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sábado, 16 de junio de 2012

Hace 57 años marinos bombardeaban la Plaza de Mayo y dejaban más de 300 muertos y 700 heridos

Aviones piloteados por marinos sublevados contra el presidente Juan Domingo Perón, se abalanzaron a las 13.40 sobre la Casa Rosada, la Plaza, la  CGT, y la residencia presidencial

 

Militares remueven los escombros frente a la Casa Rosada en busca de cuerpos de las víctimas de los bombardeos.
Militares remueven los escombros frente a la Casa Rosada en busca de cuerpos de las víctimas de los bombardeos.
Cualquier investigador que pretenda desentrañar los orígenes de la  violencia política que sacudió a la Argentina en las décadas del 60  y el 70, deberá detenerse ineludiblemente en aquel sombrío 16 de  junio de 1955, cuando la aviación naval tuvo su bautismo de fuego  al descargar diez toneladas de explosivos sobre la Plaza de Mayo,  lo cual provocó una masacre con más de 300 muertos y 700 heridos.

Con la insignia de Cristo Vence pintada en sus alas (una cruz  montada sobre una V), 34 aviones piloteadas por marinos se  abalanzaron a partir de la 13.40 sobre la Casa Rosada, la Plaza de  Mayo -donde debía realizarse un acto convocado por el gobierno-  la  CGT, y la residencia presidencial.


Con una saña que los porteños no conocieron ni en el  bombardeo de naves realistas en 1811,  ni mucho menos en las dos  invasiones inglesas, los marinos sublevados contra Perón  bombardearon y ametrallaron a cuanta persona transitaba a pie o en  transportes públicos por los alrededores de la Plaza de Mayo.

Grupos de trabajadores convocados por la CGT se parapetaron  detrás de las columnas de la Recoba de Paseo Colón y dispararon con  revólveres de bajo calibre contra los aviones, en defensa del  gobierno que les había devuelto la dignidad. En el otro bando,  pelotones de comandos civiles alimentados por el odio de clase,  debieron esperar para ver concretados sus deseos golpistas.


Naves de la armada debían converger hacia el puerto de Buenos  Aires y tropas de infantería de marina debían asaltar la Casa  Rosada, pero el ataque aéreo se demoró por una espesa neblina y  provocó la descoordinación del movimiento golpista. Al fracasar la  intentona, los pilotos navales aterrizaron en Montevideo y pidieron  asilo.

Algunos de los alzados contra el orden constitucional  señalaron tiempo después que el objetivo era matar al presidente  Juan Domingo Perón y otros dijeron que sólo trataban de derrocarlo.


Sea como fuere, el bombardeo indiscriminado sobre una  población civil indefensa, produjo una masacre sólo comparable a la  matanza registrada durante la Guerra Civil española en la villa  vasca de Guernica. Pero con una gran diferencia: los vascos fueron  atacados por aviones alemanes e italianos, mientas que  los civiles  porteños fueron asesinados por pilotos argentinos, en una acción  que aún sigue impune, al haber rechazado la justicia, la  calificación de delito de lesa humanidad.

La mayoría de las investigaciones posteriores indican que en  el bombardeo a la Plaza de Mayo murieron más de 300 personas,  mientras que las cifras más serias sobre Guernica estiman que  cayeron entre 150 y 300.


La masacre vasca fue inmortalizada por el pintor Pablo  Picasso y constituye una denuncia mundial permanente contra la  brutalidad del fascismo, pero el 16 de junio de 1955 sólo es  recordado en la Argentina por peronistas.

Sectores presuntamente democráticos se niegan todavía hoy a  condenar aquella masacre. Sin embargo, está claro que esa jornada  incubó “el huevo de la serpiente”, como tituló el genial director  de cine sueco, Ingmar Bergman, a la película en la que describió  los prolegómenos del advenimiento del nazismo. A través de la  delgada piel del huevo, ya se veía el reptil.


Tras el bombardeo, quedaron restos humanos esparcidos en las  calles, cuerpos mutilados, hierros retorcidos, escombros  y el  horror de una violencia inusitada que indicaba que el odio había  quebrado mínimos códigos humanos.

Pese a que fueron reparadas, todavía hoy se aprecian las  marcas de las metrallas sobre el granito que reviste las paredes  del Palacio de Hacienda.


Los chicos de entonces, los “únicos privilegiados” del primer  peronismo, presenciaron desde las azoteas de los barrios los vuelos  rasantes de los aviones. Quedarían en sus retinas escenas de guerra  que ya no pertenecían solo al cine y muchos serían la “juventud  maravillosa” de los 70 y luego los “imberbes”.

Cuando el ataque cesó, el gobierno intentó evitar por todos  los medios cualquier represalia, pese a que grupos peronistas  incendiaron iglesias. Con escasas y leves condenas a sus  cabecillas, los golpistas se reorganizaron para dar el zarpazo  definitivo.


Tres meses después, el 16 de setiembre de 1955, Juan Domingo  Perón fue derrocado y se abrió un período de 18 años de  proscripción durante el que los peronistas no podían participar de  elecciones, cantar su marcha, ni mostrar sus símbolos.

Las acciones de la resistencia peronista fueron  reiteradamente explicadas como una respuesta a aquella sangrienta  jornada acallada por la historiografía gorila.


Y la guerrilla peronista también tomó al bombardeo sobre la  Plaza de Mayo como un punto de partida para su discurso  legitimador. La saña de aquel acto sólo fue superada 21 años  después por otra dictadura militar. (Télam)

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