La institución Nº 1.301 funciona, desde el 4 de abril, cuando las lluvias hicieron intransitable el camino al edificio, en un salón sobre la cocina centralizada. Privilegiar la educación en contextos difíciles
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Las docentes y los alumnos de la escuela Nº 1.301 Juan de San Martín de Campo Jullier (Santo Tomé) saben que cada vez que llueve mucho, el ingreso al predio donde se encuentra su edificio no se puede transitar y se tienen que mudar, transitoriamente, a un salón sobre la cocina centralizada –que prepara las raciones para distintos comedores escolares– que funciona en Santo Tomé. Esta vez son más de dos meses los que niñas y niños de nivel inicial y primaria llevan compartiendo ese espacio.
Ian Córdoba de 13 años y Nahuel Freyre de 12 años son claros y, mientras están repasando los medios de comunicación que trabajaron en clases, cuentan que no ven la hora de poder estar “en el campo”. “Es incómodo estar acá porque hay muchos chicos y no podemos hacer nada”, dijo Ian y Nahuel agregó: “Los chicos chiquitos gritan... Bueno, nosotros a veces también hacemos ruido”.
“Lo más lindo que tiene la escuela es el campo grande para jugar a la pelota”, señaló Nahuel. Y su compañero Ian acotó: “Allá tenemos un aula para nosotros solos y podemos trabajar bien. No estamos incómodos ni apretados”.
Pese a extrañar su escuela y a que el espacio es reducido para que den clases la sala integrada de tres, cuatro y cinco años; y los distintos grados, nadie tiene mala cara ni está de mal humor. Las docentes hacen lo posible por desarrollar sus temas con pizarrones o materiales digitales y los alumnos prestan atención. No quedan dudas que los más importante es aprender.
Cuando las constantes lluvias y la crecida de los ríos comenzó a afectar a distintas zonas de la región, en la escuela de Campo Jullier sabían que le quedan pocos días de clases en su edificio. “Desde el 4 de abril estamos en el edificio de la Agrupación de Cooperadoras Escolares porque el camino a nuestra escuela, que queda en la ruta provincial Nº 5 y pertenece a Santo Tomé, estuvo anegado”, contó a Diario UNO la directora Marisa López.
Un poco apretados y sin lugar para tener un recreo jugando en un espacio amplio, la comunidad de la pequeña escuela trata siempre de sacarle el lado positivo a todo y proyectan todas las actividades que realizarán cuando estén de nuevo en su amplio predio.
Acomodarse
La escuela de jornada completa cumplirá, en septiembre, 104 años. Los 63 alumnos que asisten al establecimiento provienen de la zona de Campo Jullier y de distintos barrios de Santo Tomé. “Algunos llegan con el transporte escolar, otros en bicicletas o caminando. En varias oportunidades hubo chicos que llegaron a caballo”, recordó López.
En el establecimiento los alumnos cuentan con servicio de desayuno, almuerzo y merienda. Hay una decena de docentes, entre quienes dictan las materias especiales y quienes son las responsables de cada grupo; también hay una maestra integradora para un niño con trastorno del espectro autista. Es que al estar tantas horas en la escuela, después de cumplir con las asignaturas tradicionales, los chicos tienen como talleres de extensión: huerta, jardinería, cocina, carpintería, reciclaje y ropero escolar, entre otros.
“Al trabajar con la huerta y la cocina, los chicos aprenden a preparar sus alimentos y luego los reparten para que cada uno se lleve un poco a su casa. El año pasado hicimos una venta de pickles que les permitió realizar algunos viajecitos”, contó López y agregó que hay muchos papás que están dispuestos a colaborar en lo que pueden.
La escuela tiene desde nivel inicial, con una sala integrada de 10 nenas y nenes de tres, cuatro y cinco años. En el salón que utilizan ahora, el trabajo es complejo para los pequeños que no tienen lugar para moverse.
Silvia, la maestra a cargo de la sala reconoció: “Se hace difícil porque ellos necesitan mucho espacio. Cuando pudimos ingresar al edificio con la directora traje algunos elementos para que puedan utilizar. Ellos trabajan con material concreto y acá no teníamos. Estar tantos días acá se hizo complicado”.
