectaron 6.972 casos de VIH/Sida desde 1984 hasta la actualidad. Pero además de los diagnósticos contabilizados, concentrados en su mayoría en Rosario y Santa Fe, se calcula que existe la misma cantidad de personas infectadas que ignoran su situación, lo que eleva el número a casi 14.000 enfermos.
Sobre las causas de contagio, los datos que surgen del boletín epidemiológico 2012 elaborado por la Dirección de Sida y Enfermedades de Transmisión Sexual (ETS) del Ministerio de Salud de la Nación son contundentes: en Argentina se notificaron 5.500 nuevos diagnósticos de VIH este año, de los cuales el 90% se infectó a través de relaciones sexuales sin protección.
“Por eso es fundamental que el análisis de VIH se incluya en los habituales, como el del colesterol”, advirtió Raúl Bortolozzi, director del programa provincial. En diálogo con El Litoral, el especialista lamentó que hasta hoy se siga asociando a la enfermedad con prácticas “no bien vistas” cuando en realidad toda persona sexualmente activa está expuesta. De esa manera, los prejuicios atentan directamente contra los mecanismos de control dispuestos para evitar que se continúe propagando la epidemia. “Hasta los mismos equipos médicos en ocasiones no solicitan los testeos porque creen que si los piden, relacionan al paciente con esos hábitos mal vistos. A eso se suma que las mismas personas evitan realizarse los controles por temor al resultado y a la discriminación”, refirió Bortolozzi en relación con las prácticas que imposibilitan interrumpir la cadena de contagio.
Aislamiento silencioso
Ya en 1987 el doctor Jonathan Mann, fundador del programa que desde 1995 se denomina Onusida advirtió ante la Asamblea General de Naciones Unidas que en todos los países del mundo era posible identificar tres epidemias diferentes: la infección por VIH; la que explotó luego conocida como VIH/sida; la emergente de enfermedades infecciosas e inmunológicas generadas por el virus y, la tercera -descripta como la más peligrosa- causada por el estigma social y la discriminación de los enfermos.
En este siglo, ese diagnóstico subsiste, incluso a nivel local, de modo peligroso e impiadoso. Y la mirada inquisidora “del otro” funciona como barrera para diagnosticar los casos y el normal desarrollo del tratamiento de los enfermos de VIH. “En base a los números que manejamos creemos -los integrantes del subcomité- que existe una gran franja de la población que no estamos testeando”, planteó la infectóloga Laura Trosch, a cargo del Subcomité de VIH/Sida del hospital Iturraspe, para explicar que las personas no recurren a realizarse el estudio por la carga social que tiene enfrentarse al diagnóstico del Sida. Esa carga es la que también funciona de manera negativa cuando después de acceder a hacerse los análisis no retiran los resultados por temor, es decir, continúan sin saber el diagnóstico o abandonan los tratamientos. Tal es así que este año, en el Hospital Iturraspe fallecieron cuatro pacientes infectados de los cuales tres habían dejado de tomar la medicación.
El desconocimiento y la falta de información de la sociedad distancia al enfermo, se constituyen en una mordaza. Ante la imposibilidad de compartir lo que les pasó por temor al rechazo, los pacientes se autoexcluyen o desarrollan estrategias de supervivencia que a mediano plazo atentan contra su salud. “Primero la enfermedad se vincula con la muerte -explicó Trosch- y después cuando comprueban que no es así se ven obligados a mentir sobre por qué hacen los controles médicos o toman medicamentos lo que es difícil de sostener en el tiempo, entonces los dejan”.
“Por eso el temor mayor no es el diagnóstico de la enfermedad sino a la soledad a la que se ven condenados”, aportó Clara Farina, psicóloga del subcomité del Iturraspe.
