Jorge Klug cumple una guardia de
24 horas corridas en el servicio de emergencias 107. Hace nueve años
que se subió a una ambulancia y cuenta cómo es la ciudad cuando la
mayoría duerme.
El teléfono suena. La central del servicio de emergencias 107
responde el llamado y allí comienza un operativo de coordinación entre
telefonistas, el médico de turno, chofer y enfermero. De la precisión de
ese trabajo depende la vida de muchos santafesinos. Sólo para tener una
referencia, todos los meses las ambulancias de la Dirección Provincial
de Accidentología y Emergencia Sanitaria (Dipaes) tienen un promedio de
1.200 salidas entre casos de extrema gravedad y atenciones menores.
Jorge Klug es un médico clínico de 56 años. En sus 32 años de experiencia en la medicina trabajó en terapias intensivas, coronarias y guardias de hospitales y sanatorios de la ciudad. Pero hace nueve años decidió tomar un nuevo camino en su carrera de médico y aceptó el desafío de subirse a una ambulancia. Hasta el 2003 el servicio de emergencias 107 sólo contaba en sus móviles con chofer y enfermero. Ese año convocaron a médicos para que las ambulancias, de acuerdo a la necesidad de cada caso, puedan salir con un facultativo a bordo.
“Yo tenía cierta experiencia, pero nunca había tenido experiencia extrahospitalaria, vivir la situación del accidentado, la atención de la urgencia del domicilio. Eso fue una nueva medicina que tuve que aprender, más allá de que llevaba muchos años de médico”, le dijo Klug a Diario UNO.
Lo que en principio fue una propuesta laboral, pronto se transformó en un desafío personal. “Como médico clínico siempre me interesó la atención completa del paciente y por eso empecé este trabajo. Día a día uno va aprendiendo a dar mejor calidad de atención a la sociedad en todo este tipo de cosas con un equipo de gente con gran experiencia”, señaló.
En ese camino de aprendizaje Klug se fue perfeccionando desde cómo tratar al paciente que está fracturado, cómo movilizarlo, evitar las lesiones mayores y, también, en las urgencias clínicas. “A mí me enriqueció mucho como persona y como médico este trabajo”, dijo Klug y agregó: “Siempre digo que estos nueve años, aparte de enseñarme muchas cosas nuevas, también me hizo ver la calidad humana de las personas que trabajan con nosotros. Lamentablemente es un trabajo que tiene situaciones que para el ser humano son muy dolorosas, como el fallecimiento de gente joven o lesiones muy graves”.
Justamente, para sobrellevar esas situaciones dolorosas, el médico que cubre un turno de 24 horas corridas cada semana en el 107 asegura que si no amara este trabajo no podría sostenerlo. “Eso sucede en todo trabajo y principalmente en los que estamos relacionados con la salud. Personalmente lo que me motiva y me da energías es saber que cada ser humano soy yo mismo o un ser muy amado. Ésa es la única manera de poder atender. Tengo que pensar qué me haría a mí mismo si me encuentro en la misma situación, ni más ni menos. Con mis limitaciones, pero con sensibilidad”, aseguró.
“Eso –continuó– nos da energía para trabajar porque uno se pone en el lugar del que está sufriendo y se pregunta qué nos haríamos a nosotros mismos con los elementos que tenemos en la ambulancia para ayudar a ese ser humano. Eso nos da energía y nos motiva a ser cada día más efectivos. Uno trata de perfeccionarse, de estudiar, entrenarse, trabajar en equipo, pensar cómo se podría mejorar cada vez más la atención”.
—¿Cómo es la relación con el paciente y con el entorno que lo rodea?
—Es muy comprensible la ansiedad y la angustia que hay alrededor de una situación crítica. Desde las situaciones de dolor, hasta las de enojo que se suceden por la demora de la ambulancia, más allá que siempre salimos ni bien nos llega la llamada. Sucede que, a veces, la ambulancia está ocupada y tiene que salir una que está en la otra punta de la ciudad. Lo que me enseñó la vida es que hay que comprender todo porque nosotros mismos estuvimos en situaciones parecidas, con familiares sufriendo y nuestra angustia y ansiedad hace que cada minuto de espera parezca una hora. Por eso a las situaciones difíciles del entorno uno las comprende. Al mismo tiempo tratamos que ellos nos comprendan para poder ponernos manos a la obra.
—¿La gente hoy está más impaciente?
—La verdad es que no noto una gran diferencia. Sí sé que hace 30 años, cuando me recibí, había lo que se llamaban zonas rojas donde uno podía ir con su propio vehículo. Mientras que ahora tenemos que ir protegidos por la policía para no sufrir una situación delictiva. Pero me parece que el ser humano reacciona ante el dolor y la crisis siempre de la misma manera. Y cuando la persona ve la preocupación del equipo de salud le da una cierta tranquilidad.
