Es la zona de la ciudad donde un grupo de sacerdotes instalará la pastoral villera. Narcotráfico, violencia y muchas ausencias.
La Capital |
El Cristo con sus brazos abiertos hacia Circunvalación asoma desde la parroquia Nuestra Señora de Fátima. Allí, en pleno corazón de villa Manuelita, un grupo de sacerdotes montará el año que viene una pastoral villera con la idea de “caminar con la gente” sus principales problemas. “Uno habla de droga y violencia, pero la causa hay que buscarla atrás. Tengo muchos casos de pibes que no tienen quién les firme la libreta de la escuela y están muy solos”, le dijo a La Capital el párroco Darío Rotondo.
Este sector de zona sur entremezcla viviendas de material con asentamientos irregulares sobre las márgenes de Circunvalación, en una populosa barriada. Las balas, el narcotráfico y el silencio son una parte de la realidad de este reducto que atraviesa las dificultades de la marginalidad, pobreza y exclusión.
Villa Manuelita (Uriburu, Grandoli, bulevar Seguí, bajo Ayolas y Circunvalación) combina casas antiguas, de material, chapa y también abarca los asentamientos Ciudad Perdida y Bajo Ayolas.
Toda persona ajena al barrio ya despierta inquietud entre los pibes que se juntan en las esquinas y miran desde las motos. Pero también es tierra de laburantes, obreros y changarines.
En este territorio se respira historia. Desde el golpe de estado del 16 de setiembre de 1955, Rosario se convirtió en un bastión de la resistencia peronista. En el tanque de agua, empleadas y obreros del frigorífico Swift, portuarios y ferroviarios izaron una leyenda: “Todos los países reconocen a Lonardi. Villa Manuelita no lo reconoce”.
Una formación de soldados llegó con la orden de tomar el tanque de agua, pero nunca logró su cometido. Sesenta años después, todo ha cambiado.
La nueva resistencia. En 2015 la resistencia parece ser contra otras formas de violencia y la encarna la parroquia Nuestra Señora de Fátima, que se recorta entre casas bajas de material en Güiraldes al 500 bis.
Hacia Circunvalación, la imagen de Cristo parece bendecir a quienes transitan por la avenida. En su cúpula la cruz se destaca. Allí funcionan dos primarias y una secundaria.
Rotondo hace dos años que es el cura párroco de Fátima. “Veo familias resquebrajadas, donde falta mamá o papá, o ambos. Están bastante solos. Como consecuencia, los chicos y adolescentes encuentran su referente en la calle, en el líder que muchas veces lo lleva a la vida fácil: robo, violencia, droga”, reflejó el sacerdote. “Tenemos mentalidad de consumo, pero pobreza de bolsillo”, dijo resignado.
De los mil chicos que asisten a las escuelas que están bajo la órbita de de la parroquia de Fátima, la inmensa mayoría tiene dificultades familiares. “Chicos de 12 años que terminaron 5º grado viven en la calle y no van más a la escuela. No tienen futuro sino hay alguien que los acompañe. Llamás a los padres y no vienen, no hay quién les firme la libreta; por eso cuando se habla de droga y violencia las causas hay que buscarlas hacia atrás”.
La otra cara. De todos modos, para el religioso esta no es la única postal de Manuelita. “En la cuadra de la parroquia los chicos juegan a la pelota hasta entrada la noche, no existe cultura del patio, todo se hace en el espacio público. Y la droga está, pero ni mas ni menos que en otros lados. Pero cada vez empiezan a consumir más prematuramente”, advirtió Rotondo.
En el lugar funciona el Bachillerato Popular Tablada, a cargo de Ciudad Futura, entidad que logró ingresar tres concejales para el periodo 2016-2020. A diario, 36 estudiantes y 28 profesores participan del proceso de aprendizaje. Tres años de cursado que a fin de año tendrá la primera camada de egresados, con orientación en oficios.
“En general los estudiantes son jóvenes, pero ya con hijos. Todos están atravesados por la lógica narco, por más que no estén involucrados directamente. Por eso el bachillerato surge como otro espacio donde construir vínculos más genuinos en un realidad sumamente compleja”, dijo la docente del bachillerato Laura Venturini.
A unas pocas cuadras de Grandoli al río se encuentra el Centro de Salud Nº10. Junto al Centro de Salud Rubén Naranjo y al Centro de Convivencia Barrial Tablada constituyen la principal presencia del Estado en el territorio, amén de las escuelas de la zona.
Balazos. “Tenemos muchos casos de tuberculosis, pero los pacientes parecieran no preocuparse tanto de esa enfermedad. El miedo acá es morir de un tiro”, contó uno de los agentes sanitarios, Pablo Stroli. A su lado, la coordinadora del Centro, María Eva Di Marco, también se sumó al diálogo con este diario.
“Recibimos chicos que por los balazos están en silla de ruedas o con pérdida de visión, y lo toman como una herida de guerra en combate”, graficó la profesional con clara elocuencia. “Hay una población muy considerable complicada por el narcotráfico, las adicciones o el delito”, aseguró la médica.
Todo se complejiza para los operadores estatales. Desde el seguimiento para un tratamiento eficaz contra la tuberculosis hasta las dificultades de las precoces madres en poder transitar una maternidad “que no deje a sus hijos en el camino”.
La mayoría de las 900 historias clínicas —que reúne a más de un paciente y hasta familias enteras— tiene un muerto, baleado o un caso de violencia entre sus integrantes.
Quien no conoce el barrio tampoco entiende las pintadas en las paredes en homenaje a los pibes caídos.
El joven operador sanitario refleja con una frase lo cotidiano: “He estado hablando con un pibe y a los días estaba muerto”.