Y contó que el momento que los niños más esperan es la visita al polideportivo, donde tienen la posibilidad de realizar actividades que les permiten moverse por un lugar amplio. “Ellos necesitan un momento del juego en el patio, son muy chiquitos. Pero le buscamos la vuelta y ellos se portaron muy bien. Los lunes y los miércoles hacemos actividad física en el poli y eso ayudó bastante porque para ellos es un paseo muy esperado”.
En la primaria –donde los alumnos de 1º y 2º grado trabajan juntos, al igual que los de 4º y 5º– el escenario es similar. Prima la buena predisposición de grandes y chicos para sacar el máximo provecho al lugar mientras se espera el ansiado regreso.
Ana, la maestra de 7º grado, explicó que pasar dos meses dando clases en un espacio tan pequeño implica desafíos. “Por más que el trabajo es muy personalizado, porque son pocos chicos, el bochinche hace que se dispersen enseguida. No es lo mismo estar en un aula donde les puedo explicar tranquilos. De todas maneras, los chicos se portan demasiado bien porque comprenden la situación”, marcó.
Unidad y educación
Para el cuerpo docente y directivo, el sentido de pertenencia es una de las principales fortalezas de la institución. Tanto las trabajadoras como los alumnos y sus familias sienten un gran afecto por la escuela y trabajan arduamente para generar nuevas y mejores oportunidades para los chicos.
El inicio del ciclo lectivo pudo hacerse en el edificio original de la Nº 1.301 pero la emergencia hídrica hizo que a muchas familias se les dificultara enviar a los niños a la escuela. Entonces fueron las docentes y la directora las que se acercaron a las casas de los alumnos para llevarles no solo pautas y materiales para que no se atrasen con los contenidos que se estaban trabajando en clases, sino también la ración de alimento que se vuelve muy importante para muchas familias.
“Nuestros chicos tienen mucha necesidad de hablar y de contar lo que les pasa. Nosotras sentimos mucho afecto por ellos y ellos por nosotras. Al estar tantas horas juntos, este es su segundo hogar”, contó emocionada la directora de la institución, quien hizo hincapié en que a lo largo de todo el año se privilegió mantener el vínculo pedagógico para que los chicos puedan seguir aprendiendo.
A partir de abril, cuando el agua hizo intransitable el camino de ingreso al establecimiento, la escuela se trasladó para que todos puedan tener la oportunidad de seguir estudiando. Pero no es la primera vez que ocurre. “Este espacio en el que estamos hoy es para la emergencia. Lo utilizamos cuando llueve mucho, cuando fue lo de la gripe A, las inundaciones de 2003 y 2007 y otros momentos en los que no se pudo ingresar a la escuela”, dijo y agradeció la predisposición de la Agrupación de
Cooperadoras Escolares.
En ese sentido, destacó que una fortaleza institucional es que “la relación es más directa y personalizada con los chicos”. Y eso se traduce en el día a día, donde funcionan como una gran familia que se apoya. Cada año elaboran, como cierre, un diario de la escuela en el que dan cuenta de todas las actividades, las celebraciones de cumpleaños y los proyectos concretados.
Afrontar los desafíos
De todas maneras suele haber situaciones que dificultan el trabajo. “El año pasado y este, cuando nos inundamos y tuvimos que dejar el edificio, sufrimos robos. En 2015 fueron pérdidas cuantiosas y este se llevaron herramientas y materiales que los niños necesitan para trabajar, además de algunos alimentos”, lamentó López.
Aunque hizo hincapié en que “siempre que haya buena predisposición, colaboración y que nos unamos para trabajar en beneficio de los niños todo se supera”. Y resaltó que a partir de pasar tanto tiempo en el salón de la intersección de Luján y Hernandarias pudieron comenzar a trabajar en red con otras instituciones de la zona.
“Como tenemos ropero escolar recibimos ropa y la arreglamos, si es necesario, entre los docentes y se la damos a los chicos. Entonces nos ayudó estar en este lugar para poder recibirla. También hubo gente que se acercó para ofrecernos libros y contarle cuentos a los chicos”, contó y agregó que también se articuló con la Cocina Centralizada y Amsafé, entre otros.
