Ante la certeza de que faltan once meses y monedas para que se inicie el proceso electoral que pondrá fin un Gobierno que fue tan poderoso que después de 12 años entregará el país igual que como lo encontró, sentí un temor sólo comparable al de Diana Conti ante la implementación de la Ley Seca.
La teoría dicta que frente a la proximidad de la finalización de algo que no fue de nuestro agrado, uno debería relajarse y aguantar, que ya se acaba. La realidad, en cambio, nos muestra que, al igual que el vecino que nos destroza la bordeadora antes de devolverla, el kirchnerismo es capaz de serruchar las patas de las sillas en las oficinas de la Casa Rosada sólo para romper las tarlipes del que venga.
Cristina arma una acto para realizar “anuncios educativos” y festeja que una biblioteca popular recibirá plata de todos los argentinos después de haber tenido el acto patriótico de rechazar la donación de una empresa “buitre”. Obviamente, el hecho no le salió gratis a la biblioteca y Cristina pidió que pase a llamarse “Palabras del Alma Argentina, porque es el alma argentina, que no es cualquier cosa”.
La visitante ilustre de Seychelles se ofendió porque ese fondo buitre al que le rechazamos la donación tiene sus cuentas en otros paraísos fiscales, pidió que echemos a nuestros abogados de Nueva York y “contratemos a Cinthya” la exmujer del dueño de la empresa, y se hizo la simpática al afirmar que las paredes que están levantando en la biblioteca “crecen torcidas porque no las hacen albañiles”.
El primer “la aula” se le pudo escapar. El segundo “la aula” fue preocupante. Desde el tercer “la aula” en adelante, Cristina mereció recibir el doctorado en analfabestialismo. Los problemas para ubicar los artículos determinados no le impidieron celebrar el nuevo paso en la revolución educativa y, en una acción que envidiaría el mismísimo Domingo Faustino, afirmó que a partir del año que viene será obligatoria la salita de cuatro años, “porque siempre vamos por más”.
Luego afirmó que ella no sale a comer afuera desde que murió Néstor Kirchner, pero que su ausencia de cuatro años en el mundo de los restaurante no le impide afirmar que es mentira que estén cerrando, porque los papelitos que tiene arriba del escritorio dicen lo contrario. Así gobierna: los pobres que puede ver desde la ventana de su despacho no existen, tampoco, porque sus estadísticas así lo afirman.
Como el boludeo siempre da para más, la misma Presidenta que se pasó los últimos lustros tratando de antipatrias a los que consumen productos importados y gastan con tarjeta en el exterior, salió a defender “el Necflic”. Si bien no fue confirmado por fuentes oficiales, supongo que se refería al sistema pago de videos por streaming que los demás conocemos como “Netflix”. El motivo de la defensa fue que desde el Gobierno de la Ciudad quieren cobrar una tasa del 3% sobre cada boca, lo que implica un gasto extra mensual de dos pesos. Lamentablemente, la indignación de Cristina sobre el sistema que provoca que el gobierno gire mensualmente nueve dólares al exterior por cada usuario, se le acabó rápido y no le alcanzó para quejarse del impuesto a las ganancias que se comió casi la totalidad del aguinaldo de varios miles de laburantes.
En un rapto de arrepentimiento, Cristina pidió perdón por haber dicho que las terminales automotrices “encanutan los autos”, cuando en realidad sólo quiso decirles que están boicoteando la economía argentina. Para finalizar, en menos de quince segundos afirmó que en Relatos Salvajes se ve un auto de alta gama, felicitó con un “chapeau” al cine paraguayo, contó cuántos autos se vendieron el año pasado y remarcó que el salario mínimo es el más alto de américa latina.
Como decía al principio, el relax por el fin de ciclo me preocupa porque todavía quedan 65 semanas y, a un promedio de dos discursos cada siete días, nos pueden esperar -como mínimo- unos 131 monólogos surrealistas presidenciales.