El primer contacto con el herido
“Lo primero que se hace, si la persona está consciente, es decirle: «Soy el médico de la ambulancia, venimos a ayudarte. Me podés decir dónde te duele». Eso me permite ubicarme en la zona. Una vez que me refirió las zonas de dolor no vitales, como un tobillo, ahí sí tengo que preguntar por las zonas vitales, sobre todo por los traumatismos de columnas que pueden dejar secuelas neurológicas. Luego preguntamos si se golpearon la cabeza, si perdió el conocimiento, si le duele el cuello”, describió.
“A esas cosas –explicó– hay que preguntárselas claramente para descartar mayores inconvenientes. Luego hacemos los mínimos movimientos cervicales para descartar que no tenga ningún traumatismo y, después, vemos las demás lesiones que tiene. Si son graves, tratamos de sostener la parte vital como la respiración, la presión arterial, lo clínico cuando hay un paro cardíaco, que son los diferentes cuadros cuando hay situaciones críticas”.
Jorge Klug refirió que el abordaje con el paciente consiste en tratar de comprender lo que le está pasando y ayudarlo a calmar los dolores. “En la ambulancia tenemos una mini terapia intensiva con una medicación muy completa. Si la persona tiene una fractura y tiene mucho dolor le ponemos suero con calmantes antes de trasladarla, la inmovilizamos, le damos la mayor contención que se le pueda dar a un ser humano en una situación tan difícil. Y todos los días uno va aprendiendo. Pero lo que nos va guiando es la empatía con el sufriente como si fuera nuestro hijo, nuestro ser amado o nosotros mismos. Tratamos de ir mejorando a todo nivel”.
El momento más difícil
“En todos estos años lo que más me quedó como recuerdo traumático fue una niña a la que agarró un perro. Fue en Rincón. La abuela trabajaba en una casa y allí había otro chiquito. Ella estaba jugando y el perro interpretó que estaba agrediendo al niño. Se le tiró encima y le lesionó mucho la cara. Cuando llegué al dispensario de Rincón no se veía una cara, sino todo destruido, la nariz corrida del lugar, el cráneo despegado. Fue una situación muy difícil. También son muy difíciles los accidentes graves o mortales con gente joven.
—¿Y cuáles son las devoluciones gratificantes de este trabajo?
—Lo que nos gratifica es saber que pudimos ayudar a un ser humano. Sentir que nuestra presencia hizo que esa persona se sienta un poco mejor.
—¿Cómo toma su familia este trabajo?
—Tengo una familia que me acompaña. Trato de no comentar nunca las situaciones dolorosas del trabajo. Es una filosofía que tengo la de no comentar las cosas negativas. Ahora tengo una guardia de 24 horas corridas una vez a la semana; pude acomodar mi vida familiar al ritmo de trabajo. Sólo tengo el consultorio y esta guardia. Cuando uno está recién recibido tiene más guardias.
Cómo se logra la eficiencia
Al ser consultado sobre cuál es la clave para que un servicio de emergencia sea exitoso en su trabajo, Klug apuntó: “Para que funcione tiene que estar bien sincronizado desde la recepción del llamado, por parte del telefonista, junto con la parte del personal de ambulancia. Eso tiene que mejorarse día a día. Por eso estamos realizando unas charlas sobre las distintas enfermedades graves y críticas para saber explicarles a los familiares qué hacer ante cada situación. Es una educación continua nuestra, que seguimos estudiando y entrenando, y de la población que tiene que saber qué hacer cuando hay una situación crítica”.
En los últimos años los accidentes de tránsito comenzaron a tener mayor injerencia en los requerimientos del servicio 107. “Sobre todo los de las motos”, acotó Klug y añadió: “Creo que si hubiese una decisión clara para que se use el casco y no se beba alcohol, en muy poco tiempo se podrían disminuir los accidentes graves. En la ciudad todavía no tenemos en claro que debe usarse el casco, el cinturón de seguridad y que no debe ingerirse alcohol si vamos a manejar”.
“Prevenir eso es muy fácil. Se deben poner controles de alcoholemia en las principales avenidas y rotarlos continuamente para disuadir a las personas de beber cuando salen. Los accidentes más graves se producen por el alcohol. Lo otro es el casco, que es lo primero que cae como una punta de flecha hacia el asfalto. No hay forma de proteger el golpe de la cabeza contra el piso cuando uno se cae de la moto. Hay que mejorar esa prevención, sobre todo los fines de semana”, expresó.
—¿Tiene que haber una vocación especial para la emergencia?