Mientras aprovechan el tiempo en su hogar transitorio, la comunidad cuenta los días para regresar a su verdadera casa y poder retomar las actividades con comodidad para seguir generando oportunidades a sus chicos.
Ian Córdoba de 13 años y Nahuel Freyre de 12 años son claros y, mientras están repasando los medios de comunicación que trabajaron en clases, cuentan que no ven la hora de poder estar “en el campo”. “Es incómodo estar acá porque hay muchos chicos y no podemos hacer nada”, dijo Ian y Nahuel agregó: “Los chicos chiquitos gritan... Bueno, nosotros a veces también hacemos ruido”.
“Lo más lindo que tiene la escuela es el campo grande para jugar a la pelota”, señaló Nahuel. Y su compañero Ian acotó: “Allá tenemos un aula para nosotros solos y podemos trabajar bien. No estamos incómodos ni apretados”.
Pese a extrañar su escuela y a que el espacio es reducido para que den clases la sala integrada de tres, cuatro y cinco años; y los distintos grados, nadie tiene mala cara ni está de mal humor. Las docentes hacen lo posible por desarrollar sus temas con pizarrones o materiales digitales y los alumnos prestan atención. No quedan dudas que los más importante es aprender.
Cuando las constantes lluvias y la crecida de los ríos comenzó a afectar a distintas zonas de la región, en la escuela de Campo Jullier sabían que le quedan pocos días de clases en su edificio. “Desde el 4 de abril estamos en el edificio de la Agrupación de Cooperadoras Escolares porque el camino a nuestra escuela, que queda en la ruta provincial Nº 5 y pertenece a Santo Tomé, estuvo anegado”, contó a Diario UNO la directora Marisa López.
Un poco apretados y sin lugar para tener un recreo jugando en un espacio amplio, la comunidad de la pequeña escuela trata siempre de sacarle el lado positivo a todo y proyectan todas las actividades que realizarán cuando estén de nuevo en su amplio predio.
Acomodarse
La escuela de jornada completa cumplirá, en septiembre, 104 años. Los 63 alumnos que asisten al establecimiento provienen de la zona de Campo Jullier y de distintos barrios de Santo Tomé. “Algunos llegan con el transporte escolar, otros en bicicletas o caminando. En varias oportunidades hubo chicos que llegaron a caballo”, recordó López.
En el establecimiento los alumnos cuentan con servicio de desayuno, almuerzo y merienda. Hay una decena de docentes, entre quienes dictan las materias especiales y quienes son las responsables de cada grupo; también hay una maestra integradora para un niño con trastorno del espectro autista. Es que al estar tantas horas en la escuela, después de cumplir con las asignaturas tradicionales, los chicos tienen como talleres de extensión: huerta, jardinería, cocina, carpintería, reciclaje y ropero escolar, entre otros.
“Al trabajar con la huerta y la cocina, los chicos aprenden a preparar sus alimentos y luego los reparten para que cada uno se lleve un poco a su casa. El año pasado hicimos una venta de pickles que les permitió realizar algunos viajecitos”, contó López y agregó que hay muchos papás que están dispuestos a colaborar en lo que pueden.
La escuela tiene desde nivel inicial, con una sala integrada de 10 nenas y nenes de tres, cuatro y cinco años. En el salón que utilizan ahora, el trabajo es complejo para los pequeños que no tienen lugar para moverse.
Silvia, la maestra a cargo de la sala reconoció: “Se hace difícil porque ellos necesitan mucho espacio. Cuando pudimos ingresar al edificio con la directora traje algunos elementos para que puedan utilizar. Ellos trabajan con material concreto y acá no teníamos. Estar tantos días acá se hizo complicado”.
Y contó que el momento que los niños más esperan es la visita al polideportivo, donde tienen la posibilidad de realizar actividades que les permiten moverse por un lugar amplio. “Ellos necesitan un momento del juego en el patio, son muy chiquitos. Pero le buscamos la vuelta y ellos se portaron muy bien. Los lunes y los miércoles hacemos actividad física en el poli y eso ayudó bastante porque para ellos es un paseo muy esperado”.