¿Es una elección atentar contra la propia salud ante la posibilidad de perder el “beneplácito” social? Tal es así que “hay pacientes que dicen que hubieran preferido que le digamos que tienen cáncer a que tienen HIV, aún sabiendo que algunos tipos de cáncer son irreversibles y con HIV la perspectiva de vida es ilimitada”, fue la respuesta de Trosch en referencia a los motivos por los cuales hasta en el siglo actual siguen fallando los mecanismos para detener una enfermedad que, para la sociedad, es una calamidad.
494 consultas
recibió desde que funciona hace un año y tres meses la consejería del subcomité de VIH del Hospital Iturraspe.
85 %
de las personas que consultaron tienen entre 20 y 49 años.
90 %
de los que solicitaron información sobre la enfermedad retiraron después el resultados de los análisis.
40 %
del total de las personas que se atendieron en la consejería se hizo el chequeo en sangre por primera vez.
Para consultas
La consejería en el Hospital Iturraspe atiende desde hace un año y tres meses de lunes a viernes de 9 a 13 y los martes de 18 a 20.
En el Hospital Cullen atienden en los consultorios externos de lunes a viernes de 7 a 13. Los análisis de HIV se solicitan en el momento y el primer resultado se entrega a las 48 horas.
“Tengo que esconderme y vivir en la clandestinidad”
Lucila es el nombre que eligió para ocultar el que lleva hace 46 años. Detrás del mismo se resguardó para escribir un libro que todavía no vio la luz, pero tal vez esas páginas se conviertan en el amparo que necesita para finalmente decirle al mundo que tiene HIV.
Mientras tanto se esconde de los desconocidos, se esconde de los compañeros de trabajo cada vez que tiene que tomar su medicación o realizarse los controles médicos, siente que pueden juzgarla y sentenciarla; se esconde de los lectores de este medio al que le pidió que no mostrara su rostro y que no publique su verdadero nombre.
Lo que tiene para contar es tan simple como doloroso: en 1998 después de donar sangre se enteró que tenía el virus del HIV, inmediatamente tuvo la intuición de quién la había contagiado. Se lo preguntó a ese hombre con el que había tenido una relación sentimental pero se lo negó. El mismo que el año pasado falleció por una neumonía, lo que confirmó su sospecha.
Desde que supo que estaba enferma sus días transcurren entre dos círculos: el conformado por la gente que conoce su condición y el resto, los que no lo saben. Para proteger a sus padres de las miradas ponzoñosas evitó contarles lo que le pasó pero sí lo compartió con su pareja de ese momento -que no contrajo la enfermedad-, con su hija, sus hermanos y los amigos más íntimos.
“Hoy todavía no logro comprender por qué pude contar el día que me detectaron un tumor en el intestino, que tuve cáncer, pero no puedo decir que tengo HIV”, cuestionó Lucila aunque la misma sociedad santafesina le acerca las respuestas como cachetadas.
Un día debió realizarse una cirugía en un sanatorio privado pero le negaron atención “porque no operaban personas con HIV”.
Lucila no duda en señalar a la ignorancia y a la falta de información como las causas de la estigmatización y discriminación. “Todos los días me pregunto por qué tengo que esconderme, vivir en la clandestinidad”, pensó la mujer que a pesar de todo está segura de que compartiendo lo que le pasa, así sea desde el escondite del anonimato, la alivia.
Mujeres anónimas. Tanto Valeria como Lucila decidieron no mostrar su rostro en las fotos para no quedar expuestas y para resguardar el secreto de su enfermedad de los que no lo saben.
Foto: Mauricio Garín
“No espero que los otros me entiendan”
A sus jóvenes 20 años, Valeria (31) se enteró que el amor de su vida, su primer novio, le había contagiado el virus del HIV. La ignorancia los condenó a los dos: “Un día él cayó muy mal y lo llevaron al Hospital Iturraspe y cuando lo fui a visitar me llevaron a hacerme el análisis a mí y me explicaron lo que pasaba”, recordó y revivió la vuelta ese mismo día en colectivo hasta su San Cristóbal natal como un “reguero de lágrimas”.
