María Inés Lona de Ávalos (72), una jueza mendocina que estaba con sus hijas en el Costa Concordia, se tiró al mar y nadó a la costa. Al llegar, declaró que el comandante a cargo de la nave "era un chanta", ratificaron sus hijas.
La jueza mendocina María Inés Lona de Avalos (72) estaba entre los 18 pasajeros argentinos del malogrado crucero Costa Concordia, que naufragó el viernes en la costa de la isla del Giglio. La mujer se tiró al mar desde el cuarto puente del barco y nadó unos 200 metros hasta la costa, según informa hoy el diario Clarín. Al llegar al país, la magistrada contó su experiencia ante la prensa: "Me encontraron como a las dos horas, mis hijas. Creyeron que me había ahogado. No fue valentía, fue supervivencia", indicó. Consultada por la tripulación, dijo que del capitán se decía que estaba siempre "enfiestado", reiteró la jueza. "Sí, enfiestado, que hacía fiestas, estaba con mujeres, que tomaba alcoho", sostuvo.Con María Inés viajan las dos hijas abogadas -María Silvina (41) y María Valeria (36)- que con ella habían contratado una suite en el puente 11, el más alto de todos, y que llegaron a tierra a bordo de una chalupa. Tanto la magistrada como sus hijas coincidieron en las versiones del capitán: "Estaba con una novia", dijo una; "era un chanta", dijo la otra.
La mayor de las hijas de la jueza está obligada a caminar con un andador o sentada en la silla de ruedas a raíz de un accidente de tránsito, una complicación que aumentó mucho las dificultades en la emergencia.
"Ávalos había bajado con sus hijas de la suite y las perdió en el camino a los botes, que estaban en el puente 4. Había que descender siete pisos. María Silvina pidió por teléfono que alguien la ayudara a bajar porque el andador metálico ya no servía. Al rato llegó un tripulante indio que llevaba puesto un chaleco salvavidas anaranjado", señala la crónica del diario porteño.
“Esto nos dio la idea exacta de que estábamos naufragando”, dijo María Inés. El indio se sacó el chaleco y se lo dio. Luego, la mujer tomó a María Silvina y, contó, quedé "colgando de su hombro derecho". Pudieron bajar hasta el puente 4 mientras el crucero se seguía inclinando. María Valeria explicó que “en el gran caos, mamá se quedó atrás”.
“El indio me dejó en el suelo frente a la chalupa 4 y se fue”, dijo María Silvina. Mamá no llegaba y las dos fueron ayudadas a subir al bote en medio de empujones, puñetazos y griteríos de los pasajeros desesperados que buscaban salvarse.
"Mientras tanto María Inés, que había perdido el contacto con sus hijas, trataba de subir a un bote", sigue la crónica. “‘Aquí ya esta lleno’, me decían. Lo mismo en el siguiente. Y en el otro. Creo que había lugar pero los que estaban adentro gritaban al tripulante que estaba a cargo (eran casi todos asiáticos), que bajara de una vez”, recordó. “Al final me senté en el pasillo, en medio del caos. Miré el reloj y eran las 23.30. Hacía dos horas que había comenzado el naufragio. Con otros pasajeros que tampoco lograban subir a los botes fuimos caminando hasta la popa, que era el lugar más vecino a la escollera de la costa”.
La jueza tomó la determinación de lanzarse. “Sentía que el barco crujía y ya estábamos medio colgados en el flanco derecho. No me saqué los zapatos porque sabía que el camino era de piedras y me hubiera destrozado los pies. Tampoco me quité el tapado y tenía puesto el chaleco salvavidas. Cuando joven era una buena nadadora. El problema es que al lanzarme podía caer sobre un escollo y hubiera sido el fin”. Un español la decidió más aún. “No hay otro remedio. ¡Vamos!”, grito el hispano, que se lanzó primero y no volvió a ver, pero que vio llegar a tierra delante de ella.
“Me tiré de pie. El agua estaba a buena temperatura. Se veía poco. Me puse a nadar, pero cada 15 metros paraba y miraba para atrás. Sentía los crujidos del barco y tenía miedo que me cayera encima si naufragaba completamente. Nadé unos pocos minutos y llegué a la isla. Más tarde encontré a mis hijas en el pueblo”.
Desde la isla del Giglio, las tres mendocinas fueron llevadas a puerto Santo Stefano en la península del monte Argentario y de allí al hotel Hilton de Fiumicino. Los 18 argentinos fueron distribuidos también en otros dos hoteles de la zona del aeropuerto y en el hotel Mediterráneo de Civitavecchia.
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