Los códigos de villa Manuelita marcan la adolescencia de muchos pibes. “Marcan” presencia y autoestima con un arma en la cintura.
Mientras tanto, por sus calles se escucha el silencio y se respira temor, y en los espacios de juegos que el centro de salud tiene para los niños de 10 años se puede oír a pibes dar con precisión el modelo y calibre de un arma de fuego.
Este sector de zona sur entremezcla viviendas de material con asentamientos irregulares sobre las márgenes de Circunvalación, en una populosa barriada. Las balas, el narcotráfico y el silencio son una parte de la realidad de este reducto que atraviesa las dificultades de la marginalidad, pobreza y exclusión.
Villa Manuelita (Uriburu, Grandoli, bulevar Seguí, bajo Ayolas y Circunvalación) combina casas antiguas, de material, chapa y también abarca los asentamientos Ciudad Perdida y Bajo Ayolas.
Toda persona ajena al barrio ya despierta inquietud entre los pibes que se juntan en las esquinas y miran desde las motos. Pero también es tierra de laburantes, obreros y changarines.
En este territorio se respira historia. Desde el golpe de estado del 16 de setiembre de 1955, Rosario se convirtió en un bastión de la resistencia peronista. En el tanque de agua, empleadas y obreros del frigorífico Swift, portuarios y ferroviarios izaron una leyenda: “Todos los países reconocen a Lonardi. Villa Manuelita no lo reconoce”.
Una formación de soldados llegó con la orden de tomar el tanque de agua, pero nunca logró su cometido. Sesenta años después, todo ha cambiado.
La nueva resistencia. En 2015 la resistencia parece ser contra otras formas de violencia y la encarna la parroquia Nuestra Señora de Fátima, que se recorta entre casas bajas de material en Güiraldes al 500 bis.
Hacia Circunvalación, la imagen de Cristo parece bendecir a quienes transitan por la avenida. En su cúpula la cruz se destaca. Allí funcionan dos primarias y una secundaria.
Rotondo hace dos años que es el cura párroco de Fátima. “Veo familias resquebrajadas, donde falta mamá o papá, o ambos. Están bastante solos. Como consecuencia, los chicos y adolescentes encuentran su referente en la calle, en el líder que muchas veces lo lleva a la vida fácil: robo, violencia, droga”, reflejó el sacerdote. “Tenemos mentalidad de consumo, pero pobreza de bolsillo”, dijo resignado.
De los mil chicos que asisten a las escuelas que están bajo la órbita de de la parroquia de Fátima, la inmensa mayoría tiene dificultades familiares. “Chicos de 12 años que terminaron 5º grado viven en la calle y no van más a la escuela. No tienen futuro sino hay alguien que los acompañe. Llamás a los padres y no vienen, no hay quién les firme la libreta; por eso cuando se habla de droga y violencia las causas hay que buscarlas hacia atrás”.
La otra cara. De todos modos, para el religioso esta no es la única postal de Manuelita. “En la cuadra de la parroquia los chicos juegan a la pelota hasta entrada la noche, no existe cultura del patio, todo se hace en el espacio público. Y la droga está, pero ni mas ni menos que en otros lados. Pero cada vez empiezan a consumir más prematuramente”, advirtió Rotondo.
En el lugar funciona el Bachillerato Popular Tablada, a cargo de Ciudad Futura, entidad que logró ingresar tres concejales para el periodo 2016-2020. A diario, 36 estudiantes y 28 profesores participan del proceso de aprendizaje. Tres años de cursado que a fin de año tendrá la primera camada de egresados, con orientación en oficios.
“En general los estudiantes son jóvenes, pero ya con hijos. Todos están atravesados por la lógica narco, por más que no estén involucrados directamente. Por eso el bachillerato surge como otro espacio donde construir vínculos más genuinos en un realidad sumamente compleja”, dijo la docente del bachillerato Laura Venturini.
A unas pocas cuadras de Grandoli al río se encuentra el Centro de Salud Nº10. Junto al Centro de Salud Rubén Naranjo y al Centro de Convivencia Barrial Tablada constituyen la principal presencia del Estado en el territorio, amén de las escuelas de la zona.
Balazos. “Tenemos muchos casos de tuberculosis, pero los pacientes parecieran no preocuparse tanto de esa enfermedad. El miedo acá es morir de un tiro”, contó uno de los agentes sanitarios, Pablo Stroli. A su lado, la coordinadora del Centro, María Eva Di Marco, también se sumó al diálogo con este diario.
“Recibimos chicos que por los balazos están en silla de ruedas o con pérdida de visión, y lo toman como una herida de guerra en combate”, graficó la profesional con clara elocuencia. “Hay una población muy considerable complicada por el narcotráfico, las adicciones o el delito”, aseguró la médica.
Todo se complejiza para los operadores estatales. Desde el seguimiento para un tratamiento eficaz contra la tuberculosis hasta las dificultades de las precoces madres en poder transitar una maternidad “que no deje a sus hijos en el camino”.
La mayoría de las 900 historias clínicas —que reúne a más de un paciente y hasta familias enteras— tiene un muerto, baleado o un caso de violencia entre sus integrantes.
Quien no conoce el barrio tampoco entiende las pintadas en las paredes en homenaje a los pibes caídos.
El joven operador sanitario refleja con una frase lo cotidiano: “He estado hablando con un pibe y a los días estaba muerto”.
Los códigos de villa Manuelita marcan la adolescencia de muchos pibes. “Marcan” presencia y autoestima con un arma en la cintura.
Mientras tanto, por sus calles se escucha el silencio y se respira temor, y en los espacios de juegos que el centro de salud tiene para los niños de 10 años se puede oír a pibes dar con precisión el modelo y calibre de un arma de fuego.
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