En la primaria –donde los alumnos de 1º y 2º grado trabajan juntos, al igual que los de 4º y 5º– el escenario es similar. Prima la buena predisposición de grandes y chicos para sacar el máximo provecho al lugar mientras se espera el ansiado regreso.
Ana, la maestra de 7º grado, explicó que pasar dos meses dando clases en un espacio tan pequeño implica desafíos. “Por más que el trabajo es muy personalizado, porque son pocos chicos, el bochinche hace que se dispersen enseguida. No es lo mismo estar en un aula donde les puedo explicar tranquilos. De todas maneras, los chicos se portan demasiado bien porque comprenden la situación”, marcó.
Unidad y educación
Para el cuerpo docente y directivo, el sentido de pertenencia es una de las principales fortalezas de la institución. Tanto las trabajadoras como los alumnos y sus familias sienten un gran afecto por la escuela y trabajan arduamente para generar nuevas y mejores oportunidades para los chicos.
El inicio del ciclo lectivo pudo hacerse en el edificio original de la Nº 1.301 pero la emergencia hídrica hizo que a muchas familias se les dificultara enviar a los niños a la escuela. Entonces fueron las docentes y la directora las que se acercaron a las casas de los alumnos para llevarles no solo pautas y materiales para que no se atrasen con los contenidos que se estaban trabajando en clases, sino también la ración de alimento que se vuelve muy importante para muchas familias.
“Nuestros chicos tienen mucha necesidad de hablar y de contar lo que les pasa. Nosotras sentimos mucho afecto por ellos y ellos por nosotras. Al estar tantas horas juntos, este es su segundo hogar”, contó emocionada la directora de la institución, quien hizo hincapié en que a lo largo de todo el año se privilegió mantener el vínculo pedagógico para que los chicos puedan seguir aprendiendo.
A partir de abril, cuando el agua hizo intransitable el camino de ingreso al establecimiento, la escuela se trasladó para que todos puedan tener la oportunidad de seguir estudiando. Pero no es la primera vez que ocurre. “Este espacio en el que estamos hoy es para la emergencia. Lo utilizamos cuando llueve mucho, cuando fue lo de la gripe A, las inundaciones de 2003 y 2007 y otros momentos en los que no se pudo ingresar a la escuela”, dijo y agradeció la predisposición de la Agrupación de
Cooperadoras Escolares.
En ese sentido, destacó que una fortaleza institucional es que “la relación es más directa y personalizada con los chicos”. Y eso se traduce en el día a día, donde funcionan como una gran familia que se apoya. Cada año elaboran, como cierre, un diario de la escuela en el que dan cuenta de todas las actividades, las celebraciones de cumpleaños y los proyectos concretados.
Afrontar los desafíos
De todas maneras suele haber situaciones que dificultan el trabajo. “El año pasado y este, cuando nos inundamos y tuvimos que dejar el edificio, sufrimos robos. En 2015 fueron pérdidas cuantiosas y este se llevaron herramientas y materiales que los niños necesitan para trabajar, además de algunos alimentos”, lamentó López.
Aunque hizo hincapié en que “siempre que haya buena predisposición, colaboración y que nos unamos para trabajar en beneficio de los niños todo se supera”. Y resaltó que a partir de pasar tanto tiempo en el salón de la intersección de Luján y Hernandarias pudieron comenzar a trabajar en red con otras instituciones de la zona.
“Como tenemos ropero escolar recibimos ropa y la arreglamos, si es necesario, entre los docentes y se la damos a los chicos. Entonces nos ayudó estar en este lugar para poder recibirla. También hubo gente que se acercó para ofrecernos libros y contarle cuentos a los chicos”, contó y agregó que también se articuló con la Cocina Centralizada y Amsafé, entre otros.
Mientras aprovechan el tiempo en su hogar transitorio, la comunidad cuenta los días para regresar a su verdadera casa y poder retomar las actividades con comodidad para seguir generando oportunidades a sus chicos.
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