Sandro Rubén Leiva fue sentenciado a 13 años de cárcel por un hecho ocurrido en 2012, en una galería de Acebal. Entre ellos se daban celulares y aparatos para vender. El Juez José Luis Mascali dictó la sentencia condenatoria a 13 años.
La Capital |
A fines de febrero de 2012 un llamado a la comisaría de Acebal alertó sobre un disparo de arma de fuego en una galería comercial del centro del pueblo. Tres policías fueron al lugar y, en un local donde funcionaba una remisería, encontraron al operador aún en su silla, con el cuerpo caído hacia el costado y la cabeza manchada de sangre casi tocando el piso. Nicolás Benítez, de 23 años, tenía un balazo en el cuello y murió a poco de llegar al hospital local. No fue difícil salir del enigma inicial: las cámaras del centro comercial habían registrado el ingreso y salida del agresor, quien fue detenido en la zona sur de Rosario y ahora condenado a 13 años de cárcel como autor de un crimen por deudas de dinero.
Sandro Rubén Leiva, quien quizás en honor a su nombre es apodado "Gitano", fue sentenciado por el juez José Luis Mascali tras un juicio escrito. Fue considerado autor de un homicidio agravado por el uso de un arma de fuego. Aunque él aseguró que el arma se disparó en una pelea mientras la manipulaba la víctima, por la mecánica del hecho el magistrado descartó la hipótesis de un tiro accidental. En cambio, evaluó que Leiva entró al negocio determinado a atacar a Benítez y lo hirió sin darle tiempo a levantarse de su asiento.
Frente a la plaza. El crimen ocurrió el 22 de febrero de 2012 en una galería comercial de Acebal. Alrededor de las 12.50, un llamado anónimo alertó que se había escuchado un disparo de arma de fuego "en la galería, enfrente de la plaza". El comisario a cargo y dos cabos fueron hasta los locales de calle Asurmendi 559 y, en un local del fondo donde funcionaba la remisería Preferencial, hallaron la escena del ataque.
Sin otros signos de violencia alrededor, Benítez agonizaba con el cuerpo suspendido hacia el costado derecho. Lo trasladaron en un patrullero hacia el Samco local pero falleció a poco de llegar. Más tarde la autopsia determinó que había recibido un disparo a corta distancia de izquierda a derecha, entre la cuarta y la quinta vértebra cervicales. En su cuerpo quedó alojado el plomo de un revólver calibre 32 largo.
Del ataque no hubo testigos. Los dueños de una agencia de loterías ubicada en el frente de la galería sólo habían oído un ruido seco, que confundieron con un golpe de puño contra la chapa metálica del escritorio como el que solían escuchar "cuando hay partidos de fútbol". A los seis o siete minutos, contaron, un hombre salió trastabillando y se fue solo, en una moto Guerrero roja de 110 centímetros cúbicos.
Benítez, a quien le decían "Chete", solía hacer reemplazos como operador en la remisería. El empleado estable contó a los policías que esa mañana "Chete" había ido a visitarlo y al mediodía él le pidió que lo cubriera unos minutos para ir a su casa almorzar. En la casa de Benítez contaron que llevaba un tiempo distanciado de su familia por su adicción a las drogas.
La llave para aclarar el caso fueron las cinco cámaras de seguridad de la galería, que los policías observaron esa misma tarde. Así advirtieron que a las 12.36 entró un hombre robusto, de cutis blanco y barba candado, vestido con un pantalón largo y remera amarilla. Entró a la remisería y se fue en un minuto. La identificación fue inmediata: uno de los policías lo reconoció como Sandro Leiva, empleado en un lavadero.
Un trato roto. Con esos datos empezó la ronda de allanamientos hasta dar con él, a las 19.50 del día siguiente, en la zona de San Martín y Circunvalación de Rosario. Llevaba la misma ropa que el día anterior.
En su indagatoria, contó que desde hacía tres años tenía una suerte de trato comercial con Benítez, quien solía darle teléfonos, CDs y DVDs para vender. Dijo que se conocían del pueblo, "de toda la vida", pero que la relación comenzó a complicarse cuando un año antes el joven le pidió 4 mil pesos prestados y él comenzó a exigirle la devolución. "Una noche llegó hasta mi casa con un arma. Me amenazaba con matarme, con hacerme cartera", dijo el detenido.
Contó que ese día fue a la remisería y se encontró con Benítez hablando por teléfono. Relató que, al verlo, el operador sacó un arma con la mano izquierda. Que entonces él lo tomó del cuello, forcejearon ambos de pie y el arma se disparó mientras la manipulaba la propia víctima. Tras el disparo, según dijo, tomó el arma y se fue del lugar. La arrojó en un camino rural entre Acebal y Alvarez donde los efectivos no pudieron encontrarla.
"Me fui porque estaba asustado. Fue un forcejeo, nunca tuve intención de matar a nadie", se defendió. Sin embargo, para el juez, "Leiva no estuvo nunca en legítima defensa, no forcejeó con la víctima, sino que con naturalidad, decisión y rapidez concluyó con la vida de Benítez a través de un disparo de un arma que portaba".
Según evaluó, "Leiva lo fue a buscar a Benítez ya que se conocían desde hacía un tiempo en el que solían pactar negocios (no muy claros a decir verdad) en donde se entregaban teléfonos y aparatos electrónicos para que uno de ellos los venda. Por tanto el encuentro no fue casual". El hecho de que el propio imputado acudiera a la visita "echa por tierra la versión de que temía por las amenazas".
Un dato que lo llevó a descartar el forcejeo es "el poquísimo tiempo que estuvo en el lugar". Una pelea hubiera insumido más de un minuto. Además consideró que si era Benítez quien manipulaba el arma, ésta debió quedar en su mano o en el piso, sin embargo el detenido se la llevó y la descartó. Y puntualizó que la herida ocurrió en un lugar atípico para un forcejeo.
Por último, remarcó que Benítez estaba en su silla, lo que revela que no llegó a ponerse de pie. Para el magistrado, lo que ocurrió en realidad fue que Leiva entró al local y "sin mucha discusión" previa le disparó desde la izquierda. Por todo esto, lo encontró culpable de un homicidio intencional y le aplicó la pena de 13 años de prisión.
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