Perdonó no haber sido la única en esa relación con su novio que duró tres años más y le contó lo que le había pasado a su familia, de la que recibió un apoyo incondicional. Siguió adelante, pero un día las fuerzas se le acabaron, se enojó con Dios y no quiso seguir viviendo. Fue entonces cuando le pidió al “todopoderoso” una razón para levantarse de la cama. “Le pedí un motivo para vivir”, rescató Valeria. Y así llegó Florencia, su hija que hoy tiene 7 años.
“Yo estaba de novia con el papá de mi hija que sabía lo que yo tenía -contó Valeria-. Un día se rompió un preservativo y así nació Flor”, y también contrajo el virus su pareja de la que hoy está separada. Para su alivio Florencia no contrajo la enfermedad gracias al control que Valeria recibió en el Hospital Iturraspe durante el embarazo.
Pero a pesar de la buena salud de su hija también tuvo que atravesar días tristes. “Siempre me sentí muy rechazada, por eso no salgo a pedir trabajo en mi ciudad y me puse un local de ropa”, resaltó Valeria aunque no es lo único que la condena ajena le hizo vivir: por su propia voluntad dejó de tomar mate para no exponerse a que le digan que no quieren compartir la bombilla. Tampoco intenta levantar a los hijos de sus “amigas” para evitar que le pidan que no los moleste cuando están durmiendo aunque tengan los ojos abiertos. Y lloró hasta el hartazgo el día que tuvo que cambiar de jardín de infantes a su Flor, cuando le pidieron que presente por cuarta vez certificados médicos que aseguren que la nena estaba sana.
“Entiendo que la gente hace eso porque es ignorante. Cansada de que me discriminen aprendí a cuidarme, vivo por mí y no espero que los otros me entiendan. Por eso yo cuento lo que tengo, si quieren ser mis amigos son bienvenidos, si no que sigan su camino”, se ofreció Valeria.
Metas mundiales
La Organización Mundial de la Salud dio a conocer esta semana que en 2011 hubo 2,5 millones de nuevos casos en el mundo de infección por el VIH y se calcula que 1,7 millones de personas murieron a causa de la enfermedad. Esas cifras representan alrededor de 700.000 nuevas infecciones menos que hace 10 años y 600.000 muertes menos que en 2005.
El objetivo de las organizaciones vinculadas con la salud para el futuro próximo es claro: lograr bajar las infecciones, las muertes relacionadas con el sida y los casos de discriminación a cero.
Según la OMS, dada la propagación actual de la epidemia llegar al objetivo es difícil, pero se están haciendo progresos importantes que se atribuyen al tratamiento de las personas infectadas. En 2011 en la Asamblea General de las Naciones Unidas, los gobiernos que participan acordaron como meta que para 2015 haya 15 millones de personas infectadas por el VIH en tratamiento con antirretrovirales. Las últimas estadísticas mundiales indican que este objetivo es alcanzable, siempre que los países puedan mantener los esfuerzos actuales a pesar de las dificultades económicas. Hoy en los países de ingresos bajos y medianos hay 8 millones de personas con acceso al tratamiento que necesitan. Pero existen grupos de la población sin acceso a la prevención y al tratamiento del VIH en todas las regiones del mundo. Los niños, por ejemplo, se están quedando muy atrás: sólo el 28% de los que necesitan antirretrovirales pueden obtenerlos.
A veces los factores geográficos dificultan la prestación de servicios, lo mismo que provoca la estigmatización, discriminación y la vulnerabilidad a la que están expuestas los adolescentes, trabajadoras del sexo, los hombres que tienen relaciones homosexuales y los consumidores de drogas.
Los estudios demuestran que los medicamentos impiden la transmisión sexual y la transmisión maternoinfantil del VIH. A principios de 2012 la OMS publicó nuevas directrices para el tratamiento de las personas con VIH cuyas parejas no están infectadas: se calcula que cerca de la mitad de las personas VIH-positivas tienen parejas VIH-negativas.
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