—Hay gente a la que no le gusta mucho estar en la ambulancia. Algunos compañeros míos, cuando me cruzan, me preguntan: «¿Todavía estás en la ambulancia?» Un poco es mi necesidad laboral y, otro poco, es porque me siento bien. Uno nunca puede hacer en medicina algo que no le gusta porque es increíble cómo te hace mal a la salud física y mental. A lo largo de los años uno toma un trabajo, luego lo deja y agarra otro y así va buscando el lugar donde uno se siente entusiasmado, en paz y bien. Yo estoy seguro que voy a terminar mis años de trabajo arriba de las ambulancias.
Jorge Klug es un médico clínico de 56 años. En sus 32 años de experiencia en la medicina trabajó en terapias intensivas, coronarias y guardias de hospitales y sanatorios de la ciudad. Pero hace nueve años decidió tomar un nuevo camino en su carrera de médico y aceptó el desafío de subirse a una ambulancia. Hasta el 2003 el servicio de emergencias 107 sólo contaba en sus móviles con chofer y enfermero. Ese año convocaron a médicos para que las ambulancias, de acuerdo a la necesidad de cada caso, puedan salir con un facultativo a bordo.
“Yo tenía cierta experiencia, pero nunca había tenido experiencia extrahospitalaria, vivir la situación del accidentado, la atención de la urgencia del domicilio. Eso fue una nueva medicina que tuve que aprender, más allá de que llevaba muchos años de médico”, le dijo Klug a Diario UNO.
Lo que en principio fue una propuesta laboral, pronto se transformó en un desafío personal. “Como médico clínico siempre me interesó la atención completa del paciente y por eso empecé este trabajo. Día a día uno va aprendiendo a dar mejor calidad de atención a la sociedad en todo este tipo de cosas con un equipo de gente con gran experiencia”, señaló.
En ese camino de aprendizaje Klug se fue perfeccionando desde cómo tratar al paciente que está fracturado, cómo movilizarlo, evitar las lesiones mayores y, también, en las urgencias clínicas. “A mí me enriqueció mucho como persona y como médico este trabajo”, dijo Klug y agregó: “Siempre digo que estos nueve años, aparte de enseñarme muchas cosas nuevas, también me hizo ver la calidad humana de las personas que trabajan con nosotros. Lamentablemente es un trabajo que tiene situaciones que para el ser humano son muy dolorosas, como el fallecimiento de gente joven o lesiones muy graves”.
Justamente, para sobrellevar esas situaciones dolorosas, el médico que cubre un turno de 24 horas corridas cada semana en el 107 asegura que si no amara este trabajo no podría sostenerlo. “Eso sucede en todo trabajo y principalmente en los que estamos relacionados con la salud. Personalmente lo que me motiva y me da energías es saber que cada ser humano soy yo mismo o un ser muy amado. Ésa es la única manera de poder atender. Tengo que pensar qué me haría a mí mismo si me encuentro en la misma situación, ni más ni menos. Con mis limitaciones, pero con sensibilidad”, aseguró.
“Eso –continuó– nos da energía para trabajar porque uno se pone en el lugar del que está sufriendo y se pregunta qué nos haríamos a nosotros mismos con los elementos que tenemos en la ambulancia para ayudar a ese ser humano. Eso nos da energía y nos motiva a ser cada día más efectivos. Uno trata de perfeccionarse, de estudiar, entrenarse, trabajar en equipo, pensar cómo se podría mejorar cada vez más la atención”.
—¿Cómo es la relación con el paciente y con el entorno que lo rodea?
—Es muy comprensible la ansiedad y la angustia que hay alrededor de una situación crítica. Desde las situaciones de dolor, hasta las de enojo que se suceden por la demora de la ambulancia, más allá que siempre salimos ni bien nos llega la llamada. Sucede que, a veces, la ambulancia está ocupada y tiene que salir una que está en la otra punta de la ciudad. Lo que me enseñó la vida es que hay que comprender todo porque nosotros mismos estuvimos en situaciones parecidas, con familiares sufriendo y nuestra angustia y ansiedad hace que cada minuto de espera parezca una hora. Por eso a las situaciones difíciles del entorno uno las comprende. Al mismo tiempo tratamos que ellos nos comprendan para poder ponernos manos a la obra.
—¿La gente hoy está más impaciente?
—La verdad es que no noto una gran diferencia. Sí sé que hace 30 años, cuando me recibí, había lo que se llamaban zonas rojas donde uno podía ir con su propio vehículo. Mientras que ahora tenemos que ir protegidos por la policía para no sufrir una situación delictiva. Pero me parece que el ser humano reacciona ante el dolor y la crisis siempre de la misma manera. Y cuando la persona ve la preocupación del equipo de salud le da una cierta tranquilidad.
El primer contacto con el herido
“Lo primero que se hace, si la persona está consciente, es decirle: «Soy el médico de la ambulancia, venimos a ayudarte. Me podés decir dónde te duele». Eso me permite ubicarme en la zona. Una vez que me refirió las zonas de dolor no vitales, como un tobillo, ahí sí tengo que preguntar por las zonas vitales, sobre todo por los traumatismos de columnas que pueden dejar secuelas neurológicas. Luego preguntamos si se golpearon la cabeza, si perdió el conocimiento, si le duele el cuello”, describió.
