El problema del cambio de sexo en el documento es un problema que no existe.
ADVERTENCIA: Antes de ingresar a esta nota, le ruego descanse sus valijas con etiquetas y los folios separadores tales como: zurdo, facho, progre, peronista, opositor, buitre. Carnadas que ciertos lectores arrojan esperando encontrar un argumento que les adorne (por afinidad) o contornee (por oposición) su ya asumida ideología.Por favor, entre despojado a estas líneas. Yo, por mi parte, le prometo que no intentaré llevar agua a ninguno de esos molinos. Así que, eventual lector-quijote, no los invente para luego luchar contra ellos. No estarán ahí… Acerca del punto tan sencillo que tratará esta nota, no hay lugar para la ideología, es algo que quisiera dejar en claro desde un comienzo.
El problema que estos días desvela la opinión pública no implica -a diferencia de lo que se piensa- ningún entrecruzamiento de postura ideológica ni de opinión. Este problema es pura y exclusivamente un problema de creatividad: faltan palabras o habría que reformular algunas. Si la sociedad cambió su paradigma y apunta a ser menos discriminadora, no puede seguir rigiéndose por un patrón viejo, por un repertorio de palabras limitado antes indiscutido. Antes, no se necesitaban otras palabras porque era impensado que se oyera a la minoría. Ahora se la escucha, pero a veces se decide torpe e imprudentemente por no acompañar estas decisiones con un abanico simbólico más amplio y ajustado a los cambios actuales.
Si se quiere escuchar a las voces minoritarias habría que hacerlo sin por ello perjudicar a la mayoría. Del mismo modo que a la inversa: que la voz de la mayoría no perjudique a la de la minoría (no reconociéndolos, etc.). Que ambas se respeten. ¿Utopía? imposible de saber. Lo que sí se puede hacer, es que los avances sean claros y no a los ponchazos.
Se trata de convivir mejor, de instalar correctamente los cambios y no de pelear ciegamente por lo que antes no se otorgaba.
Cuando Lanata dice puntualmente que un varón travestido es varón y no una mujer se está refiriendo, sin dudas, al factor biológico con el que esa persona nació. Nadie en su sano juicio puede discutir eso. Por lo tanto no es posible estar en contra o a favor de eso, es simplemente un hecho. Otra cosa, es que se eche en cara ese factor para demostrarle que debe rectificar su vivencia, o que uno no acepte llamarlo por el nombre que eligió llamarse, o simplemente se le enrostre su elección como una herramienta para agredirlo.
El problema se instala cuando se usa la misma palabra para asignar un valor vivencial que para un factor genético. Es aquel el origen del problema cuando la conversación se quiebra en sus niveles y como loros unos asumen que se los discrimina y como burros otros piensan que la sociedad se ha vuelto loca. En definitiva están pasando las dos cosas, se termina discriminando y enloqueciendo la conversación por el simple hecho de que se trata de una dialéctica confundida.
Y esta confusión es muy fácil de despertarse porque es LA MISMA palabra (género) o binomio (hombre-mujer) lo que se utiliza para mencionar cosas distintas: el aspecto genético y el aspecto psicológico-vivencial y/o de tratamiento quirúrgico y/u hormonal en que incurre o despliega determinada persona siguiendo su más profunda identidad psicológica.
Géneros de nacimiento desde el punto de vista médico no hay cincuenta, hay dos: masculino XY, femenino XX (e intersexo variaciones de genoma sumamente excepcionales).
El problema del cambio de sexo en el documento es un problema que no existe. Y que en todo caso, hay que CREARLE una solución.
Mujer (a igual que hombre) puede significar muchas cosas. Pero si se lo ve desde el punto de vista genético. Solo una.
La ley comete un error léxico al adjudicarle al género una función de sensación sin antes abrigar la concepción de un término que especifique lo que es ser hombre y mujer desde el punto de vista genético, allende las sensaciones.
Una cosa es tu huella digital. Y otra cosa es tu identidad. sin embargo, tu huella digital no se altera por que hayas terminado cuatro carreras universitaria, seas rico, pobre o te pongas extensiones en el pelo. Sin embargo tu identidad (autopercepción) sí cambia y ambas cosas son importantes, y una prevalecen sobre otra según la óptica pero no se gana nada con confundir una con otra.
Sensación y género son dos cuestiones que no deberían mezclarse. O al menos, deberían hacerse con todo el peso que merece. Es decir, si a cambio de esta operación lingüística que implica asignar género a sensación, existiere a cambio alguna palabra con la cual seguir mencionando mujer a la mujer y hombre al hombre en relación a su genoma.
Existe razón para esto y corren en paralelo del respeto que se le debe tener a las personas con identidades distintas a las de la mayoría.
Esta razón puede ser por múltiples cuestiones…
Razón estadística: Imaginemos que la gran cantidad de travestis hombres cambiaran su documento como mujeres y se hiciera una estadística laboral; no podría salir en dicha estadística que tienen un problema de inserción laboral porque estarían anotadas como mujeres. Es decir no se tomarían medidas al respecto porque no se los clasifico correctamente.
