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domingo, 31 de marzo de 2013

ROSARIO. El crimen de un hombre desnudó una parte del negocio narco barrial


De soldados y vigías. Alejandro Domínguez fue acribillado de seis balazos hace una semana, frente a una cochera en Chubut al 7.500, por reclamar lo que le debían por custodiar un búnker de venta de drogas.
.La Capital | 

El crimen de un hombre desnudó una parte del negocio narco barrial
Seis balazos calibre 9 milímetros en el pecho, un cuerpo tirado entre la tierra, una mujer desesperada y la impotencia de no nombrar al dolor. Esa es la postal que Susana Grasso mira todos los días desde la madrugada del pasado 26 de marzo cuando su hijo, Alejandro Angel Domínguez, fue emboscado y baleado frente a una precaria cochera de Chubut al 7500, en la zona oeste de la ciudad. Detrás de esa muerte se oculta una vida familiar difícil y un joven que sumó varios antecedentes penales en la pelea que le dio a la vida y en la que perdió, presuntamente, a manos de narcotraficantes a los que conocía, con los que tenía cierto grado de familiaridad, a los que una vez les hizo una mala jugada y a los que les reclamó una deuda.
Aunque la última noche de vida el cuerpo de Alejandro recibió seis balas, otros dos proyectiles lo habían perforado en ataques anteriores. En septiembre de 2012 le dieron un tiro en la ingle derecha por liberar a una chica que atendía un quiosco de drogas, y en diciembre del año pasado recibió otro disparo en la ingle izquierda. "Fue siempre la misma persona", contó Susana mirando con sus ojos cansados, y casi sin querer, desgranó una historia que mezcla rencillas familiares y narcotráfico. La mujer calla más de lo que cuenta y sabe qué callar.
La rencilla. "El sábado 10 de marzo le festejamos el cumpleaños a mi hija. Yo vivo en Capmbell al 2000 y atrás vive mi cuñado, el hermano de mi marido. Con él discutimos en el cumpleaños porque dijo que yo no podía poner música fuerte y mi marido no me defendió. Después, con los días, seguimos peleando. Yo estoy poco en la casa porque vivo trabajando, y con mi marido, a partir de ahí, la cosa empeoró. Fue entonces que Alejandro me dijo: «Mami, andate de esa casa. Cargamos la chatita y te vas a lo de mi hermana», y así fue. Era un buen muchacho aunque tuvo problemas desde chico", detalló Susana.
Alejandro Angel Domínguez tenía 35 años. "Cumplía años ahora en mayo", recordó la madre. Y contó que entre los 17 y los 25 pasó varias veces por la seccional 14ª, la que tiene jurisdicción en su barrio. Los antecedentes que acumuló, dijeron fuentes policiales, son por robos en la vía pública y en viviendas y por portación de armas. Es difícil limpiar la vida de alguien que conoció de penales y acusaciones, pero su madre, entre susurros, dijo que "ya no robaba hace mucho y era albañil".
El "trabajo". Pero la misma Susana admitió que cuando su hijo no trabajaba como peón de albañil se ganaba unos pesos en una changa muy particular en el mundo marginal: hacía de "vigía" de un búnker de venta de drogas, un "laburo fácil" que ofrece la calle y que le dejaba unos 300 pesos por noche.
Antes de morir había trabajado cinco noches en el quisoco y no le habían pagado. Hasta ese "trabajo" había llegado por medio de un sobrino del actual marido de Susana, El monito, y ante nada mejor lo tomó. Fue esa changa mal habida, según su madre, la que "lo llevó a la muerte".
El muchacho tenía una esposa de la que se separó hace un tiempo y vivía con su madre en una precaria vivienda pegada a las vías, en Cochabamba al 7100. Un vecino cuenta por lo bajo que "no lo querían mucho al pibe, pero él se hacía respetar. Hablaba con los chicos del barrio y les mostraba las balas que llevaba en el cuerpo, medio que se agrandaba por eso, pero acá no molestaba nunca", dijo.
A Susana, en tanto, las palabras se le deslizan grises y con la fuerza de un machete cansado. "Alejandro me dijo que nos fuéramos de ahí. El estaba muy enojado por que Nacho, mi marido, me corrió de la casa. El terreno donde vivíamos era de él pero los materiales los compré yo. ¿Sabe qué pasa? Yo trabajo 15 horas por día y mire si no puedo poner música fuerte", dice al cronista volviendo a la pelea del día del cumpleaños. Entonce, la mujer buscó la cama, un ropero chico, una mesa, algo de ropa y se fue de la vivienda días después.