“A esas cosas –explicó– hay que preguntárselas claramente para descartar mayores inconvenientes. Luego hacemos los mínimos movimientos cervicales para descartar que no tenga ningún traumatismo y, después, vemos las demás lesiones que tiene. Si son graves, tratamos de sostener la parte vital como la respiración, la presión arterial, lo clínico cuando hay un paro cardíaco, que son los diferentes cuadros cuando hay situaciones críticas”.
Jorge Klug refirió que el abordaje con el paciente consiste en tratar de comprender lo que le está pasando y ayudarlo a calmar los dolores. “En la ambulancia tenemos una mini terapia intensiva con una medicación muy completa. Si la persona tiene una fractura y tiene mucho dolor le ponemos suero con calmantes antes de trasladarla, la inmovilizamos, le damos la mayor contención que se le pueda dar a un ser humano en una situación tan difícil. Y todos los días uno va aprendiendo. Pero lo que nos va guiando es la empatía con el sufriente como si fuera nuestro hijo, nuestro ser amado o nosotros mismos. Tratamos de ir mejorando a todo nivel”.
El momento más difícil
“En todos estos años lo que más me quedó como recuerdo traumático fue una niña a la que agarró un perro. Fue en Rincón. La abuela trabajaba en una casa y allí había otro chiquito. Ella estaba jugando y el perro interpretó que estaba agrediendo al niño. Se le tiró encima y le lesionó mucho la cara. Cuando llegué al dispensario de Rincón no se veía una cara, sino todo destruido, la nariz corrida del lugar, el cráneo despegado. Fue una situación muy difícil. También son muy difíciles los accidentes graves o mortales con gente joven.
—¿Y cuáles son las devoluciones gratificantes de este trabajo?
—Lo que nos gratifica es saber que pudimos ayudar a un ser humano. Sentir que nuestra presencia hizo que esa persona se sienta un poco mejor.
—¿Cómo toma su familia este trabajo?
—Tengo una familia que me acompaña. Trato de no comentar nunca las situaciones dolorosas del trabajo. Es una filosofía que tengo la de no comentar las cosas negativas. Ahora tengo una guardia de 24 horas corridas una vez a la semana; pude acomodar mi vida familiar al ritmo de trabajo. Sólo tengo el consultorio y esta guardia. Cuando uno está recién recibido tiene más guardias.
Cómo se logra la eficiencia
Al ser consultado sobre cuál es la clave para que un servicio de emergencia sea exitoso en su trabajo, Klug apuntó: “Para que funcione tiene que estar bien sincronizado desde la recepción del llamado, por parte del telefonista, junto con la parte del personal de ambulancia. Eso tiene que mejorarse día a día. Por eso estamos realizando unas charlas sobre las distintas enfermedades graves y críticas para saber explicarles a los familiares qué hacer ante cada situación. Es una educación continua nuestra, que seguimos estudiando y entrenando, y de la población que tiene que saber qué hacer cuando hay una situación crítica”.
En los últimos años los accidentes de tránsito comenzaron a tener mayor injerencia en los requerimientos del servicio 107. “Sobre todo los de las motos”, acotó Klug y añadió: “Creo que si hubiese una decisión clara para que se use el casco y no se beba alcohol, en muy poco tiempo se podrían disminuir los accidentes graves. En la ciudad todavía no tenemos en claro que debe usarse el casco, el cinturón de seguridad y que no debe ingerirse alcohol si vamos a manejar”.
“Prevenir eso es muy fácil. Se deben poner controles de alcoholemia en las principales avenidas y rotarlos continuamente para disuadir a las personas de beber cuando salen. Los accidentes más graves se producen por el alcohol. Lo otro es el casco, que es lo primero que cae como una punta de flecha hacia el asfalto. No hay forma de proteger el golpe de la cabeza contra el piso cuando uno se cae de la moto. Hay que mejorar esa prevención, sobre todo los fines de semana”, expresó.
—¿Tiene que haber una vocación especial para la emergencia?
—Hay gente a la que no le gusta mucho estar en la ambulancia. Algunos compañeros míos, cuando me cruzan, me preguntan: «¿Todavía estás en la ambulancia?» Un poco es mi necesidad laboral y, otro poco, es porque me siento bien. Uno nunca puede hacer en medicina algo que no le gusta porque es increíble cómo te hace mal a la salud física y mental. A lo largo de los años uno toma un trabajo, luego lo deja y agarra otro y así va buscando el lugar donde uno se siente entusiasmado, en paz y bien. Yo estoy seguro que voy a terminar mis años de trabajo arriba de las ambulancias.
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