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viernes, 13 de mayo de 2016

Una deuda pendiente con mis padres migrantes

Por IARITZA MENJIVAR 12 mayo 2016


GALERÍA DE FOTOS|24 Fotos
Homenaje a mi familia
Homenaje a mi familia

CreditIaritza Menjivar
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Contado a David Gonzalez

Algunas veces me pregunto si mis padres algún día entenderán por qué tomo fotografías.

Llegaron a Massachusetts, provenientes de Centroamérica, hace 25 años. Mi padre, Rubio, es de El Salvador y creció durante la guerra civil. Mi madre, Katy, es de Guatemala, y emigró a Estados Unidos cuando tenía 16 años. Ambos querían escapar de la violencia y buscar una vida mejor.

Yo nací poco tiempo después de su llegada a este país, aunque luego se divorciaron cuando tenía tres años. Viví con mi papá hasta los siete años, cuando me fui a vivir con mi mamá. Tanto ellos como mis otros parientes trabajaban en restaurantes o fábricas, ese tipo de empleos. Es un contraste extraño, pues contaban que no habían podido tener una verdadera carrera en su país y que preferían trabajar aquí. Aunque se cansaban mucho y estaban hartos de trabajar turnos de 12 horas, seis días a la semana, solían decir que eran felices con la vida que llevaban. Pero yo percibía un dejo de tristeza.

Cuando comencé a tomar estas fotografías, quería observar cómo mi generación lograba ajustarse a ambas culturas y las distintas tareas con las que debíamos ayudar a nuestros padres: desde ser sus traductores en el hospital hasta llevarlos al trabajo, por ejemplo. En cierta forma, mis primos y yo siempre sentíamos presión de que nos tenía que ir bien en la escuela, como si nuestros éxitos justificaran sus sacrificios.

Así que no tomaba estas fotografías para un gran proyecto, sino más bien para mí, y por eso aparezco en muchas de ellas.

Pero cuando las mostré en la escuela, a todos les interesó mucho mi familia y cómo la presentaba a través de las fotografías. Había una foto de mi tía, una madre soltera con tres hijos, en la que aparecía caminando a la parada del autobús a las cinco de la mañana. Su rutina era dejar a los niños en la guardería, ir a Dunkin’ Donuts a trabajar un turno de diez horas y regresar a casa para ocuparse de sus hijos. Otra tía había perdido su casa y debía trabajar 12 horas al día en una fábrica.

Aun así, no tuve claro el proyecto hasta enero de este año. La presión había escalado desde el verano anterior, cuando me gradué, pero seguía viviendo en casa mientras intentaba descubrir mi identidad y definía mi destino. Traté de escapar de la realidad y me fui a México. Pero no pude escapar. Un día, me senté a revisar todas mis fotografías y a leer lo que había escrito en la universidad.

Y en ese instante, lo entendí todo.

Había hecho todo esto por la presión de mis padres. Al tratar de encontrar mi propio camino en la vida, me di cuenta de lo que había tratado de decir todo el tiempo. Necesitaba honrarlos, honrar su trabajo y sus sacrificios. ¿Y saben qué? Al repasar mis viejas fotografías, descubrí que muchas estaban conectadas a esta idea nueva. Era un sentimiento que siempre había tenido.

Mi mamá nunca entendió lo que yo hacía, pero lo intentó. Sé que le importa, y también se que cree en mí. Pero también es una mujer latina muy tradicional que piensa que mi propósito debería ser encontrar al hombre perfecto, casarme y tener hijos para que ella los cuide mientras salgo a tomar fotografías. Por desgracia eso no es lo que yo quiero, al menos no todavía. Sin embargo, es un tema delicado y emocional que no he podido discutir con ella. En el fondo, temo que ni ella ni mis parientes logren entender lo que hago y que nunca lo aprecien en realidad.

Por eso tomé estas fotografías: por mi mamá. Quizá no tenga el valor necesario para decirle qué siento, así que esta es mi manera de decirlo sin palabras.

Y no es solo para mi mamá, sino para toda mi familia. Sus sacrificios valieron la pena, tanto para mis primos como para mí. Hasta el día de hoy, todo lo que hacemos es con la esperanza de comprarles algún día la casa que tanto anhelan.

Nytimes.com

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