A 30 años de su nacimiento, la fiesta popular más importante de la ciudad sigue sin aggiornarse y muestra pocas novedades. Hubo cambios positivos, como la disposición, la seguridad y la prolijidad.
La Capital |
Sigue siendo por lejos la fiesta popular más importante de la ciudad, y nada hace pensar que vaya a perder ese lugar en el podio, al menos por mucho tiempo. Dura diez días que les alcanzan a las instituciones para sobrevivir todo el año y prepararse para la próxima edición, aunque sus recaudaciones se mantienen en sobre lacrado. Tiene armada y aceitada una fórmula que resulta infalible, y un público leal que la acompaña todos los años. Será por eso que sus impulsores tampoco hacen muchos esfuerzos por aggiornarla y ofrecer nuevas alternativas. El Encuentro y Fiesta Nacional de las Colectividades cumplió este año tres décadas, con cambios positivos, como la disposición, la seguridad y la prolijidad, aunque con pocas novedades en sus entregas.
El que fue otras veces y se sintió defraudado o no le gustó, que no vaya, porque no verá mucho de nuevo. Al que disfruta de pasear por los stands, saborear comidas típicas y sobre todo conocer la historia de las danzas tradicionales y gozar de las coreografías, volverá una y otra vez. Porque el éxito está garantizado y de eso da cuenta el millón de personas que la visita anualmente.
Solamente los 2.500 bailarines, músicos y coreutas que pasan por el escenario central dan una idea de la performance del encuentro. Un total de 26 colectividades de distintas procedencias del mundo montan sus stands y 50 suben al escenario central. Esto, sumado a la organización, la logística, el sonido, la elección de la reina que es toda una fiesta en sí, y el movimiento en los escenarios menores, la hace un plato fuerte.
La Capital estuvo el miércoles, justamente el día en que coronaron reina a la representante de Eslovenia, y permaneció en el predio hasta que se fue prácticamente el último visitante. La fiesta fue ese jornada un éxito, con un público que asombró para un día de semana (aunque la elección de la reina siempre es convocante) y se desarrolló con una normalidad y una armonía que no empañaron la llegada de la madrugada y la siempre temida presencia de "otro tipo de gente", como dicen los mismos visitantes (ver aparte).
El encuentro tiene este año algunas diferencias. El espacio quedó totalmente vallado y sólo se pudo acceder por una entrada, lo que permitió un mayor control. La disposición de los stands y del escenario cambiaron, el predio se amplió y se pudo disfrutar de las remodelaciones del parque, que incluyeron la construcción de veredas.
El operativo de seguridad fue tan palpable que no había lugar para desmanes (al menos, no hubo ni uno durante toda la jornada en que este diario permaneció allí). Policías, bomberos, personal de la GUM y de Control Urbano se hicieron bien visibles. Se cobró una entrada voluntaria de 10 pesos que servirá para acondicionar el parque y tuvo como gancho un sorteo diario de dos viajes a Mar del Plata, además de vales para consumir en la fiesta.
Espíritu vivo. El escenario central mantiene vivo el espíritu del encuentro, y es el que le pone más magia. Allí, los grupos de baile interpretan las danzas típicas, pero en general con un condimento: cada baile es precedido por la explicación de las leyendas y tradiciones que le dieron origen. Historias vinculadas a la relación del hombre con la naturaleza, la producción, el trabajo y su terruño, con ritos de iniciación o unión entre parejas.
Pararse frente al escenario central siempre es una experiencia de aprendizaje, además de un placer visual. El esmero puesto en las vestimentas, los colores, el esfuerzo en las coreografías pese a que se trata de grupos amateurs, la simpatía que despliegan los bailarines lo hacen el plato fuerte de la entrega. La alegría de los más chiquitos, que en muchos casos pisan por primera vez en la vida ese gran escenario, y la fascinación de los padres, justifican de por sí una vuelta.
Los otros platos son literales, y tienen que ver con la oferta gastronómica, que no se altera pero siempre es efectiva. Al rosarino le gusta salir a comer y aprovecha este evento para hacerlo, aunque tenga que soportar largas colas para llegar a la caja o alimentarse de parado. Pero lo disfruta. Y el que viene de afuera (se calcula que el 43 por ciento de los visitantes son turistas) suele quedarse maravillado con un evento que convoca a más gente de la que puede ver en sus propias localidades. Colectividades tiene garantizado su éxito.
Baile y comida. La fiesta es básicamente eso. La propuesta cultural se completa con la venta de algunos artículos típicos, como adornos, vestimenta y artesanías. Pero es quizás aquí donde muestra su lado flaco. La fórmula baile-gastronomía fue eficaz, pero la oferta cultural quedó rezagada. Porque cultura es literatura, idioma, plástica, vestimenta, historia, costumbres, intercambio entre pueblos, tradiciones que van más más allá de las danzas.
No se explica que las colectividades no pongan más énfasis en difundir sus expresiones literarias, las de allá y la de aquí; la historia de los países de origen y de las corrientes inmigratorias que dieron lugar a estas instituciones. No hay buena folletería, no se organizan actividades específicas para niños, con todo lo que se puede hacer al respecto. No se advierte, al menos de manera explícita, un fomento del turismo cultural, cuando podrían armar hasta paquetes de viajes y difundirlos. No se ofrece de manera contundente el aprendizaje de las lenguas extranjeras.
La fiesta otorga posibilidades para hacer de todo, para captar público interesado en conocer realmente los lugares, pero esto no se ve, no al menos a simple vista, que es como debiera verse. Podrían aprovechar los vínculos con embajadas y consulados y trabajar más y mejor en la difusión de las regiones, podrían ofrecer productos audiovisuales, tentar a la gente a que pase por los stands, darle más importancia a las carpas culturales para que no se conviertan en meros anexos, casi kioscos, de las barras gastronómicas. Todas esas historias que se cuentan en el escenario central podrían estar plasmadas en un libro de fácil acceso; la oferta gastronómica podría convertirse en un gran libro de recetas multiculturales.
Quizás, los intentos de ir más allá de la comida, las danzas y las artesanías se hayan topado con un público poco ávido de consumir otras cosas y se hayan convertido en estériles. Quizás, fue más cómodo y efectivo dejar las cosas como están, que ya es bastante y reditúa. Pero la fiesta más importante de la ciudad debería convertirse en un desafío para los organizadores, que sepan volver a captar a un público que ya no la visita porque no tiene nada nuevo para ver.
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