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jueves, 25 de junio de 2015

Relatos salvajes II: especialistas analizan la violencia en el tránsito

A pie, en bici, moto, auto, colectivo, taxi o remís, todos transitamos por las calles de la ciudad. Y todos, en algún momento, sufrimos o protagonizamos algún episodio agresivo. Desde la Agencia de Seguridad Vial y el Colegio de Psicólogos contextualizan por qué el tránsito nos saca de las casillas.


Descarga. El nerviosismo, la competencia, el egoísmo y la frustración suelen volcarse en el volante. Foto:Agencia DyN
De la Redacción de El Litoral

¿Qué nos violenta tanto?

Por Mónica Niel, presidenta del Colegio de Psicólogos de la Provincia de Santa Fe 1º Circunscripción

Cualquiera que transite por las calles puede dar cuenta de alguna experiencia donde se ha sentido agredido como peatón, ciclista, motociclista o conductor de autos particulares, remís, taxis o colectivos. También posiblemente recuerde alguna ocasión donde se ha mostrado irritable y violento en menor o mayor medida.

Al vivir en Santo Tomé y trabajar en Santa Fe, vivo a diario la experiencia de la vuelta a casa, ni hablar si esto ocurre en las horas pico, donde se libra una batalla entre los que respetan la hilera y quienes se mandan por el costado. Al entrar al puente y tener que hacer una sola fila, es dable observar cómo aquellos que respetaban la mano izquierda como corresponde, encierran a los que intentan entrar por la derecha en un claro intento de hacer justicia por mano propia.

Quizás un cartel explicativo de que la mano derecha queda reservada para quienes salen del rulo y para el transporte público, y una cámara que registre las infracciones ayudaría a que la gente que cumple con la norma se sintiera menos violentada.

También suelo tomar taxis y remises y es de sus conductores de quienes he escuchado las peores y más violentas expresiones. ¿Qué los violenta tanto?

Un tachero relata que antes era dueño de un maxiquiosco muy bien ubicado, que tuvo que vender por negarse a arreglar con la policía para vender droga. Otro día veo un remisero que se baja del auto y le paga a un zorro para que lo deje seguir trabajando.

Lo peor de todo lo escuché en boca de otro remisero que mostrándome que habían asfaltado la entrada a Varadero Sarsotti, dijo que eso lo pagaban nuestros impuestos para que los choros pudieran escapar más rápido y que la solución era cortar de raíz con esa gente envenenando la copa de leche.

La obligada referencia a una sociedad de consumo que fomenta el individualismo y la competencia en detrimento de la solidaridad y la tolerancia y a la significación fálica que el auto o la moto tiene para la psicología de los machos (en la cual podemos incluir a muchas mujeres) no alcanza para dar cuenta de esas situaciones en las que aparece claramente una falta de credibilidad en la norma.

El marco simbólico pacifica a una sociedad y sabemos de la gravedad de las crisis sociales cuando se da un estado de anomia. La falta de confianza en las instituciones que deberían encargarse de hacer cumplir las normas, la corrupción e impunidad que arrastran esas instituciones y que más de 30 años de democracia aún no han logrado desterrar, creo que son elementos centrales a la hora de analizar esta temática.

¿Sos o te hacés?

Por Sebastián Kelmann, director de Formación y Divulgación de la Agencia Provincial de Seguridad Vial.

Todos los días salimos a la calle y nos encontramos con situaciones cotidianas que no generan ningún asombro en los transeúntes: vehículos mal estacionados, excesos de velocidad, no respeto de las prioridades, gritos, insultos, choques, siniestros, lesiones. ¿De dónde vienen estas situaciones de violencia tan naturalizadas?

El espacio público es un espacio social, que se construye a través de procesos históricos, políticos, económicos, que determinan su circulación, ordenamiento y prioridades. Por ejemplo: la problemática que hoy generan los automóviles particulares, la saturación y el caos son recientes. En 1920 en nuestro país existían sólo 7.000 vehículos registrados y muy pocas rutas diagramadas, los mismos eran un signo de status y de clase social, pero no modificaban en absoluto el espacio urbano de las ciudades.

Menos de 100 años después, con los desarrollos tecnológicos y el avance del capitalismo que tomó como ícono este medio de transporte, sumado al desmantelamiento de los ferrocarriles en los ’90, nos encontramos con la saturación en las vías de circulación terrestre de nuestro país.

A esto se suman las construcciones subjetivas y culturales. La competencia de unos con otros y las pulsiones de superación frente a los demás generan dinámicas agresivas que se tramitan en lugares incorrectos como el tránsito, que debería ser cordial, entendiendo que es una construcción colectiva en la que todos somos responsables de garantizar la seguridad e integridad de todos. Pero a diferencia de los ideales esperados, en el espacio público se genera una sensación se superación y avance sobre los demás, un odio visceral hacia los otros que transitan, responsables de no poder circular con libertad.

En el aspecto cultural, rigen nuestras conductas viales conceptos como pensar “a mí no me va a pasar”. Si bien observamos que a sujetos que realizan acciones idénticas a las nuestras les suceden siniestros graves y hasta la muerte, pensamos que nosotros estamos al margen.

La sociedad enseña a las nuevas generaciones una relación anómica con las leyes, que deberían ser nuestra herramienta de convivencia y armonía, y sin embargo se convierten en sugerencias posibles de interpretar por cada individuo, generando un juego vial muy riesgoso para todos los que transitan por el espacio público, ya que rigen reglas nativas impuestas por las costumbres que no son de conocimiento público, sino formas locales de utilizar ese espacio.

Los ciudadanos “nos hacemos” circulando por el espacio, allí se ponen en juego poderes, intereses, espacios de prioridades, etc. En nuestro país, por ejemplo, los peatones han perdido esa batalla, si bien la forma natural de circular es caminando y debería ser la más respetada por todos. Además de ser los más desprotegidos frente a los vehículos, los peatones son interpretados como estorbos a la libre circulación de los vehículos que han invadido la mayor parte del espacio social.

Las terribles consecuencias de estas conductas viales, el dolor, sufrimiento y pérdidas irreparables deberían generar una profunda autorreflexión. Las políticas públicas que se proponen desde la APSV se basan en principios que puedan ayudar a los ciudadanos a trascender estas contradicciones culturales, de la mano de la educación vial.


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