Razón de estado: Un joven (S) que de nacimiento nace con marcados rasgos femeninos a los que luego le agrega unos 15 años de tratamiento hormonal conoce a un chico introvertido, conservador, religioso, de familia pudiente (S). P se enamora de S, S le asegura que es mujer y como prueba de ello le exhibe su documento de identidad. P es muy religioso, y por ello posterga cualquier encuentro sexual previo al matrimonio. Recién casados, P descubre que S es varón por lo que pide un divorcio. Y acusa al estado nacional por falsificación de documento.
Reitero, en mi opinión, faltan palabras…
Si un hombre puede ser una mujer desde el punto de vista genético, podemos pensar dos cosas. O que es una oración delirante, o bien que hay un error (o multi-denominación) ya sea en el significado de hombre de mujer o de genético.
Insisto, el problema es simplemente un entrecruzamiento en los niveles de la discusión lo que hace que sea un conflicto imposible de resolver. Una discusión equivocada… Es la discusión lo equivocado.
El problema de cómo llamar en el documento a un travesti es cien por ciento un problema creativo-social al que le corresponde una solución del mismo orden, una salida creativo-social. Un comienzo de solución podría ser que el documento directamente no tenga mención al género.
Otras posibles soluciones complementarias serían por ejemplo:
- llamar genero V: al genero vivencial.
- o si se prefiere, dejar el género a secas para el de vivencias y al otro ponganle genero N (por nacimiento)
- o bien XY: para asignar a los nacidos varones XX: para asignar las nacidas mujeres.
¿Una desobediencia legal? Las leyes son supuestas como conocidos por todos y de estricto cumplimiento. Como hojas de un árbol, todas las leyes deben desprenderse de su raíz. Siguiendo con el ejemplo, la raíz del derecho es la Constitución Nacional. Esta “raíz” del derecho tiene cuatro puntas (derecho a la vida, a la libertad, a la salud y a la dignidad). El organismo máximo que regula del cumplimiento del este aspecto constitucional se encuentra en el Poder Judicial y es la Corte Suprema. El caso más paradigmático y próximo que tenemos para ver como se implementa su supervisión, es en la Ley que penaliza la tenencia de drogas. La Corte, si bien fue contradictoria con intermitencias en épocas pasadas, últimamente se expide de forma unánime en dejar sin efecto la pena a los imputados por tenencia de pequeñas cantidades de estupefacientes, yendo a veces, en contra del espíritu de la ley 23.737, que aún vigente, se mantiene por momentos en estados de obsolescencia. Todo esto lo explico, para decir que si bien las leyes hay que cumplirlas, pueden haber circunstancias en que el mismo Poder Judicial rechaza lo escrito en la Ley al percibir que alguno de los derechos personalísimos se ven afectados, anticipandose a las eventuales reformas del Poder Legislativo.
En síntesis, las leyes deben respetarse, pero pueden haber casos en que se exima de esto cuando las consecuencias de una ley vayan en contra de estas raíces del derecho, es decir, de los derechos defendidos en la Constitución Nacional.
Decirle “Carlos” a una persona travesti, según el contexto, puede ser una terrible agresión, un chiste, o algo absorbido con naturalidad. Esto depende del la combinación entre: el receptor de ese mensaje, el emisor, el contexto y la modalidad en que se produjo la verbalización.
Diferente, es llamar mujer a un travesti (nacido hombre) desde el punto de vista adjudicativo formal, estatal. Esta operación lingüística tiene un doble efecto: si un travesti (nacido hombre) para el estado es una mujer, entonces las nacidas mujeres indirectamente, aunque de forma inmediata, pierden simbólicamente definición en su carácter, al atentarse contra aquello que se supone su genero nombra (es decir, el término mujer, pasa de nombrar sólo a las nacidas mujeres a nombrar a las nacidas mujeres y a los nacidos hombres que se sienten mujeres). Esto atenta contra el derecho de la Dignidad, ya que el significante mujer se ve violentado, por más no sea, en su sola eséncia genética, al no crear en paralelo y con sincronicidad un espacio simbólico para estas o viceversa.
La pertenencia a la identidad en ese aspecto se desdibuja, pierde consistencia, se pierde identidad. Sin desarmar el termino, sigue manteniéndolo exacto habiendo distorsionado su pacto alusivo inicial. De esta manera, ampliándolo, modificándolo, se degrada su significado, cuando podrían haberse creado alternativas creativas para que esto no sucediera. Dónde no se discrimine o menosprecie a la minoría ni tampoco aliente a una confusión terminológica y discursiva como la que vivimos al encender el televisor estos días.
Discriminar es otra palabra que habría que llevar al mecánico ya que (agresión, expulsión y diferenciación) son tres operaciones distintas, condensadas en la misma palabra, ósea un peligro.
Si una Ley incumple las bases constitucionales del derecho estamos frente a una circunstancia por cierto caótica, que psicoanalíticamente podríamos encuadrar como un síntoma de psicosis estatal.
En mi opinión, algunos legisladores, antes de agarrar una lapicera deberían agarrar un pincel.
Esta nota va dedicada a mi gran amigo Fernando Peña.
Una voz que sin escucharse, muchos imaginan viva desde algún lugar.
(*) Psicólogo y novelista. Su último libro es "La llave Maestra". En Twitter: @llavemaestraok
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