Lo que dice, y lo que no, el comunicado oficial y cómo se llegó al diagnóstico y la operación.
Imaginar todo lo sucedido alrededor del cáncer de tiroides que
afortunadamente la Presidenta nunca tuvo hubiera sido difícil y propio
de una mente afiebrada y atravesada por una estructura compleja de
pensamiento. La realidad, sin embargo, ha superado una vez más –y con
creces– a la ficción. Y la historia de este episodio, del que esta
columna dio datos precisos que aquí habremos de ampliar y explicar en
detalle, ha dejado, lamentablemente, una secuela de desprestigio para la
medicina argentina.
Como se sabe, felizmente la doctora Cristina Fernández de Kirchner no
tenía un cáncer de tiroides. Como ya dijimos, ésa ha sido una muy buena
noticia para ella, para su familia y para la institucionalidad del país.
En cualquier país –y mucho más en la Argentina– es muy importante que
el presidente se halle en buen estado de salud para completar la
totalidad de su mandato.
No hace falta dar más explicaciones acerca de la trascendencia que el
estado de salud del jefe de Estado adquiere. El impacto político
producido por una afección que compromete seriamente su salud es
mayúsculo. Junto con ese impacto hay otro que, a su vez, se proyecta
sobre la población en general. Vaya aquí un ejemplo que ilustra el
significado de este concepto:
Cuando en 1985 se le diagnosticó un cáncer de colon al presidente de los
Estados Unidos Ronald Reagan, la claridad con que se informó a la
ciudadanía sobre esa enfermedad tuvo una consecuencia positiva de alto
impacto en la salud pública, ya que en conocimiento de la eficacia de
los métodos diagnósticos destinados a identificar lesiones colónicas que
se encuentran en los primeros estadios del mal, mucha gente concurrió a
la consulta, por lo que el diagnóstico precoz de dicha enfermedad
aumentó significativamente, lo que hizo que muchos de esos pacientes
fueran sometidos al tratamiento correspondiente y se curaran.
Aquí pasó algo similar en los días siguientes a la difusión pública del
carcinoma papilar que finalmente la Presidenta nunca tuvo. La cantidad
de consultas que comenzaron a recibirse en los consultorios de los
servicios de Endocrinología aumentó significativamente. Pero, a partir
del alta presidencial y del brusco cambio diagnóstico, las redes
sociales explotaron con las dudas de muchísimos pacientes que tras
haberse sometido a una punción biopsia de la tiroides o haber estado a
punto de hacerla fueron invadidos por la desconfianza acerca de la
eficacia de ese recurso diagnóstico. El tema del falso positivo irrumpió
en sus vidas, dato no menor que trajo a muchos de ellos incertidumbre y
angustia.
Otro tanto ocurrió y sigue ocurriendo en el mundo médico. Destacados
patólogos argentinos, que viven el episodio con dolor profesional, se
ven en la obligación de tener que explicar esto a especialistas
destacados de todo el mundo, para quienes la patología argentina tiene
exponentes de referencia en el campo de las afecciones tiroideas.
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