En este punto la historia se convierte en un laberinto de rencores, broncas y malos favores. "El sobrino de mi marido es El monito y era uno de los encargados del búnker de calle Brasil al 1700. Alejandro lo vio por la calle y le dijo que su tío, mi ex esposo, me diera la plata que me debía por los materiales que puse para hacer la casa. Y también le pidió que le pagara a él lo que le debía por lo de su trabajo como vigía ".
La mujer, que a sus 60 años tiene el alma arrugada, cuenta más. "Estuvo varias noches cagándose de frío y mojándose en el búnker. El laburo era avisar por teléfono a El monito y a su socio, Luli, quien iba y que movimientos había. Pero nunca le pagaron porque tenían una bronca anterior". El asunto que generó esa "bronca" fue un acto heróico de parte de Alejandro, pero los dos encargados del búnker nunca se lo perdonaron.
Acto provocativo. Fue una noche de agosto de 2012 cuando Alejandro estaba frente a ese búnker de Brasil al 1700. Adentro había una vendedora, una chica del barrio, madre de un bebé, que atendía en el turno de la tarde. En esos sitios, cuando el vendedor ingresa se lo encierra con un candado y recién al cumplir el turno le abren la puerta, lo revisan para que no se lleve droga y se hace la caja. Pero esa tarde nadie fue por la chica, que llevaba 21 horas encerrada.
Alejandro la escuchaba gritar y pedir que fueran a sacarla por que su bebé estaba sólo en su casa. Al darse cuenta de eso, el muchacho llamó a los encargados del búnker que ni aparecieron por el lugar. Entonces se hizo de un cortafierros, abrió la puerta y liberó a la chica. Ese acto de heroicidad barrial lo pagó muy caro.
"Al otro día lo buscaron y lo llamaron. Lo metieron en el pasillo donde estaba el quiosco de venta de drogas y le pegaron mucho, le dieron una paliza bárbara. Y unas semanas después le metieron un tiro. El había zafado a la chica pero no se llevó ni la plata ni las drogas", contó por lo bajo una amiga del muchacho ahora muerto.
La historia siguió entre las calles sinuosas del barrio de zona oeste cortado por las vías. Una historia que recorre el camino que va desde Campbell al 2000 hasta Brasil al 1700. "El monito y Luli se la tenían jurada a Alejandro y cuando éste les fue a reclamar la plata que le debían, para mí que decidieron matarlo", dijo la madre convencida y temerosa al saber que está acusando a quienes la conocen muy bien.
El final. Alejandro Domínguez solía salir mucho de noche. El martes 26 de marzo recibió una llamada de "un tal Claudio", sostienen en el entorno familiar. Lo citaban en una casa, cerca de donde vivía. Pero él no estaba y la llamada la recibió su hermana, que no recuerda casi nada del tema. "Después se ve que lo encontraron, porque me enteré por otra llamada que le dijeron que le iban a dar algo de plata y que después iban a salir de joda. El fue con la moto a la cochera de calle Chubut y ahí lo mataron". Susana no llora, se lamenta.
La policía halló el cuerpo de Alejandro tirado junto a su moto Honda TG de color rojo. "La compró trabajando", dijo su madre. Poco después, los peritos de la Científica sentenciaron: "Por el ensañamiento que mostraron los agresores se nota que tenían claro lo que hacían. Estaba regado de vainas de pistola calibre 9 milímetros", dijeron.
Pocos días después, y a partir de los testimonios recabados, la policía fue a buscar a los acusados a sus domicilios de la zona oeste pero no los encontró. "Tienen familia en otros lados y por ahí se fueron", dijo un allegado a la familia de Domínguez.
El final del búnker de la historia
Alejandro Domínguez pagó con su vida el grave "error" de liberar a una chica que vendía drogas en el búnker de Brasil al 1700. Fue en agosto de 2012 y los vecinos, poco después, lo tumbaron con picos y mazas. "Estaban cansados de ver motos y autos de alta gama a toda hora. Daba miedo salir a la calle. Mi hijo trabajaba ahí ¿qué voy a hacer? Pero los vecinos estaban cansados", dijo Susana. Hoy el pasillo donde funcionaba el quiosco está liberado. Allí sólo hay escombros.

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