Sin embargo, lo que me genera pánico es el daño ideológico y cultural que dejaron y no sólo en las filas de sus acólitos. Todavía hay mamertos en el Congreso que piensan en términos de patriotismo frente a cada proyecto enviado por el Ejecutivo para hacer partícipes a todos de las cagadas que se mandaron y otro número asombroso de opositores que se quejan sólo de los modales del Gobierno.
La unidad de pensamiento es casi hegemónica en los grandes dirigentes y, frente a un Gobierno que dijo ser Peronista, Progresista y de Izquierda, se plantean las opciones del verdadero peronismo, verdadero progresismo y verdadera izquierda. Algunos afirman que están en contra del Gobierno pero no de sus estandartes, dado que muchas de las grandes banderas del kirchnerismo fueron ideas que les copiaron, y cuestionan una y otra vez las formas, dejando bien en claro que no les jode el kirchnerismo, sino los kirchneristas.
Otros, mucho más vagos de discurso, sostienen como todo argumento “el debate y el diálogo”. No importa lo que se plantee, la respuesta sera igual de esquiva y ambivalente. ¿Qué piensan hacer para arreglar la economía? Un diálogo que incluya a todos los sectores para la reconciliación de los argentinos. ¿Qué planes tienen para el desastre de la inseguridad? Un amplio diálogo que abarque a todos los actores de la sociedad. ¿Qué opinan de que el Diego siga trayendo vástagos al mundo? Es algo que debe salir de una mesa en la que todas las voces puedan expresarse.
Y no quiero olvidarme de los que piensan que más es mejor y que con mucha fuerza alcanza, cuando no se tiene dirección. Dirigentes que no logran un acuerdo entre cinco gatos locos y quiere unidades más grandes, mamertos que van a un pacto y sólo cuidan su quintita, otros que hablan de renovación de colores y los que prometen tantas cosas que se contradicen y no prometen nada. Frente Renovador, Frente para la Victoria, Frente Amplio con balcón y contrafrente muy luminoso con bajas expensas.
Es cierto que Argentina es frentista hace añares, pero desde un tiempo para acá, nos fuimos al carajo. Los debates ideológicos los dirimimos en elecciones aunque no estemos afiliados, y los partidos políticos nacionales los podemos encontrar en el arcón de los recuerdos, al lado del teléfono naranja de Entel, el bondi 1114 y la maqueta del tren bala a Rosario, y eso que la Constitución Nacional sostiene el sistema partidario como base de nuestra democracia.
Entre las cosas que más ejemplifican el lavado de bocho está la voluntariosa necesidad de quedar bien con todos aquellos que, si les garantizaran la impunidad, los destruirían por blandos. Un grupo de delirantes progres aburridos, con serios traumas infantiles no resueltos porque nunca pudieron asumir que mamá garchara con papá, y que juraron nunca votar al peronismo fascista, desde 2003 “se sienten representados por este proceso de cambio”.
Se pasaron siete años tratando de meter en cana al Jefe de Gobierno de la Ciudad y redecorando cada vez que pueden la fachada del Palacio Municipal a fuerza de bombuchas con tinta. Tratan de fachos conchetos a todos los que apoyen al Jefe de Gobierno, se divierten pegando afiches con la cara de Macri con bigote hitleriano, los escrachan por rechazar el matrimonio igualitario y por no reglamentar la ley de aborto no punible. Un grupo de esas aburridas de la vida se enoja porque el Incaa destinó dinero para financiar un documental que denuncia el maltrato feminista de la Justicia de Familia hacia los hombres divorciados con hijos, y se da a la tarea de impedir el estreno de la películas. Dos funcionarias del PRO -diputada Gladys González y Presidenta del Consejo de los Derechos del Niño Guadalupe Tagliaferri- piden abiertamente y por carta la censura previa del documental, algo que está prohibido por la Constitución Nacional. Ningún superior dice absolutamente nada. Mañana probablemente las escrachen las mismas progres con las que quisieron quedar bien.
