Por Facundo Falduto. El ministro de Cultura porteño desconoce hechos históricos clave y aporta a la política oficial de esquivar los debates centrales.
Darío Lopérfido | Foto: Cedoc
La polémica política boba de esta semana terminó surgiendo de los dichos de Darío Lopérfido, exsecretario de Cultura de la Nación durante el gobierno de Fernando De la Rúa y actual ministro de Cultura de la gestión de Horacio Rodríguez Larreta en la Ciudad de Buenos Aires. En una mesa con Edi Zunino, director de Noticias, que estaba presentando su libro Cerrar la grieta (en coautoría con Carlos Russo), el funcionario lanzó que "en Argentina no hubo 30 mil desaparecidos", entre otras frases cuestionables. Vale la pena escuchar el audio completo del segmento, disponible acá:
Lopérfido se equivoca varias veces en su intervención. No sólo cuando compara al peronismo con el nazismo (el peronismo sí tuvo puntos en común con el fascismo, como el corporativismo y el dirigismo, que se fueron diluyendo con el tiempo y la democratización del Partido Justicialista). El funcionario elogia los "países democráticos centrales", como Alemania o el Reino Unido, en detrimento del populismo argentino, ignorando que los populismos tercermundistas surgieron como reacción a los colonialismos e imperialismos, primero británicos y luego estadounidenses. El justicialismo perduró en Argentina mientras otros populismos latinoamericanos se desdibujaron; no porque el peronismo sea perverso, o porque los argentinos tengamos una tendencia al personalismo, sino porque nuestro país estuvo más industrializado, con una clase obrera más combativa, que fue donde el peronismo sentó sus bases en sus primeras décadas.
El ex-grupo Sushi también erra al decir que La Cámpora reivindica la violencia montonera. Como bien señala Zunino en la charla, "La Cámpora no es Montoneros". Seguramente haya sectores del kirchnerismo que reivindican la lucha armada, como habrá sectores de Cambiemos que defienden a los represores; son minoritarios. Si los jóvenes kirchneristas reivindicaran a Montoneros se habrían llamado La Firmenich, o La Vaca Narvaja. Eligieron a Héctor José Cámpora como un símbolo de lealtad a Juan Domingo Perón, análogo a la lealtad que la organización le ofrece a Cristina Fernández de Kirchner. La comparación puede discutirse, y La Cámpora tiene varios defectos para señalar, pero el montonerismo no es uno de ellos. Lopérfido debería saberlo: es más creíble que tenga una doble intención que pensar que ignora un hecho evidente.
El punto más pérfido de la intervención del funcionario llega cuando habla de los desaparecidos. "En Argentina no hubo 30.000 desaparecidos, fue una mentira que se construyó en una mesa para obtener subsidios", dijo. Como si revelara una verdad oculta. "Los Montoneros no estuvieron presos; si algún error cometió la dictadura militar enorme, fue no hacer un proceso legal y hacerlos desaparecer y matarlos de esa manera", agregó. Como si matarlos de otra manera hubiese sido más aceptable. Luego resucitó la teoría de los dos demonios, al decir que hubo "dos bandas armadas" con "la gente en el medio". Hay tanta mentira en esas frases que sólo puede tratarse de intencionalidad, no de ignorancia. ¿Por dónde empezar? Las organizaciones armadas eran una "banda"; el gobierno militar no: cuando ejerce la violencia sistemática desde el Estado deja de ser una "banda" y pasa a ser terrorismo de Estado. Las desapariciones no fueron un error, fue el método utilizado conscientemente, no para reprimir y contener la lucha armada, sino para imponer el terror, para silenciar y controlar a toda la sociedad, para imponer el modelo neoliberal que perduró hasta 2001.
Párrafo aparte para el "número real de los desaparecidos". Sí, es probable que la cifra "simbólica", de 30.000, sea mayor a la "real". Pero nunca vamos a conocer la "real", precisamente porque el terrorismo de Estado así lo quiso. Por eso usó técnicas propias del nazismo (eso es nazismo, Lopérfido, no un partido político democrático) para desaparecer a miles de personas. La CONADEP registró 8.961 casos en el Nunca Más, y la Secretaría de Derechos Humanos llegó a contabilizar 13.000. Pero la cifra sola no sirve. La cifra de desaparecidos no contempla a todos los muertos, ni a los exiliados internos y externos. La cifra no da cuenta de las torturas aberrantes, de las violaciones a mujeres, de las familias rotas. La cifra no alcanza a contemplar a los niños que perdieron su identidad ni a las Abuelas que llevan 40 años tratando de encontrar a sus nietos, con resultados a veces emocionalmente devastadores.
La cifra "real", en definitiva, no importa. Los crímenes serían igual de inhumanos si fuesen 30.000, 9.000, 6.000 ó 500. O si fueran 39, como los muertos por la represión durante las protestas de diciembre de 2001, ejercida con brutalidad para defender a un gobierno del que Lopérfido fue parte.
Elegir hablar de la cifra en lugar de los crímenes banaliza la violación a los derechos humanos. Justifica la tortura. Y ensancha la supuesta "grieta", en una mesa de debate precisamente convocada para cerrarla. Además de reabrir un tema ya cerrado y superado.
Lopérfido, por supuesto, sabe todo esto. No es tan ignorante, espero, y no necesita leer esto para saberlo. Eligió refritar esta controversia, que hace años ya es vieja, no porque le preocupen los desaparecidos, sino por interés político. El funcionario es sólo el exponente más reciente de la máquina de humo de Cambiemos que, en lugar de instalar un relato que justifique sus acciones de gobierno, lanza temas-globo para distraer al público de las cuestiones centrales. Así, terminamos debatiendo si está bien que Balcarce se siente en el sillón de Rivadavia, o el sentido en el que salta la ballena de los nuevos billetes, en lugar de hablar de los despidos, del ajuste, del achicamiento del Estado, del aumento indiscriminado de tarifas. De que un gobierno que hizo campaña a caballo de las "instituciones" terminó intentando nombrar a dos jueces en la Corte Suprema por decreto. De que un partido que prometió "hambre cero" no tomó ni una sola medida en casi dos meses para reducir la pobreza, pero sí varias para concentrar el capital en las manos de los que más tienen. Y los medios, cada vez más hegemónicos gracias a la política de este gobierno que anula la Ley de Medios por decreto, se suben a esas controversias bobas. En parte por afinidad ideológica con Cambiemos, en parte por interés, y en parte porque es más fácil hablar de los vestidos de Juliana Awada que de los detalles del Tratado de Asociación Transpacífico.
Por suerte para todos, la discusión boba habrá pasado en unos días. Pero las políticas de derechos humanos instaladas durante el gobierno anterior seguirán. Como seguirán las megacausas para enjuiciar represores. A menos que el actual gobierno decida lo contrario. Los que seguiremos vivos, aunque cada vez más ajustados, seremos nosotros, la clase media. Ojalá el gobierno nos tenga en cuenta, aunque no sepa contarnos.
(*) Editor de Perfil.com | Twitter: @elfaco.
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