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domingo, 4 de noviembre de 2012

ROSARIO: "Curar sin cobrar es impagable"


Norberto Castelli entró a trabajar al Policlínico San Martín de Rosario hace 43 años y todavía sigue allí, atendiendo a los chicos del barrio Belgrano. Ahora está a punto de jubilarse, pero ese es un tema del que a este médico pediatra y docente universitario a punto de cumplir 66 años le cuesta hablar.
La Capital | 

Norberto Castelli entró a trabajar al Policlínico San Martín hace 43 años y todavía sigue allí, atendiendo a los chicos del barrio Belgrano. Ahora está a punto de jubilarse, pero ese es un tema del que a este médico pediatra y docente universitario a punto de cumplir 66 años le cuesta hablar. Aunque también trabaja en una clínica privada y atiende consultorio propio en su casa, dice a LaCapital que nada le da más alegría y satisfacción que desempeñarse en el viejo hospital de la zona oeste de la ciudad. El lo explica con simpleza: "Curar a la gente sin cobrar es algo impagable".
Todavía era estudiante de medicina cuando se le presentó la oportunidad de ingresar al Policlínico. "Estaba en quinto año y fui a hacer el practicanato allí con otros tres compañeros de la facultad", cuenta. Practicanato era lo que hoy se denomina residencia. Cuando se acabó su contrato de un año el director del hospital le ofreció otro, y al cabo de esos dos años volvió a llamarlo. Para entonces Castelli ya tenía el título de médico. "¿Quiere quedarse?", le preguntó el director. El lo recuerda con nitidez y agradecimiento. Se llamaba Joaquín Altschuller. Castelli se quedó.
Un tiempo después el hospital lo dejó efectivo y más tarde un concurso lo ratificó. Nunca proyectó que cuatro décadas después todavía seguiría allí, dedicándose a curar a los chicos del barrio. "Ahora atiendo a pacientes que son nietos de mis pacientes", cuenta y puede citar con el nombre y a veces hasta con el apellido a los abuelos de esos chicos.
Cuenta que siempre tuvo vocación por la pediatría. También por la docencia. En 1978 era ayudante de trabajos prácticos en la cátedra de Pediatría I, en la facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), cuando la docente titular le propuso mudar el aula al Policlínico. Ella misma hizo la gestión ante las autoridades del nosocomio y al poco tiempo la experiencia se puso en marcha. "Eso fue innovador y todavía lo hacemos", cuenta orgulloso.
De esa época recuerda con nostalgia la tarea de una comisión cooperadora. "Un día vinieron y me anunciaron que me asignaban un aula con mesas y sillas, y me entregaron un pizarrón, un borrador y cajas de tiza. Todas tenían un sello: «Cooperadora del Policlínico San Martín»", cuenta. También recuerda la colaboración de los vecinos. "Eran otras épocas y la gente ayudaba. Ahora es distinto, igual que la relación médico-paciente". Afirma que en estos tiempos la gente es "más demandante" con el médico y refiere con pesar a casos de agresión contra sus colegas: "Antes eso jamás ocurría, la gente nos respetaba más".
¿Por qué se quedó en el Policlínico durante tanto tiempo? La pregunta le causa extrañeza. Piensa y enumera:
Uno: "Allí hice mi primera experiencia como médico". Dos: "Allí conocí a la que sería mi esposa y madre de mis hijos". Tres: "Con este trabajo pude mantener a mi familia".
Lidia Gambini, la que se convertiría en la compañera de su vida, era administrativa y todos sus recuerdos de sus primeros días de novios los asocia al San Martín. "¿Sabe cuál fue nuestra primera salida?", pregunta. Fue una larga caminata desde el Policlínico hasta la estación Oeste, en Mendoza y Paraná, a la salida del trabajo. Después fueron a ver una película ("Z", de Costa Gabras) a un cine del centro que ya no existe.
Guarda en la memoria una cantidad de imágenes imborrables, sobre todo de sus pequeños pacientes. También recuerda a Hugo, un enfermero que ya cumplió 80 años y que hace 40 le enseñó a suturar heridas. "En eso era un artista", evoca con cierta ternura. A Hugo y Bernardo los unía otro vínculo: con el tiempo el pediatra atendería primero a los hijos y después a los nietos de aquel artista de la sutura. Todavía se visitan.
Su vocación por curar a los chicos y su inclinación por hacerlo en un nosocomio público no evitarán lo inevitable. El año pasado cumplió 65 años y le avisaron que debía jubilarse. Consiguió que lo dejaran seguir un año, pero sabe que en diciembre no habrá más prórrogas. "Todavía tengo mucho para dar y querría seguir, pero eso no será posible y ya estoy haciendo mi duelo", se sincera. La partida será cuando acabe con las clases anuales como jefe de trabajos prácticos, tarea docente que aún mantiene.
¿Imagina cómo será el último día? "Difícil, creo que voy a llorar, pero no quiero despedidas". Tal vez vuelva a recordar la satisfacción que sentía su padre por tener un hijo que había ido a la universidad, aquel padre que lo envió a hacer la primaria en la escuela Cristóbal Colón y el secundario en el Normal 3, donde se recibió de maestro. Era ferroviario y solía comentar con orgullo a sus amigos y vecinos que su hijo sería médico. "Algún día curará a la gente en el Policlínico", decía. El deseo se cumplió y 43 años después el hijo de aquel trabajador del ferrocarril sigue allí.

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