La derrota es total y nadie se detiene un minuto ni para pensar por qué esta bien decir que todos merecemos lo mismo, si por mera definición el concepto de justicia social no consiste en darle a todos lo mismo sino darle a cada uno lo que le corresponde en función de su aporte a la sociedad.
O sea, dentro del contrato social que todos hemos firmado tácitamente por el mero acto de haber nacido en este país, nosotros, ciudadanos de medio pelo, dejamos más de la mitad de nuestros ingresos en una sociedad 60-40 con el Estado a cambio de que éste garantice la igualdad de oportunidades para que lleguemos a donde queramos llegar en base a nuestro esfuerzo, buena voluntad y decisiones, y no dependiendo de la suerte.
No entiendo a qué le tienen miedo, si el kirchnerismo es el Grandes Valores del Tango versión gubernamental, donde un montón de incompetentes compulsivos exigen reconocimiento perpetuo por haber metido un one hit wonder a principios de la década pasada.
Los que estamos en la trinchera antikirchnerista desde que plantarse enfrente era lo mismo que ser un judío ugandés rezando en el Reichstag en 1942, nos bancamos sistemáticamente insultos, amenazas de todos los colores para propios y familiares, problemas laborales, ninguneos, persecutas de la SIDE y, fundamentalmente, no poder tener nunca más una cena de navidad sin puteadas. Sin ir más lejos, en la última semana una pandilla de denunciadores coordinados lograron que voltearan las cuentas de Facebook de varios, incluyendo al boludo que escribe estas líneas.
[Primero pensé que era por una cuestión de identidad, pero ya todos saben cómo me llamo, de qué trabajo y dónde lo hago. Además, si la biografía de Cristina dice peronista y abogada y nadie se queja, no veo el problema. Después me enteré de otros casos y, finalmente, una serie de mensajes poco amistosos me lo confirmaron.]
Nos bancamos de todo y ellos son los que mantienen la prudencia de los modales frente a la cofradía de los barrabravas de saco y corbata. Máquinas de hablar, veneradores del merchandising sin contenido que se dividen entre los que quieren la Presidencia como si se tratara de la Copa Intercontinental, y los que se sienten tan, pero tan cómodos en su lugar de eternos opositores que arman todo para ver qué tan bien parados quedan para ser oposición en el próximo gobierno.
A veces tengo la seria sospecha de que soy testigo de la peor clase dirigente que ha visto la democracia argentina. Tienen enfrente a una secta de discapacitados ideológicos que venera a una mujer que se ahoga en sus propias palabras y llega a quejarse, entre aplausos, porque cuando salió de quirófano la recibieron con saqueos. Se enfrentan a una facción política que prefiere endiosar a Cristina antes que reconocerla humana, porque esto último sería reconocer que no son pobres porque Dios así lo quiso, sino por vivir en un país sin oportunidades.
Y por sobre todas las cosas, se enfrentan a un grupo de personas que han hecho todo lo que tuvieron a su alcance para destruir al enemigo en un juego político en el que no hubo adversarios, sino gorilas, cipayos y vendepatrias de una patria que nadie querría comprar.
Sé que son tiempos en los que muchos empiezan a alinearse con los candidatos que más los representan y me encantaría poder hacerlo. Sin embargo, al ver quiénes tienen probabilidades ciertas de llegar a la Rosada y observar lo que hacen, no me hago muchas ilusiones por lo que vendrá.
Se pelean con los aliados, arreglan con los que denunciaban hace tres minutos. Chavistas antikirchneristas, antiguos jefes de gabinete renovados, vicepresidentes superados y ministros escandalizados. Hermosas opciones. Increíblemente, así como lo ven, el kirchnerismo se acaba sólo porque Cristina no se puede presentar.
Viernes. Aprovechen para putearme que estoy de franco.
Perfil.
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